— V —

Las muchachitas seguían su rápida carrera. La carretera atravesaba un gran bosque que se extendía hasta las primeras casas del pueblo.

Estaban ya a medio camino cuando Puck frenó tan bruscamente que Inger estuvo a punto de tropezar con su rueda posterior.

Las demás abrieron bien los ojos y comprendieron inmediatamente por qué había frenado Puck.

Dos muchachos habían surgido del bosque, a la izquierda de la carretera. Uno de ellos era de estatura mediana y de aspecto corriente; el otro era alto, desgarbado… ¡y pelirrojo!

Puck y sus amigas bajaron de las bicicletas a una velocidad sorprendente, y Navío, muy agitada, gritó:

—¡Sí, Puck…! Mira al pelirrojo…

Los dos muchachos se habían detenido un momento al borde del camino; pero al oír las voces de las cuatro amigas, desaparecieron rápidamente del otro lado del bosque.

—¡Se escapan! —dijo Navío—. ¡Sigámosles!

Puck la retuvo por un brazo.

—Calma, Navío, calma… Reflexionemos antes en lo que conviene hacer.

—Pero entonces ya no les alcanzaremos…

Puck hizo un signo afirmativo con la cabeza.

—Tal vez… Pero es mejor eso a correr el riesgo de recibir una paliza. A pesar de ser cuatro, nos sería muy difícil defendernos contra dos individuos tan peligrosos como éstos. La cuestión está en saber si ellos pueden sospechar que les hemos reconocido por la descripción de la policía…

—Seguramente —dijo Inger—. Además deben de haber oído que hemos gritado al ver al pelirrojo…

—Esto no basta para despertar sus sospechas. Dos jóvenes malhechores evadidos no deben de desconfiar demasiado de cuatro chicas que van de camping…

—Bien, pero ¿qué vas a hacer tú?

—Adentrémonos en el bosque, siguiendo sus huellas. Quizá tengan un escondite que podamos descubrir y decírselo a la policía. ¿Tienes a mano la pistola, Inger?

Un instante después, las muchachitas se adentraron en el bosque, echando atentas miradas a su alrededor, pero llegaron a un cruce. Tomando el mando, sin que ninguna de las demás osara protestar, Puck dijo:

—Escuchadme, amigas: es mejor que nos dividamos en dos grupos. Karen puede tomar uno de los senderos con Inger, y Navío y yo tomaremos el otro. Ignoramos hasta dónde llega el bosque…, pero quedamos de acuerdo en regresar al lugar donde hemos dejado las bicicletas dentro de media hora. ¿De acuerdo?

—¡Sí!

Por lo tanto, se dividieron en dos grupos. Cuando Puck y Navío hubieron avanzado varios metros sin descubrir nada, Navío dijo en voz baja:

—¿Sabes, Puck? Me gustaría que nosotras tuviéramos también una pistola.

—¡Silencio! —murmuró súbitamente Puck, posando una mano en el brazo de Navío—. ¿Has oído?

—No. ¿Qué ha sido?

Puck dio una ojeada escrutadora a su alrededor. Después respondió con voz ahogada:

—He oído crujir una rama… y no lejos de aquí. Estoy casi segura de que nos hallamos en la buena pista y que los individuos están cerca.

—¡Oh! —exclamó Navío.

El último resto de su valentía se esfumó; echó miradas asustadas por todos lados. Después preguntó:

—¿Qué haremos, Puck, si bruscamente surgen y nos atacan?

Puck no respondió en seguida. En el fondo de su corazón estaba tan indecisa como su amiga. Se habían metido en una aventura demasiado arriesgada. Al ver a los dos muchachos hubieran debido ir a prevenir a la policía rápidamente.

Navío se estremeció al producirse un nuevo crujido. Murmuró:

—¡Yo también he oído ruido, Puck! ¿No crees que sería mejor regresar junto a las bicicletas?

A grandes pasos silenciosos, ambas muchachitas prosiguieron su camino. Puck dijo bajito:

—Procura no pisar ramas secas. ¡Hacen mucho ruido!

Un poco más lejos, el sendero pasaba por entre espesos matorrales y Navío murmuró:

—¡No, Puck, no conseguirás que pase por aquí! Con seguridad los dos fugitivos están escondidos entre el follaje y nos espían…

Se interrumpió. Las dos prestaron atentos oídos y escucharon claramente ruido de pasos precipitados por encima de las hojas muertas. Pero era imposible localizar su exacta procedencia. No se veía nada entre los troncos. Hubiera podido creerse que varias personas huían corriendo…

Puck y Navío habían empezado a esclarecer el camino, se detuvieron súbitamente.

Entonces sonó un disparo.

—¡Un tiro! —exclamó Navío.

—Debe de ser Inger quien ha disparado…

Navío tomó a Puck por el brazo y preguntó en tono aterrorizado:

—¿No pensarás que los fugitivos puedan ir armados? Sería terrible que hubieran disparado contra Karen e Inger.

—¡Es Inger quien ha disparado! —repitió Puck con impaciencia—. Ven, Navío, regresemos a la carretera.

Puck corría por el sendero abrupto, ligera como una gacela, y su amiga apenas podía seguirla.

De pronto, oyeron gritos y llamadas… y ¡a unos cincuenta metros ante sí vieron a un grupo de personas envueltas en una lucha feroz!

Puck adivinó en seguida quiénes eran los combatientes.

—¡Inger y Karen! ¡Ya vamooos…! —gritó.

Estaba ya lo suficientemente cerca como para tener una buena visión de conjunto. El alto pelirrojo agarraba a Inger y la precipitaba con todas sus fuerzas contra un árbol.

Karen gritó de horror y retrocedió algunos pasos. Entonces, los muchachos vieron a Puck que llegaba corriendo y echaron a correr a loca velocidad hacia la carretera.

Cuando Puck llegó al campo de batalla, Inger estaba levantándose. Gimió un poco y Puck, asustada, le preguntó:

—¿Estás herida, Inger?

Inger gimió de nuevo:

—Nada grave, Puck. Son mis nalgas las que han recibido un poco…

—¡Qué tipo más repugnante! —dijo Puck, furiosa—. ¿Has sido tú quien ha disparado?

—Sí… Nosotras les vimos, ellos nos vieron… Y yo disparé.

Ya Navío se había reunido con ellas y Puck ordenó:

—¡Persigámosles, amigas! ¡Somos cuatro…! ¡Corred…!

—Sí, pero… —objetó Karen.

—Nada de peros —interrumpió Puck, muy excitada—. Tratemos de llegar rápidamente a la carretera. ¡Date prisa, Inger! ¡Pon un nuevo fulminante en la pistola!

Así lo hizo Inger en un par de segundos, y todas se precipitaron hacia la gran carretera. Puck, Karen e Inger corrían rapidísimamente, pero, como de costumbre, la pobre Navío apenas podía seguirlas…

Inger, que se hallaba justo detrás de Puck, pisándole los talones, gritó de repente, jadeante:

—¡Puck! Las bicicletas…

—Sí, estoy pensando en eso…

Las muchachitas corrieron los últimos cien metros a toda velocidad. Puck fue la primera en alcanzar la carretera. Iba a saltar la cuneta cuando tuvo una visión muy triste: los dos fugitivos pasaron ante sus ojos montados en sendas bicicletas de chica.

—¡Deteneos! —gritó con rabia—. ¡Deteneos, indignos ladrones!

Los fugitivos no se dignaron ni mirarla. Sólo tenían un deseo: ¡huir de allí rápidamente!

—¿Han robado nuestras bicicletas?

Puck dio un violento puntapié en una piedra.

—Sí, exactamente tal como me temía… ¡Ah, qué estúpidas hemos sido, Inger…!

—No nos desalentemos, Puck —contestó Inger—. Es preciso seguirles.

—¡Sólo nos quedan dos bicicletas!

—Sí —repuso Inger tomándola por el brazo—. Una para ti y una para mí, Puck. ¡Es absolutamente preciso que les persigamos! Vamos… Mientras pedaleamos, elaboraremos un plan…

En un abrir y cerrar de ojos, Inger y Puck estuvieron montadas en las bicicletas que les quedaban y emprendían la persecución…

***

Los dos ladrones de bicicletas habían alcanzado ya una considerable ventaja, pero Puck, e Inger, con los dientes apretados, pedaleaban con todas sus fuerzas.

¡La partida estaba echada! ¡Era preciso alcanzar a los miserables incendiarios!

En el transcurso de los primeros minutos, las muchachitas apenas hablaron. Tenían una sola idea en la mente: ¡alcanzarles!

Puck reflexionaba. Si conseguían llegar a la altura de los fugitivos… Bien, entonces ¿qué? Estaba claro que no conseguirían vencerles en lucha abierta… Les quedaba sólo la esperanza de que pasara un coche cuyo chófer u ocupantes quisieran ayudarlas.

Las muchachitas estaban ganando terreno y se acercaban lenta pero seguramente hacia los evadidos… ¡Ay! Sin embargo, no se veía ningún coche. Un único ciclista se había cruzado con ellas, pero no tuvieron tiempo de darle las necesarias explicaciones. No, por el momento, se trataba de darles alcance, confiando en que el azar les viniera en ayuda. Si perdían totalmente de vista a los fugitivos, correrían el riesgo de no recuperar nunca las bicicletas… ¡y la policía tendría un trabajo extra que realizar!

El alto pelirrojo echó una mirada a sus espaldas y a continuación pareció cambiar unas palabras con su compañero. No obstante, por muy fuerte que le dieron a los pedales, no consiguieron aumentar la distancia. Todo lo contrario…

—¡Les estamos alcanzando, Puck! —dijo Inger, casi sin aliento.

—Sí… ¡Continuemos!

—¿Qué piensas que debemos hacer…, si les alcanzamos?

—¡No sé! Tu pistola está cargada, Inger, ¿no?

—Sí…

¡Perfecto! Es una gran arma para asustar a las gentes… Y en todo caso esos chicos ignoran que no se trata de una verdadera pistola. Apostaría que nos tienen miedo…

—¡No estoy muy segura de ello! —comentó Inger—.¡Tiemblo a la sola idea de lo que puede ocurrir si de pronto dan la vuelta a sus bicicletas y se nos echan encima!

—No pienses en ello… ¡Es inaudito que no pase un solo coche!

—¡Mira! —gritó Inger, tendiendo el índice.

El pelirrojo había frenado, mientras su compañero proseguía el camino. Pero pronto ambos estuvieron desmontados y echaron una rápida ojeada a las dos muchachas, que se hallaban entonces a menos de cincuenta metros. El pelirrojo contemplaba la rueda posterior de su bicicleta, que después tiró furiosamente a la cuneta.

—¡Está reventada! —dijo Puck, simplemente.

También ellas habían frenado e Inger gritó:

—¡Vienen hacia nosotras, Puck!

Era cierto. Habiendo abandonado las bicicletas, los maleantes se precipitaron contra las dos amiguitas, que no esperaban tal ataque.

Puck tuvo el tiempo justo de gritar:

—¡Inger, la pistola…!

Pero los dos chicos se abalanzaron contra Inger, antes de que ésta hubiera tenido tiempo de hacer uso de su arma. El pelirrojo agarró la bicicleta de Puck y tiró de ella. Evidentemente, quería conseguirse otro vehículo, ahora que el robado anteriormente ya no le servía. Sin embargo, Puck retenía su bicicleta con todas sus fuerzas.

—¡Deja la «bici»! —gritaba el pelirrojo—. ¡Déjala, estúpida! De lo contrario…

—¡Déjala tú! —le contestó Puck, enojadísima—. ¡Ladrón! ¡Incendiario!

Súbitamente prestaron oído y cesaron la lucha. El silencio había sido roto por el motor de un coche de potente calibre, que se acercaba rápidamente. El ruido era cada vez más cercano… y pronto un enorme camión apareció por una curva.

—¡Socorro! —gritó Puck a pleno pulmón—. ¡Socorro! ¡Detengan a los ladrones!… Socorrooooo…

Por un instante, ambos maleantes quedaron paralizados. Pero el pelirrojo gritó:

—¡En marcha, Einar!

Seguido por su compañero, franqueó la cuneta y se perdió a través de los campos…

El camión frenó con gran crujido de frenos, y de lo alto de la cabina surgió entonces la voz juguetona de Navío:

—¡Estamos aquí, amigas!

—¡Bravo! —aprobó Puck ¡Justo en el momento oportuno!

Navío y Karen saltaron a tierra. ¡Habían estado instaladas en medio de una veintena de gruñones cerdos!

El chófer preguntó entonces:

—¿Qué ha ocurrido, señoritas?

Puck, en pocas palabras, le contó lo sucedido y le señaló a los dos ladrones que se perdían a lo lejos.

—¡Qué historia! —comentó el chófer riendo.

Y se volvió hacia un compañero sentado a su lado.

—¡Ven! Con seguridad conseguiremos atrapar a ese par de granujas…

Y los dos hombres se precipitaron a través de los campos, con las muchachitas pisándoles los talones…

Fue una emocionante persecución. Los fugitivos habían conseguido unos cuantos centenares de metros de adelanto, pero el campo era llano y no ofrecía escondite alguno. A pesar de que el chófer y su ayudante no eran excelentes corredores, las cuatro amigas, más sensatas ahora, después de su desagradable experiencia, se contentaban con ir detrás de ellos. Después de todo, el capturar a dos ladrones de bicicletas, ¡e incendiarios, además!, era un asunto de hombres.

En un momento dado, los dos fugitivos desaparecieron tras una granja.

Fue necesario algún tiempo a los dos camioneros para llegar hasta allí y para entonces no vieron rastro alguno de sus perseguidos.

Un anciano campesino salía de la casa y preguntó qué estaba pasando.

El chófer se lo explicó y el campesino sacudió la cabeza.

—No he visto a nadie… Pero es muy posible que se oculten por las cercanías. ¡Los escondites abundan por aquí!

—¿El granero, tal vez?

—Sí, es el primer lugar que debemos mirar…

El chófer hizo un signo afirmativo.

—¡Los hombres nos ocuparemos de esto! Estas muchachitas, fuera. Se encargarán de dar la alarma, si vieran algo…

Así se hizo. Karen e Inger se colocaron a un lado de la granja, y Puck y Navío al otro, junto al jardín. Los tres hombres entraron en el granero…

Puck echó una ojeada al extenso huerto. En medio había un gran campo verde; a la izquierda, un jardín; a la derecha, hortalizas… una hilera de altos árboles rodeaba el conjunto.

En la hipótesis de que los maleantes estuvieran por allí, no podían dejar de verlos…

Después de haber explorado un poco los alrededores, Puck dijo:

—Estoy casi segura de que esos chicos están escondidos en algún sitio por la granja. Si se hubieran ido campo atraviesa, les habríamos visto, ya que el paisaje es totalmente despejado…

Navío asintió con un gesto.

—Estoy más tranquila ahora que hay tres personas mayores con nosotros…

Puck no respondió. Con aire distraído observaba a dos cornejas, que, graznando furiosamente, describían círculos en la más alta copa de un árbol. Después, ella tendió un dedo.

—¿Ves qué clase de pájaros son, Navío?

—Sí.

Navío no estaba muy fuerte en historia natural, pero creyó adivinar que se trataba de cornejas.

—¡Exacto, Navío! Y ¿qué de cornejas?

—Que viven en sociedad y se reúnen en bandadas en primavera y otoño para buscar gusanos y orugas en los campos. En invierno, cuando la tierra está cubierta de nieve, buscan su alimento en los estercoleros y las basuras. En presencia de los hombres se muestran a la vez prudentes y enfurecidas.

—¡Bravo, Navío! —aprobó Puck—. Sabes mucho acerca de las cornejas…

—Sí, pero… Dime, Puck, ¿por qué te interesas tanto por las cornejas en estos momentos?

Puck sonrió.

—No son las cornejas en general las que me interesan…, sino aquellas dos que continúan volando en círculo sobre la copa de este árbol…

—¿Qué tienen de particular? —preguntó Navío, intrigada.

—¿No te das cuenta de su modo de actuar?

—No…

Puck sonrió. Bruscamente, se había acordado de aquel día emocionante, en la isla del Caballero Volmer, cuando habían convencido a Alboroto y Cavador para que treparan a los árboles y examinaran los numerosos nidos de cornejas y urracas. Después dijo:

—Reflexiona, Navío. ¿El comportamiento de esos pájaros te parece normal?

—¿Quieres decir que no se posan en el árbol, como sería lógico?

—Seguramente tienen allí su nido, pero no se atreven a acercarse por el momento…

—¿Por qué?

—Porque los dos fugitivos están escondidos en la copa —afirmó Puck.