2

Edificio Hard de Oficinas del Senado Sesión plenaria del Comité del Senado para la Supervisión de Acción de Emergencia, vista secreta WASHINGTON, D.C.

Mark Augustine esperó pacientemente en la antecámara hasta que lo llamaron para ocupar su sitio. Se anotó debidamente que era el antiguo director de Acción de Emergencia. Los nueve senadores reunidos para esta insólita vista por la tarde —cinco republicanos y cuatro demócratas— intercambiaron cumplidos nerviosos durante unos minutos. Dos de los demócratas comentaron, para que constase, que la directora actual llegaba tarde. Igualmente, el senador Gianelli no estaba presente.

La presidenta, la senadora Julia Thomasen de Maryland, manifestó su exasperación y se preguntó quién había convocado la reunión. Nadie lo tenía claro.

La reunión se puso en marcha sin la directora ni Gianelli, y al carecer de cualquier propósito o punto focal evidente, pronto degeneró en un debate irritado sobre los sucesos que habían llevado a la destitución de Mark Augustine tres años antes.

Augustine se recostó en su asiento, se cruzó las manos sobre el regazo, y dejó que los senadores discutiesen. Durante su carrera había venido al Capitolio a testificar en cincuenta y tres ocasiones. El poder no le impresionaba. La ausencia de poder le impresionaba. Todos en esta sala, por lo que a él se refería, carecían casi por completo de poder.

Y —si los rumores eran ciertos— lo que no sabían estaba a punto de darles un mordisco en el culo.

Los demócratas en minoría controlaron el vaivén durante unos minutos, introduciendo con destreza sus comentarios en el acta. El senador Charles Chase de Arizona inició el interrogatorio de Augustine por cuestión de cortesía entre senadores. Sus preguntas pronto llegaron al papel del estado de Ohio en la muerte de los niños SHEVA.

—Señora presidenta —aulló el senador Percy de Ohio—, me ofende la sugerencia de que el estado de Ohio fuese de alguna forma responsable de ese desastre.

—Senador Percy, el senador Chase tiene la palabra —le recordó la senadora Thomasen.

—Me ofende toda la cuestión —aulló Percy.

—Registrado. Por favor, prosiga, senador Chase.

—Señora presidenta, me limito a seguir la línea de preguntas iniciada la semana pasada por el senador Gianelli, que espero no esté indispuesto hoy, al menos no con un virus.

No hubo risas en la cámara del senado. Chase siguió sin perder el paso.

—No pretendo ofender al honorable senador de Ohio.

El senador Percy hizo un gesto con la mano cubriendo toda la cámara como si estuviese más que dispuesto a lanzarlos a todos por la ventana.

—La corrupción personal no debería manchar a tan gran estado.

—Ni yo pretendo impugnar la reputación de Ohio, que es donde nací, señora presidenta. ¿Puedo continuar con mis preguntas?

—¿Qué demonios te obligó a mudarte, Charlie? —preguntó Percy—. Nos vendría bien tu vista de águila —le sonrió a la sala casi totalmente vacía. Sólo un senador al que le gustaba dar la nota, o un cómico al final de sus días, podía imaginar un público donde no lo había, reflexionó Augustine. Desplegó los brazos para tocar ligeramente con el dedo sobre la mesa.

—La presidencia solicita un mínimo de camaradería.

—He terminado, señora presidenta —anunció Percy, recostándose y poniéndose las manos tras el cuello.

Augustine bebió lentamente de un vaso de agua.

—Quizá nuestras preguntas podrían ser más específicas, tratar más de responsabilidades y menos de geografía —sugirió Thomasen.

—Que así sea —dijo Percy.

—Cuando estuvo al cargo del sistema de escuelas de Acción de Emergencia, ¿suministró a todas las escuelas, incluso las controladas por el estado, con la asignación federal de suministros médicos? —dijo Chase.

—Lo hicimos, senador —dijo Augustine.

—¿Esos suministros incluían los mismos antivirales que podrían haber salvado la vida de esos niños desafortunados?

—Así fue.

—¿En cuántos estados había suministro suficiente de esos antivirales para tratar a los niños enfermos?

—Cinco; seis, si incluimos el territorio de Puerto Rico.

—¿Mi estado, doctor, era uno de ellos?

—Lo era, senador —dijo Augustine.

El senador hizo una pausa para que quedase claro.

—El suministro de antivirales fue suficiente para tratar a los niños en custodia… a nuestro cuidado. Arizona no perdió ni de lejos tantos niños como la mayoría. ¿Y ese suministro estaba garantizado porque Arizona no pretendió controlar y desviar los suministros para las escuelas de Acción de Emergencia, un secuestro patrocinado por la mayoría republicana, si recuerdo correctamente?

—Sí, senador —Augustine volvió a golpear con el dedo sobre la mesa. Ahora no era el momento de comentar las acciones actuales de Arizona. Había rumores de que allí se metía en escuelas a los hijos de los disidentes. Evidentemente, ya no tenía acceso a la lista.

—¿Sería justo decir que perdió su trabajo debido a ese fiasco? —preguntó Chase.

—Formó parte de una situación más amplia —dijo Augustine.

—Una buena parte, supongo.

Augustine asintió muy ligeramente.

—¿Sigue siendo consultor para la Autoridad de Acción de Emergencia?

—Sirvo como consejero de asuntos víricos para el director del Instituto Nacional de Salud. Sigo teniendo despacho en Bethesda.

Chase buscó más material entre los papeles y añadió:

—¿En esta cuestión su estrella no ha salido del todo del firmamento?

—Supongo que no, senador.

—¿Y cuál es el presupuesto de la Autoridad este año? —Chase levantó la vista inocentemente.

—Tú de todos nosotros deberías saberlo, Charlie —gruñó el senador Percy.

—El presupuesto de Acción de Emergencia no está sujeto a revisión anual por parte del Congreso, ni tampoco está disponible para el escrutinio público directo —dijo Augustine—. Yo mismo no tengo la cifra exacta, pero estimo que el presupuesto actual supera los ochenta mil millones de dólares… el doble que tenía cuando yo era director. Eso incluye investigación y desarrollo en los sectores privados y públicos.

Thomasen miró ceñuda a la sala.

—La directora se retrasa.

—No está aquí para defenderse —observó Percy con diversión. Thomasen le hizo un gesto a Chase para que continuase, y luego consultó con un interno.

Chase se acercó a su tema favorito.

—Acción de Emergencia se ha convertido en uno de los mayores programas gubernamentales de este país, rechazando con éxito todos los intentos por limitar sus prerrogativas e investigar su constitucionalidad en un momento de recortes fiscales drásticos, ¿no es así?

—Todo cierto —dijo Augustine.

—Y con ese presupuesto, aprobado tanto por administraciones republicanas como demócratas año tras año, ACEM ha gastado decenas de millones de dólares en abogados para defender su cuestionable legalidad, ¿no es así?

—Los mejores, senador.

—¿Y presta atención a los deseos del Congreso, o a su comité de control? ¿Hasta el punto de que la dirección llega a tiempo cuando se la requiere?

El senador Percy de Ohio exhaló sobre el micrófono creando la sensación de que había mucho viento en la cámara.

—¿Adónde nos dirigimos, señora presidenta? ¿No hay ojos a la funerala para todos?

—¡Perdimos a setenta y cinco mil niños, senador Percy! —rugió Chase.

Percy replicó de inmediato.

—Los mató una enfermedad, senador Chase, no mis electores, ni siquiera ningún ciudadano normal, los verdaderos ciudadanos, de mi gran estado, o de este gran país. —Percy evitó la mirada de halcón del senador de Arizona.

—Doctor Augustine, ¿no es su conclusión científica que esta nueva variedad vírica, de la enfermedad mano, pie y boca, se generó en la llamada población adulta normal, en parte por recombinación con antiguos genes víricos que no se encuentran en los niños SHEVA? —preguntó Chase.

—Sí —dijo Augustine.

—Muchos científicos importantes no están de acuerdo —dijo Percy, y levantó la mano como si quisiese protegerse de una súbita rociada de gravilla—. ¿Y no predijo usted que sucedería lo contrario, hace catorce años, en una declaración que prácticamente condujo a la creación de Acción de Emergencia?

—¿Lo contrario es…? —dijo Augustine, arqueando las cejas.

—Que los niños crearían nuevos virus que nos matarían, doctor.

Augustine asintió.

—Así fue.

—¿Y no sigue siendo una posibilidad científica, doctor Augustine? —exigió Percy.

—No ha sucedido, senador —dijo Augustine apaciblemente.

Percy avanzó.

—Vamos, doctor Augustine. Es su teoría. ¿No es probable que ese brote vírico mortal se produzca pronto, dada la posibilidad de que esos niños perciban que están amenazados, y que muchos de esos viejos virus respondan a los productos, esteroides o lo que sea que fabrican cuando son infelices o están estresados?

Augustine controló un estremecimiento del labio. El senador demostraba algo de educación.

—Sugiero que quizá los niños ya han puesto la otra mejilla, y que es hora de que nosotros mostremos algo de caridad. Podríamos aliviar parte de su estrés. Y deberíamos reconocerlos como lo que son, no lo que tememos que sean.

—Son el producto mutado de una temible enfermedad vírica —dijo Percy, enderezándose el micrófono con un crujido.

—Son nuestros hijos —dijo Augustine.

—¡Nunca! —gritó Percy.