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Nuevo México

El monitor de Dicken estaba ocupado con comparaciones de expresión de proteínas en tejidos embriónicos en distintas fases del desarrollo, buscando el elusivo disparador transposón o retroviral que se había insertado en el complejo de genes del desarrollo, para propiciar la aparición del himen en las mujeres humanas. Incluso empleando búsquedas y comparaciones anteriores —increíblemente, había encontrado algunas en la literatura— parecía que le llevaría meses o años.

El doctor Jurie había encerrado a Dicken en la posición más segura y menos interesante del Patogénico de Sandia. Lo había dejado en un almacenamiento seguro y frío hasta que fuese necesario.

Un curioso equilibrio de utilidad y seguridad. Jurie mantenía a Dicken bajo su falda, digamos, sólo para saber dónde estaba y a qué se dedicaba, y posiblemente para usar su cerebro.

¿Pero también para confesar? ¿Para que le pillasen?

Dicken no descartaba nada en lo que se refería a Aram Jurie.

El hombre había pasado una lista de desvaríos, largos mensajes de correo electrónico, crípticos, elusivos, ligeros y excesivamente evocativos para la tranquilidad de Dicken. Podría ser que Jurie estuviese cerca de algo, pensaba Dicken, una idea retorcida y loca pero innegablemente grande.

Jurie sostenía la creencia —que no era exactamente nueva— de que los virus realizaban una labor sustancial pero tosca en casi todos los estadios del desarrollo embrionario. Pero tenía algunas curiosas ideas sobre cómo lo hacían:

Los virus genómicos quieren jugar en primera división, pero en lo que se refiere a jugadores genéticos, son simples, están limitados, y han caído en desgracia. No pueden ejecutar las tareas mayores, así que se embarcan en detallitos crípticos, y el partido los tolera y luego se vuelve adicto a sus sutiles juegos…

Débiles por sí mismos, los virus endógenos puede que dependan de una forma muy diferente de apoptosis, suicidio celular programado. Los ERVs se expresan en ciertos momentos y presentan antígenos en la superficie celular. La célula recibe la inspección de los agentes del sistema inmunológico humano y es destruida. Coordinando cómo y qué célula presenta antígenos, los virus genómicos pueden participar toscamente en la formación del embrión, o incluso en el cuerpo en crecimiento tras el parto. Evidentemente, trabajan para incrementar su número y su posición en la especie, en el genoma extendido. Actúan manteniendo un control débil pero persistente frente al asalto poderoso y constante del sistema inmunológico.

Y en los mamíferos, han ganado. Hemos cedido algunos de los aspectos más cruciales de nuestras vidas a los virus, sólo para dar a nuestros bebés tiempo para desarrollarse en el útero, en lugar de en el óvulo constreñido; tiempo para desarrollar un sistema nervioso más sofisticado. Una apuesta calculada. Todas nuestras generaciones están secuestradas debido a nuestra deuda con los genes víricos.

Es como recibir un préstamo de la Mafia…

Maggie Flynn llamó a la puerta abierta del despacho de Dicken.

—¿Tienes un momento? —preguntó.

—En realidad no. ¿Por qué? —preguntó Dicken, volviéndose sobre la silla con ruedas. Flynn parecía enrojecida y alterada.

—Ha pasado algo. Jurie ha salido. Nos dice que permanezcamos en nuestros puestos. No creo que podamos. Simplemente no estamos preparados.

—¿Qué es?

—Necesitamos el consejo de un experto —dijo Flynn—. Y tú podrías ser el experto.

Dicken se puso en pie y metió las manos en los bolsillos de los pantalones, atento y cauteloso.

—¿Qué tipo de consejo?

—Tenemos un nuevo invitado —dijo Flynn—. No es un mono. —No parecía muy feliz con la idea.

Si Maggie Flynn creía que Dicken era de la confianza de Jurie, ¿quién era él para corregirla? El pase de Flynn podía dejarlos entrar a los dos si su pase personal estaba bloqueado —lo había descubierto ayer, visitando el laboratorio de Presky para el estudio de monotremas.

Flynn lo llevó al exterior del edificio hacia un carrito y lo condujo esquivando los cinco almacenes interconectados que contenían el zoo. En zona abierta, lejos de los dispositivos de escucha, se expresó con mayor claridad.

—Has trabajado con niños SHEVA —arrancó Flynn—. Yo no. Tenemos una situación complicada, desde el punto de vista médico, desde el punto de vista ético, y no sé cómo encararla. Como la única mujer casada del bloque, Turner me escogió para ofrecer algo de apoyo moral, establecer un entendimiento… pero francamente, no tengo ni idea.

—¿De qué hablas? —preguntó Dicken.

Flynn detuvo el carrito, todavía más nerviosa.

—¿No lo sabes? —preguntó, elevando ligeramente la voz.

La mente de Dicken empezó a correr y vio que estaba al límite de perder una oportunidad dorada. Has trabajado con… Como la única mujer casada.

Lo están haciendo. Lo han hecho. Sintió cómo se le disparaba el pulso y esperó que no se le notase.

—Oh —dijo, con una razonable imitación de despreocupación—. Niños del virus.

Flynn se mordió el labio.

—No me gusta esa frase. —Volvió a hacer avanzar el carrito dándole al control—. Jurie jamás trabajó directamente con ellos. Sólo con muestras. Ni tampoco Turner, y evidentemente Presky es un hombre de animales, sin trato con los pacientes. Pensamos en ti. Turner dijo que debía de ser por eso que estabas aquí, y por lo que te habían asignado un trabajo teórico de mierda… de forma que lo puedas dejar cuando surja la ocasión.

—Vale —dijo Dicken, vistiendo una máscara de cautela profesional. Apretó los dientes para evitar decir algo revelador o estúpido.

—Algo ha ido mal en la frontera del estado, no sé qué es. No conozco esa situación en particular. Jurie está en Arizona. Turner me dijo que te recogiese antes de que vuelva. —La sonrisa fue breve y desesperada—. El gato no está en casa.

Después de todo, resultaba ser una conspiración interna, y no demasiado convincente. Flynn parecía esperar que él dijese algo tranquilizador y superficial. Todo el puto laboratorio funcionaba con un chute de superficialidad pura, como si quisiesen ocultar la creciente convicción de que lo que hacían algún día podría llamar la atención de La Haya.

—Dios bendiga a las bestias y a los niños —dijo Dicken—. Vamos.

En el lateral norte de los almacenes del Patogénico, un enclave hinchable de color plata dispuesto sobre una extensión negra de aparcamiento como si fuese una enorme larva alienígena. Un tubo de acceso llevaba desde el enclave al Almacén número 5, que contenía la mayoría de los laboratorios de estudios de primates. Dicken apreció dos compresores externos y una complicada unidad de esterilización recién montada en el extremo sur de la salchicha.

No se dio cuenta de lo grande que era el recinto hasta que se encontraron casi junto a él. Todo el complejo era al menos tan grande como uno de los almacenes y ocupaba al menos un acre.

Aparcaron el carrito y entraron en el Almacén 5 a través de la puerta de entregas. Turner les recibió en una pequeña clínica en el interior del almacén —una clínica de hospital, evidentemente equipada tanto para humanos como para primates.

—Me alegra que hayas podido venir, Christopher —dijo—. Jurie está lidiando con una complicación en la frontera. Un grupo de manifestantes bloquearon un autobús del laboratorio, negándose a permitirle entrar en Arizona. Aparentemente, recibieron ayuda de la policía local. Jurie tuvo que pedir otro autobús en el último minuto y enviarlo por otra ruta.

—No me sorprende —dijo Flynn. Dicken los miró. Lo que vio le hizo sentir escalofríos. La superficialidad se había evaporado por completo. Sabían que sus carreras estaban en peligro.

—Los preparativos han sido evidentes, pero Jurie sólo nos lo contó ayer —dijo Turner.

Las frases de los dos se apilaban.

—Es una niña muy infeliz —dijo Flynn.

—Ni siquiera estoy seguro de que debiésemos tenerla aquí —dijo Turner.

—Está embarazada —dijo Flynn.

—Una violación, nos dijeron. Su padre adoptivo —dijo Turner.

—Oh, Dios, no sabía que era una violación —dijo Flynn, y se llevó los nudillos a las mejillas—. Sólo tiene catorce años. La trajeron aquí de su escuela en Arizona. Jurie la llama nuestra escuela. De ahí hemos estado recibiendo la mayoría de las muestras.

—¿Está embarazada? —preguntó Dicken, pasmado, y luego se preguntó si habría revelado su disfraz.

—No es de conocimiento general ni siquiera en la clínica —dijo Turner—. Apreciaría algo de discreción.

Dicken permitió que regresase su asombro.

—Es importante —se le rompió la voz—. Pero ella es 52 XX. ¿Qué hay de la poliploidia?

—Sólo sé lo que veo —dijo Turner con tono grave—. Su padre adoptivo la dejó embarazada.

—Es terriblemente importante —dijo Dicken.

—Llegó a la escuela hace un mes —dijo Turner—. Descubrimos su embarazo cuando procesamos un conjunto de sus análisis de sangre. A Jurie casi le dio un ataque al corazón cuando recibió los resultados. Parecía eufórico. La semana pasada hizo que la transfiriesen al Patogénico sin decírnoslo.

—Me puse tan furiosa… —dijo Flynn—. Podría haberle matado.

—¿Qué otra cosa podíamos hacer? La escuela no podía ocuparse de ella, y es totalmente seguro que ningún puto hospital la tocaría.

Dicken levantó la mano.

—¿Quién opera la clínica? —preguntó.

—Maggie, Tommy Wrigley… conociste a Tommy en la fiesta, y Thomas Powers. Algunas personas venidas de California; no las conocemos. Y, por supuesto, Jurie, en la parte de investigación. Pero ni siquiera se ha molestado en visitar a la chica.

—¿En qué condición se encuentra?

—Está embarazada de unos tres meses. No lo lleva muy bien. Creemos que podría tener Shiver autoinducido —dijo Flynn.

—Eso no está confirmado —dijo Turner furioso—. Actúa como si tuviese la gripe, y puede que sólo sea eso. Pero estamos siendo extra cuidadosos. Y esta información no llegará a ninguna parte… no se lo cuentes a nadie más en el Patogénico.

—Pero el doctor Dicken sabrá si es Shiver, ¿no? —dijo Flynn a la defensiva—. ¿No es por eso que Jurie te trajo aquí?

—Vamos a echar un vistazo a la chica —dijo Dicken.

—Su nombre es Fremont, Helen Fremont —dijo Flynn—. Originalmente viene de Nevada. Creo que de Las Vegas.

—Reno —le corrigió Turner. Luego su rostro se desmoronó en sufrimiento total, dejando caer los hombros, y añadió—: Creo que ya no puedo soportarlo más. En serio, creo que no.