Lo fascinante del lenguaje poético (y entiendo aquí «poético» como un grado intenso de «literario») es que es a un mismo tiempo tremendamente preciso y tremendamente evocador. Causas o consecuencias, o causas y consecuencias, de estas dos dimensiones fundamentales de la Lengua Poética son los tres grandes aspectos que, en un grado u otro, se manifiestan siempre en ella: Conocimiento, Fuerza y Belleza. En efecto, la Palabra Poética es a la vez iluminadora, transformadora y recreadora, y estos tres poderes de iluminación, transformación y recreación derivados respectivamente del Conocimiento, Fuerza y Belleza que ensalman la Palabra Poética, a un mismo tiempo corren por esa savia del Verbo Poético que es su música, fulguran en ese cuerpo del Verbo Poético que es la imagen por él evocada e irradian desde esa alma profunda del Verbo Poético que es la Verdad en él encarnada. Es evidente, por tanto, que en el uso del Lenguaje Poético nos hallamos en otro nivel de comunicación y de percepción, es decir, en otro nivel de Consciencia, un nivel de Consciencia más alto, más intuitivo, más comprensivo, más luminoso y enriquecedor. En comparación con su resplandor solar, el habla coloquial es un crepúsculo caliginoso; en comparación con su frescura, el habla coloquial es pegajosa humedad; en comparación con su ritmo exaltado, el habla coloquial es opaca somnolencia cegando con sus pardos cortinajes la mente del mortal. El habla coloquial depende de los instrumentos expresivos de los que espontáneamente puede servirse el hombre; el lenguaje poético sólo se alcanza por la Gracia o el esfuerzo. Sin embargo, no quiere ello decir que el natural sea el primero; por el contrario, el lenguaje coloquial es un artificio pergeñado por la consciencia obscurecida del mortal para fines prácticos e inmediatos. Cuando uno se eleva al estado de consciencia que despierta nuestros instrumentos expresivos esenciales y el Verbo Poético fluye con la espontaneidad y feracidad de los siete ríos místicos, comprende entonces que el Verbo Poético es la lengua materna de nuestra Naturaleza Divina. Mediante ella, el vate o bardo o kavi inspirado no sólo es capaz de embellecer el mundo e iluminarlo, sino también de recrearlo como un dios.

Leb Imôl-Merkhu, Tratado de Alquimiología