Apéndice: El mundo en que vivo

TENNESSEE WILLIAMS SE ENTREVISTA A SÍ MISMO[5]

Pregunta: ¿Podemos hablar con franqueza?

Respuesta: No podemos hablar de otra forma.

P: Tal vez sepa que la mayoría de los espectadores que vieron el reestreno de El zoo de cristal, su primera obra de éxito, a principios de la presente temporada opinaron que sigue siendo la mejor de sus piezas.

R: Sí, he leído todas las críticas y reseñas, incluso las que dicen que escribo por dinero y que de mis obras gusta sobre todo lo brutal y los bajos instintos.

P: ¿Y a qué viene tanto humo…?

R: Un fuego nunca despide tanto humo como cuando le echas agua.

P: Pero sin duda estará de acuerdo en que hay una inquietante nota de acritud, frialdad, violencia e ira en sus últimas obras.

R: Creo que, aunque no lo haya hecho de forma deliberada, me he dejado llevar por la tensión, la ira y la violencia crecientes del mundo y de la época en que vivo, canalizadas a través de la tensión paulatinamente mayor que experimento como autor y como persona.

P: Entonces admite que esa «tensión creciente», como usted la llama, es un reflejo de su propio estado.

R: Sí.

P: ¿Una estado enfermizo?

R: Sí.

P: ¿Que tal vez linde con lo psicótico?

R: Supongo que mis obras siempre han sido una suerte de psicoterapia para mí.

P: Pero ¿cómo espera que sus obras teatrales o de otros géneros tengan efecto sobre el público si no son más que creaciones de un posible o incipiente loco que las aprovecha para liberar sus tensiones?

R: Porque también libera las suyas.

P: ¿Las tensiones del público?

R: Sí, las crecientes tensiones del público. Tensiones que lindan con lo psicótico.

P: ¿Cree usted que el mundo se está volviendo loco?

R: ¿Cómo que «volviendo»? ¡Yo diría que ya casi está loco! Como dice el Gitano en Camino real, el mundo es una tira cómica leída al revés. Y así no resulta tan divertida.

P: ¿Hasta dónde cree que puede llegar con su visión torturada del mundo?

R: Hasta donde pueda llegar el mundo en su torturado estado. Quizá hasta ahí, pero no más allá.

P: Y no espera que el público y los críticos coincidan con usted, ¿verdad?

R: No.

P: Entonces ¿por qué tira de ellos y los empuja hasta ese extremo?

R: Soy yo el que llego a ese extremo. No empujo ni tiro de nadie.

P: Sí, pero usted espera que la gente le siga escuchando, ¿o no?

R: Naturalmente.

P: ¿Aunque la espante con la violencia y el horror de sus obras?

R: ¿No ha notado que las personas que le rodean van cayendo como moscas a consecuencia de la actual plaga de violencia y de horror que asola el mundo en que vivimos?

P: Pero usted es un comediante, alguien que entretiene con pretensiones artísticas, ¡y la gente ya no se entretiene con gatas sobre tejados de zinc ni con muñequitas ni con pasajeros en tranvías de locos!

R: Pues deje usted que vayan a ver musicales y comedias. Yo no pienso cambiar de actitud. Me resulta lo suficientemente difícil escribir lo que quiero escribir como para encima escribir lo que usted dice que ellos quieren que escriba, que no es lo que yo quiero escribir.

P: En su opinión, ¿tienen sus obras un mensaje positivo?

R: Pues sí, yo creo que lo tienen.

P: ¿Qué mensaje positivo?

R: La súplica, el grito casi, necesita un esfuerzo enorme y universal por conocernos mejor unos a otros, por conocernos lo bastante para admitir que ningún hombre tiene el monopolio de la verdad o de la virtud y que, de igual modo, todos los hombres tienen un rincón en el que habitan la ambigüedad y la maldad. Si las personas, las razas y las naciones empezasen por esa verdad manifiesta, creo que el mundo podría salvar la especie de corrupción que, involuntariamente, he escogido como tema básico y alegórico del conjunto de mi obra.

P: Lo dice como si se sintiera alejado y por encima de ese proceso de corrupción que sufre la sociedad.

R: Nunca he escrito sobre ningún mal que no haya observado en mí mismo.

P: Pero acusa a la sociedad en su conjunto de sucumbir ante una falsedad deliberada y da la impresión de que, como autor, se distancia de ella.

R: Como autor sí, pero no como persona.

P: ¿Le parece que ésa es una de sus virtudes como escritor?

R: No siento ningún aprecio especial por los escritores, pero me inclino a pensar que lo que más motiva a la mayoría de ellos y a la mayoría de los demás artistas es su vocación desesperada de encontrar y de distinguir la verdad del complejo de mentiras y evasiones en que vivimos, y creo que este impulso es lo que hace que su obra no sea tanto una profesión como una vocación, una auténtica llamada.

P: ¿Por qué no escribe sobre personas agradables, buenas? ¿No ha conocido a ninguna persona agradable en toda su vida?

R: Mi teoría sobre la gente buena es tan simple que me da vergüenza comentarla.

P: Oh, por favor, hágalo.

R: Pues nunca he conocido a nadie a quien no pudiera querer si le conocía y le comprendía del todo, y en mi obra, al menos he intentado llegar al conocimiento y la comprensión.

No creo en el «pecado original». No creo en la «culpa». No creo en héroes y villanos, creo tan sólo que las personas toman el buen o el mal camino, y no por elección, sino por necesidad o por ciertas influencias que les afectan y todavía no comprenden, por sus circunstancias y por sus antecedentes.

Es tan simple que me da vergüenza decirlo, pero estoy seguro de que es cierto. En realidad, ¡apostaría mi vida a que lo es! Por eso no comprendo por qué nuestra maquinaria propagandística está siempre tratando de enseñarnos, de persuadirnos, de que hay que odiar y temer a otros, cuando vivimos en un mundo tan pequeño.

¿Por qué no nos acercamos a los demás y tratamos de conocerlos igual que yo trato de acercarme y conocer a los personajes de mis obras? Esto suena terriblemente vanidoso y egocéntrico.

No quiero terminar así. Pero ¿qué puedo decir? ¿Que sé que soy un artista menor que, por pura casualidad, ha escrito una o dos obras importantes? Ni siquiera puedo decir que lo sean. Da lo mismo. He dicho lo que quería decir. Es posible que vuelva a decirlo o que me calle. No depende de usted, depende por entero de mí y de cómo la suerte o la providencia operen en mi vida.