Capítulo 7

Aquella noche Raimundo de Sempere consiguió escapar de su celda y regresar a casa para comprobar que su familia y su taller de impresión de libros habían sobrevivido a la catástrofe. Al amanecer, el impresor se acercó hasta la Muralla de Mar. Las ruinas del naufragio que había traído a Edmond de Luna de regreso a Barcelona se mecían en la marea. El mar había empezado a desguazar el casco y pudo penetrar en él como si se tratase de una casa a la que hubieran arrancado una pared. Recorriendo las entrañas del buque a la luz espectral del alba, el impresor encontró por fin lo que buscaba. El salitre había carcomido parte del trazo, pero los planos del gran laberinto de los libros seguía intacto tal y como Edmond de Luna lo había proyectado. Se sentó sobre la arena y lo desplegó. Su mente no podía abarcar la complejidad y la aritmética que sostenía aquella ilusión, pero se dijo que vendrían mentes más preclaras capaces de dilucidar sus secretos y que, hasta entonces, hasta que otros más sabios pudieran encontrar el modo de salvar el laberinto y recordar el precio de la bestia, guardaría el plano en el cofre familiar donde algún día, no albergaba duda ninguna, encontraría al hacedor de laberintos merecedor de tamaño desafío.