Kaye paró la camioneta Toyota a un lado de la carretera de tierra y apoyó la cabeza sobre el volante. Había dejado de llover, pero en varias ocasiones habían estado a punto de dejar las ruedas atrapadas en el barro. Gimió.
Mitch abrió la portezuela.
—Ésta es la carretera. Ésta es la dirección. ¡Mierda!
Lanzó el trozo arrugado de papel a una zanja húmeda. La única casa hacía tiempo que estaba condenada, y la mitad se había carbonizado tras un incendio. Le rodeaban como cinco o seis acres de terreno de granja, sombríos tras un velo de fina neblina. Serpentinas de nubes jugaban al escondite con un sol acuoso. La casa se manifestaba luminosa, luego oscura, bajo las idas y venidas de esos enormes dedos grises.
—Quizá no esté con él. —Kaye miró a Mitch a través de la puerta abierta.
—Puede que me confundiese en algún número —dijo Mitch, apoyándose contra el vehículo.
Sonó el móvil. Los dos se envararon como si les hubiesen clavado alfileres. Mitch sacó el teléfono y dijo:
—Sí.
El teléfono reconoció su voz y anunció que el número de la persona que llamaba estaba bloqueado, para preguntar a continuación si deseaba aceptar la llamada de todas formas.
—Sí —dijo sin pensar.
—¿Papi? —la voz al otro extremo era aguda y manifestaba tensión, pero sonaba como la de Stella.
—¿Dónde estás?
—¿Eres tú? ¿Papi? —La voz pasó por una pelea de pájaros digital y luego se recuperó. Nunca antes había oído sonidos semejantes y le preocuparon.
—Soy yo, cariño. ¿Dónde estás?
—Estoy en una casa. Vi el número en el buzón.
Mitch sacó bolígrafo y papel del interior del abrigo y apuntó el número y la carretera.
—Sé fuerte, Stella, y no permitas que nadie te toque —dijo, esforzándose por sonar tranquilo—. Vamos de camino. —Renuente dijo adiós y colgó el teléfono. Tenía el rostro como la arenisca roja, estaba tan furioso…
—¿Está bien?
Mitch asintió, luego volvió a abrir el teléfono y marcó otro número.
—¿A quién llamas?
—A la policía del estado —dijo.
—¡No podemos! —gritó Kaye—. ¡Se la llevarán!
—Es demasiado tarde para preocuparse de eso —dijo Mitch—. Ese tío quiere la recompensa, y nos quiere a todos.