Epílogo
SHEVA2 + 1

LONE PINE, CALIFORNIA

Kaye intentó mover los labios. Unas ideas tan maravillosas… Tan simples, tan claras… Si pudiese contárselas a su marido…

Mitch miró a la lámpara sobre la mesa, con el ceño fruncido; podía oír la respiración rítmica de su esposa, el susurro del monitor médico y poco más. Cuando la respiración cambió de ritmo, se volvió lentamente y le vio mover los labios. Se inclinó, preguntándose si estaría volviendo, pero los ojos miraban al espacio vacío y sólo parpadearon una vez mientras los miraba.

Aun así, los labios se movían. Eso le hacía daño. Todas las esperanzas eran dolorosas. Los periodos de parálisis de Kaye se habían estado produciendo cada vez con mayor frecuencia. Se inclinó, con la esperanza infantil de ver a su esposa, a esa mujer, regresar a él, empezando con ese pequeño movimiento. Acercó la oreja a los labios y sintió el aliento contra los pelillos de la piel del lóbulo. La respiración de Kaye sopló, actuó, para dar forma a algunas palabras.

Mitch no podía estar seguro de lo que oía, si oía algo. Se retiró para mirar al rostro de Kaye y comprendió que ésta intentaba con esfuerzos sobrehumanos comunicar algo que consideraba importante. El ligero acercamiento de las cejas, la rigidez de las mejillas, la posición de los párpados, le recordaban las conversaciones serias de años pasados, cuando ella luchaba por transmitir algo que no comprendía del todo. Ésa había sido su Kaye, siempre avanzando por delante de las palabras.

Acercó el oído, casi bloqueándole los labios. Creyó oír, durante un momento, su nombre, y luego:

—Algo… está pasando.

Volvió a prestar atención.

—Algo… está pasando.

Luego se quedó quieta. La respiración alzaba las sábanas pero los ojos se encontraban inmóviles. El rostro no tenía expresión. Kaye parecía estar prestando atención.

Sintió el amor que la anegaba en oleadas, el ansia que era simultáneamente tan potente y tan aterradora, la dulzura tras la potencia. Su muerte no se produciría todavía, no en este minuto, no en esta hora, eso lo sabía, pero ya no pertenecía demasiado a este mundo.

Y por tanto podía recibir el abrazo y conocerlo todo.

Ahora no había temor a la adicción.

Stella trajo al bebé y se sentó con ellos. Vestía ropas simples y llevaba al niño con una camiseta suelta, porque, decía, era una criatura con tanta sangre caliente, que casi nunca tenía frío y protestaba si lo cubrían.

—Hemos escogido un nombre de palabra —dijo Stella. Luego, mirando a su madre, le preguntó a Mitch si Kaye podía oírles.

—No lo sé —dijo Mitch. El rostro de su padre parecía tan perdido… Stella le dejó coger a su nieto y ajustó las sábanas de su madre.

—No existe la justicia, ¿verdad? —le preguntó a Kaye en voz baja, inclinándose, con las mejillas doradas—. Parece tan tranquila… Creo que puede oírnos.

Mitch observó a Kaye respirar, lentamente, simplemente.

—¿Cuál es su nombre? —preguntó.

—Vamos a llamarle Sam —dijo Stella—. No se me ocurre nada mejor. El deme opina que está bien.

Sam era el nombre del padre de Mitch.

—¿No Samuel?

—Sólo Sam. Ya le gusta el nombre. Es fuerte y corto, y no interfiere para decir otras cosas.

Sam se removió queriendo bajar. A los seis meses ya caminaba un poco, claro; pero sólo cuando quería, lo que no era muy habitual.

—Se parece a Will —dijo Stella. Tocó la mejilla de su madre, le agarró la mano—. Kaye tiene un olor. Es ella, pero es diferente. No estoy segura de si la reconocería. ¿Puedes olerlo?

Mitch negó con la cabeza.

—Quizás huela a enfermedad —dijo sombrío.

—No. —Stella se inclinó para oler a su madre desde la coronilla a los pechos—. Huele a humo de un incendio en el bosque, y a flores. La necesitamos para que nos enseñe. Madre, podrías enseñarnos tantas cosas…

Sam caminó alrededor de la cama, agarrando la colcha y emitiendo sonidos de descubrimiento.

El rostro de Kaye no cambió de expresión, pero Stella vio oscurecerse las pequeñas pecas bajo los ojos de su madre. Incluso ahora, Kaye podía manifestar su amor.

Los recuerdos se desvanecen. Tenemos forma, pero una que no comprendemos. El pensamiento y la memoria son biología, y la biología es lo que dejamos atrás. El comunicador le habla a todas nuestras mentes, y todas ellas rezan; a todas nuestras mentes, desde la más baja a la más alta, en la naturaleza, el comunicador garantiza que hay más, y eso es todo lo que el comunicador puede hacer. Es importante que cada mente se cree con libre albedrío absoluto. Esa libertad es preciosa; enriquece y acelera eso que el comunicador ama.

La mente y la memoria forman la corteza preciosa de una fruta aún más preciosa.

Somos esculpidos como es formado el embrión; morimos y mueren las células para que otros puedan tomar forma; la forma crece y cambia, visible sólo para el comunicador; al final todo debe desecharse tras haber realizado su contribución.

Los recuerdos se desvanecen. Tenemos forma. No hay juicio, porque en la vida no existe la perfección, sólo la libertad. Tener éxito o fracasar es lo mismoes ser amado.

Morir, quedar en silencio, no es perderse o ser olvidado.

El silencio es la baliza del amor pasado y el esfuerzo doloroso.

El silencio también es una señal.

Mitch estaba sentado junto a Kaye mientras los médicos y enfermeras iban y venían. Vio cómo Kaye se ponía cada vez más en paz, si eso era posible, mientras la respiración todavía actuaba y el corazón todavía latía con un ritmo lento, débil y regular.

Mitch concluyó la noche, antes de echar una cabezada, besándola en la frente y diciéndole:

—Buenas noches, Eva.

Mitch durmió en un sillón. El silencio llenaba la habitación.

El mundo parecía vacío y nuevo.

El silencio llenó a Kaye.

En un sueño, Mitch caminaba sobre altas montañas rocosas, y se encontraba con una mujer en la nieve.

Lynnwood, Washington 2002