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Año 969 antes de nuestra era
Templo de Amón, Tebas

El cuerpo del escriba Ahmose apareció flotando en el gran lago ceremonial de Ipet-isut. Uno de los jóvenes sacerdotes que habían ido al lago para recoger agua se topó con él. Fue poco después de anochecer. El muchacho había sido detenido como sospechoso de ser el autor del asesinato, pero pronto se le dejó en libertad. Todo indicaba que el anciano Ahmose había resbalado y se había golpeado la cabeza con el murete que rodeaba el estanque. Un desgraciado accidente por el que ya nada podía hacerse.

Los hombres de su séquito señalaron que lo habían llevado a última hora de la tarde hasta el lago a petición del propio Ahmose. Su intención era realizar algunas investigaciones en la Casa de la Vida. Dentro de la biblioteca del templo el escriba charló con varios sacerdotes encargados de los preciosos documentos que custodiaba el antiguo archivo y nadie volvió al verle. Los porteadores de su silla lo buscaron con ahínco. Preguntaron en la Casa de la Vida, pero todos coincidían en señalar que Ahmose había abandonado el templo antes incluso de que oscureciera. Se dio la voz de alarma. Uno de sus secretarios señaló que las circunstancias de las últimas investigaciones en los saqueos de moradas de eternidad de la orilla oeste no anunciaban buenos presagios. Se le buscó en los jardines, en las dependencias oficiales, en los templos menores e incluso en los alrededores de Ipet-isut. Pero no hubo suerte. Lo encontraron en las primeras horas de la noche. Tenía la cabeza abierta y un enorme reguero de sangre a su alrededor. Sus ropas estaban empapadas del mismo color y su peluca flotaba a poca distancia. No faltaban ni sus pulseras ni su pectoral de oro, regalo de Pinedjem.

Resultaba irónico que el estanque que representaba las aguas primigenias de las que surgía la vida según la cosmogonía del dios Amón, el lugar donde la sagrada oca de este dios de Uaset lanzó el primer graznido y creó con ello el mundo, fuera el lugar donde falleció el escriba. Una evidencia más de que el destino está en manos de los dioses y de que los ciclos de vida y muerte están interconectados.

Al conocer la desgraciada noticia, Pinedjem había hecho llamar con urgencia a Takelot. El escriba de origen libio abandonó la orilla occidental al poco de conocer los detalles de la muerte de su compañero. Su embarcación lo trasladó hasta el embarcadero del templo, donde los porteadores de su silla lo trasladaron de forma solemne hasta el templo, donde ya lo esperaba con impaciencia el sumo sacerdote.

Estaba sentado en su trono, sobre el estrado, desde el cual había visto pasar los últimos veinte años de su gobierno. Junto a él se hallaba uno de sus médicos, no fuera caso que lo necesitara. Al contrario que otras veces, en la mesa que había junto a él no tenía frutas ni vino. El sumo sacerdote no sentía apetito. Después de conocer la noticia de la muerte de Ahmose, su ánimo se encontraba en uno de sus peores momentos. Confiaba en que Takelot pudiera dar respuestas a las incertidumbres que martilleaban su corazón.

—Por lo que me han dicho, ha sido un desventurado accidente —señaló Takelot con vehemencia—. Qué desgracia… No sé cómo podremos superar este duro golpe del destino.

El sumo sacerdote, cansado y anciano, apenas tenía fuerzas ya para seguir adelante con sus funciones. Takelot lo encontró especialmente desmejorado y demacrado; parecía que había envejecido varios años en las últimas horas.

—Estábamos en el buen camino —dijo Pinedjem, cabizbajo—. El trabajo de Ahmose en la investigación estaba siendo brillante.

—Así es —reconoció casi con irreverencia el libio—. Fue él quien dio con uno de los orfebres que participaron en los robos. El descubrir en su casa las piezas de metal que provenían de la morada del valle pudo ser un golpe de suerte, pero él fue quien señaló el barrio de los artesanos como el lugar en el que había que buscar.

—Y eso que yo le señalé que centrara sus pesquisas en el templo de Ipet-isut… Finalmente me demostró que él también estaba en lo correcto.

—El interrogatorio de Beki acabó de manera nefasta —señaló sin rubor el escriba—, pero eso no pudo haberlo evitado nadie. Los saqueadores iban delante de nosotros, a muy poca distancia, pero nos llevaban ventaja.

Pinedjem y Takelot guardaron silencio durante unos instantes.

—Sin embargo, lo único cierto es que el bueno de Ahmose no pudo avanzar en la investigación —se apresuró a señalar Takelot—. Quizá alguien se ha tomado la justicia por su mano. Venía de la Casa de la Vida cuando lo encontraron muerto. Allí seguramente descubrió algo comprometido para alguno de los sacerdotes. Todos conocemos el resto de la historia.

En la cabeza de Pinedjem, esa reconstrucción de los acontecimientos tenía su lógica.

—Ahmose fue un hombre muy querido y valorado por su buen hacer, pero también levantó muchos recelos —añadió Takelot—. Yo mismo le avisé y le di a conocer algunos rumores, seguramente infundados, que había escuchado sobre él.

El sumo sacerdote alzó la cabeza y lo miró con interés.

—¿A qué te refieres?

—Sé que debería haber hecho este comentario con anterioridad… En fin, en el seno del templo de Amón había cierta animadversión a algunas gestiones desarrolladas por mi colega —mintió el libio.

—No sé cuál puede ser la razón de ese desafecto —replicó Pinedjem—. Ahmose se caracterizó siempre por su lealtad y su buen servicio al templo. Su familia ha trabajado siempre con el máximo respeto y eficiencia.

—Él llevaba todo el peso de la investigación —prosiguió Takelot sin hacer mucho caso a lo que decía Pinedjem—. Algunos sacerdotes menores sospechaban que si las cosas no avanzaban no era porque no pudiera dar con nuevos datos sino porque él los ocultaba para que no fueran descubiertos.

El sumo sacerdote se puso tenso como si hubiera despertado de un largo sueño.

—¿Quieres decir que hay gente que cree que Ahmose estaba detrás de los robos de la necrópolis?

—No quiero señalar sin tener evidencias. Dudo que estuviera relacionado directamente, pero es posible que conociera más de lo que decía de forma abierta.

—Por lo que me dices, tú también lo crees así.

Pinedjem volvió a bajar la cabeza. Su mirada se perdió en los dibujos que realizaban las vetas de la piedra en el suelo. Reflexionaba sobre la dura acusación que acababa de hacer el escriba.

—Me gustaría saber en qué basas tan grave acusación hacia uno de mis hombres más fieles.

—Entiendo que son palabras muy duras, pero me temo que así es, Pinedjem. Es un rumor que corre como una serpiente por los jardines y despachos de Ipet-isut.

—No puedo creer que mi hombre de confianza me traicionara de esta forma… —El sumo sacerdote estaba desolado—. Me siento defraudado. Si los míos me traicionan, qué más puedo esperar del destino…

Pinedjem recordó que en cierta ocasión su abuelo le relató una conspiración sufrida en la corte durante el reinado de Usermaat Meryamón Ramsés III.[10] Las mujeres del harén hostigaron por colocar a sus hijos en el primer puesto de la línea de sucesión. En la conspiración también participaron varios funcionarios y escribas de palacio.

¿Qué pretensiones podría tener Ahmose para traicionarle de aquella forma? ¿Acaso no conocía su preocupación por mantener la integridad de su enterramiento y el de su familia en el viaje hacia la eternidad? Éstas y muchas otras preguntas rondaban la cabeza del sumo sacerdote ante la posibilidad de que el escriba de la necrópolis le hubiera traicionado, tal y como sugería Takelot.

—Desde hoy tú llevarás todo el peso de la investigación.

El escriba libio abrió mucho los ojos y se fingió sorprendido.

—Será mejor que una sola persona investigue lo que ha pasado tanto en lo relacionado con los robos como con la muerte de Ahmose —añadió el sacerdote-rey—. Si me traes pruebas de que él estuvo relacionado con los saqueos, su cuerpo será lanzado al Nilo como se merece.

—Agradezco profundamente tu confianza, Pinedjem.

—No tienes nada que agradecer. Creo que has obrado en consecuencia, tu trabajo así lo demuestra. No voy a negar que has cometido algún error en la supervisión de la vigilancia, pero el haberlo reconocido te honra. Ahmose nunca hizo algo así, aunque no sé si no lo necesitó o si me mintió. Ahora podremos saberlo…

—Quizá ahora que está muerto no volvamos a sufrir más robos en la orilla occidental —apuntó Takelot aprovechando el giro que había tomado la conversación.

—Creo que estás perfectamente capacitado para llevar a cabo tú solo el trabajo de las dos dependencias. Quizá la duplicidad en el puesto es lo que nos ha llevado a cometer los errores que han permitido el saqueo de la necrópolis.

—Continúa la preparación de tu morada de eternidad con absoluta tranquilidad, Pinedjem. Yo me encargaré de que todo se desarrolle siguiendo escrupulosamente tus deseos. Continuaré las tradiciones ancestrales y sagradas de la tierra de Kemet.

Pinedjem se levantó para tomar aire. El médico intentó ayudarle, pero él rechazó el ofrecimiento. Otros hombres de cámara estaban prestos a que les requirieran sus servicios, pero el sacerdote-rey prefirió moverse solo.

Takelot había tocado la fibra más sensible de sus preocupaciones: el tránsito al Más Allá. Los miedos que rodeaban su viaje al reino de Osiris, Rostau, afloraban cada vez que alguien sacaba el tema. Sabía que el comienzo del viaje estaba cada vez más cerca. Cada día que salía el sol era más consciente de ello. Para entonces quería tener preparada su barca solar con la que comenzar el sagrado viaje celeste.

Apoyado en su bastón de mando, caminó solo y en silencio por el enorme salón de recepciones. La cabeza de leopardo se balanceaba y le golpeaba el pecho. El ritmo de su corazón y su miedo crecían a cada paso.

Al llegar a una de las esbeltas columnas que se estiraban arrogantes hasta el techo de la estancia, Pinedjem apoyó la espalda en el fuste. Su médico se acercó un poco para comprobar que estaba bien, pero el anciano no parecía necesitar ayuda. Pinedjem se giró y miró fijamente al nuevo y poderoso escriba único de las necrópolis de la orilla occidental.

—He ordenado detener las obras de la morada que empecé a excavar en la montaña hace veinte años, al poco de convertirme en sumo sacerdote del clero de Amón. Ha sido una decisión difícil, pero me he visto obligado a hacerlo por las circunstancias que atraviesa la tierra de Kemet. Ahora, la montaña no parece ser un lugar seguro. Todos saben de su ubicación…

—Pero no debes temer… Estoy convencido de que hemos dado con la causa que generaba los robos y que, por lo tanto, ya no se repetirán.

Pero el sumo sacerdote no parecía entender las palabras del escriba. Le carcomía el miedo al olvido y a la pérdida de la anhelada eternidad. Caminó lentamente hasta otra de las columnas del salón y se sentó sobre la alta basa que la sustentaba.

—Últimamente he reflexionado mucho sobre ello. Agradezco a los dioses de la tierra de Kemet no haber confiado a Ahmose lo que ahora te diré a ti.

—¿De qué se trata? —preguntó Takelot, extrañado.

—Conoces bien la sagrada montaña de occidente…

—Es el lugar donde lealmente trabajo y donde mi padre antes que yo desempeñó el mismo cargo en la administración. He crecido entre sus rocas, conozco sus moradas; no tienen secretos para mí.

—No hay tiempo que perder. Quiero que busques en ella una antigua morada de grandes dimensiones. No es necesario que sea esbelta en lo que se refiere al trazado. Hay multitud de tumbas inacabadas que hoy están olvidadas, busca la más recóndita, la más escondida, la que nunca nadie llegue a ver.

Takelot, sin saber cómo reaccionar ante tan extravagante petición, se limitó a asentir con falsa sumisión y obediencia.

—¿No preferirías descansar eternamente en un lugar más honorable a tu condición en vez de reutilizar una antigua morada? En los lugares sagrados de la Grande y Majestuosa Necrópolis de Millones de Años de los Faraones, Vida, Salud y Prosperidad, en el occidente de Uaset, la seguridad ahora es mayor y no habrá problemas para…

—¡No!

El grito de Pinedjem hizo temblar las celosías del techo del salón de recepciones. Su rostro mostraba una desesperación nunca antes vista en él.

—Quiero descansar en un lugar que nadie conozca —dijo el sacerdote—. Un lugar oculto. La necrópolis del valle es conocida por todos. Cuando yo no esté, los guardas se olvidarán de las órdenes que les di, al igual que les pasó a mis predecesores. No quiero que se sepa dónde he comenzado mi viaje hacia la eternidad.

—Pero Pinedjem… Hace mucho tiempo que no se hacen enterramientos de esas características en la tierra de Kemet. Para llevar a cabo algo así se necesitan muchos hombres, y todos ellos, los que trasladen el ajuar, los obreros que ultimen los detalles, deberán ser…

—¡Ajusticiados, lo sé! No me importa. ¡Que guarden silencio con la muerte! No quiero que nadie sepa ni vea dónde comienzo el viaje. En nuestra tierra la vida es corta, pero en la necrópolis es eterna. Y así quiero que sea.

Takelot no podía negarse a la solicitud de Pinedjem. Era una extravagancia, pero él no era quién para poner en duda las decisiones del sumo sacerdote del clero de Amón en Ipet-isut, gobernador de todo el sur de la tierra de Kemet. Por ello, el escriba se limitó a asentir con una reverencia.

—Busca lo que te digo y te colmaré de bienes para que te acompañen en tu viaje al reino de Osiris —añadió Pinedjem intentando con ello vincular al escriba en su proyecto—. Si consigues satisfacerme, tendrás los más preciosos textos sagrados en papiro, todos ellos recitados con tu propio nombre; una bella colección de magníficos ataúdes cubiertos con fórmulas únicas escritas expresamente para ti, los ushebtis más preciosos del taller de Rekhamun. Tu momia será recordada en Rostau y colocada junto a la mía para que ascendamos juntos las escaleras que nos lleven al sagrado tribunal. Tu cuerpo será tratado como si fuera mi cuerpo. En el taller de los embalsamadores reales emplearán los más delicados perfumes y las esencias más refinadas. Serás un Osiris como ningún otro miembro de mi corte lo ha sido antes. Puedes estar seguro de ello.

Takelot sonrió agradecido. El generoso ofrecimiento del sumo sacerdote de Amón era un sueño que no alcanzaría ni el más brillante de los funcionarios del templo. Su familia, aunque de origen libio, llevaba varias generaciones ligada a los trabajos más sublimes de la corte, pero los privilegios que le ofrecía Pinedjem —descansar junto a su propia momia en la morada de eternidad— eran realmente exclusivos.

El escriba libio había comenzado hacía tiempo la construcción de su propia tumba. Había abrazado las creencias en el viaje nocturno de la barca solar para reencontrarse con Osiris después del tribunal sagrado. Era consciente de que los textos sagrados serían de gran ayuda para su podrido corazón en el tribunal de las almas de Anubis, justo antes de entrar en el mundo de Osiris. La magia de la palabra grabada sobre el papiro del Libro de la salida al día era capaz de borrar las culpas y hacer olvidar los pecados. Hasta los más oscuros y abyectos quedaban ocultos por el poder de los conjuros del libro sagrado escrito con las palabras de Thot, el dios de la escritura.

—Creo saber el lugar que buscas, Pinedjem —se adelantó a contestar Takelot con impaciencia—. Hay una tumba que encaja con tus deseos. Es una antigua morada que nunca se llegó a ocupar. Está excavada en un lugar inaccesible de la montaña. No es conocida por nadie más que por mí y por algunos de mis oficiales. Ellos no tienen por qué saber a qué se va a destinar. Podemos utilizar prisioneros y ladrones para nuestro cometido. Luego nos desharemos de ellos y dejaremos sus cadáveres en el desierto para que sean devorados por las alimañas.

Takelot no podía negarse a las exigencias de su señor. Tenían su lógica, pero en el fondo sabía que eran ridículas. Su lugar de reposo acabaría sabiéndose. Él era el escriba de la necrópolis, y en los archivos de sus dependencias no conocía un solo caso de morada de eternidad que no hubiera sido saqueada al menos una vez. Era algo intrínseco a la naturaleza del hombre, y contra eso solamente podían luchar las fórmulas mágicas de los textos sagrados. Si los tesoros que acompañaban a la momia desaparecían, quedaría su recuerdo por medio de la magia. La escritura del nombre del difunto sobre la pared le haría vivir eternamente. Cuantas más veces apareciera su nombre escrito en las paredes de la tumba, en las cajas de sus objetos personales, en los ushebtis, en los ataúdes, en los papiros o en las vendas de la momia, más posibilidades tenía de superar el complicado viaje por el Amenti.

—Regreso a la orilla occidental para cumplir tus órdenes de forma inmediata —dijo Takelot con una reverencia—. Mañana mismo tendrás un informe de los arquitectos sobre el estado de la morada elegida. Si das tu aprobación, nos pondremos a trabajar en su acondicionamiento sin más tardanza.

Pinedjem se limitó a asentir con la cabeza. Apoyándose en su bastón caminó de regreso a su estrado. Necesitó la ayuda de su médico y de un asistente para subir los escalones.

—Espero noticias tuyas muy pronto. Mi tiempo se acaba.