Undécima escena

Algunas semanas más tarde. Stella está haciendo el equipaje de Blanche. Se oye el agua del baño.

Las cortinas están parcialmente abiertas y en la mesa de la cocina Stanley, Steve, Mitch y Pablo juegan al póquer. En la cocina reina la misma atmósfera animada y bronca de la desastrosa velada de póquer anterior.

La casa se recorta sobre un cielo turquesa. Stella ha llorado mientras guardaba los vestidos estampados en el baúl, que todavía está abierto.

Eunice baja la escalera desde su piso y entra en la cocina. En la mesa de póquer hay un alboroto.

STANLEY: Me lo juego todo a un farol y lo he conseguido, ¡por Dios!

PABLO: ¡Maldita sea tu suerte!

STANLEY: En inglés, hispano.

PABLO: Maldigo tu podrida suerte.

STANLEY (prodigiosamente eufórico): ¿Tú sabes lo que es la suerte? La suerte es confiar en que tienes suerte. Acuérdate de la batalla de Salerno. Yo confié en mi suerte. Yo decía que cuatro de cada cinco tíos no saldrían con vida, y que yo sí… y así fue. Desde entonces se ha convertido en una norma para mí. Para seguir yendo en cabeza en esta carrera de ratas hay que pensar que eres un tipo con suerte.

MITCH: Tú… tú… tú… Fantoche… fantoche… presumido… presumido.

(Stella entra en el dormitorio y empieza a doblar un vestido.)

STANLEY: Pero ¿qué le pasa a este tío?

EUNICE (pasando junto a la mesa): Siempre he dicho que los hombres son unas cosas insensibles y sin sentimientos, pero esto es el colmo. Sois como cerdos. (Atraviesa las cortinas y entra en el dormitorio.)

STANLEY: ¿Qué le pasa a esa mujer?

STELLA: ¿Qué tal está mi niño?

EUNICE: Durmiendo como un angelito. Te he traído uvas. (Las coloca en una banqueta y baja la voz.) ¿Y Blanche?

STELLA: Se está bañando.

EUNICE: ¿Qué tal está?

STELLA: No ha querido comer nada, pero ha pedido algo de beber.

EUNICE: ¿Qué le has dicho?

STELLA: Pues… sólo le he dicho que… la mandamos a descansar al campo. Pero mezcla las cosas y habla de Shep Huntleigh.

(Blanche abre un poco la puerta del baño.)

BLANCHE: Stella.

STELLA: Dime, Blanche.

BLANCHE: Si alguien me llama mientras estoy en el baño, anota su número y dile que luego le llamo.

STELLA: Sí.

BLANCHE: Ese precioso vestido amarillo de seda: el bouclé. Mira a ver si está arrugado. Si no está arrugado quiero ponérmelo con ese caballito de mar de plata y turquesas. Está en la caja con forma de corazón donde guardo las joyas. Ah, Stella… a ver si encuentras en esa misma caja un ramito de flores artificiales, hace juego con el caballito.

(Cierra la puerta. Stella se vuelve hacia Eunice.)

STELLA: No sé si he hecho bien.

EUNICE: ¿Y qué ibas a hacer?

STELLA: No podía pensar que lo que me contó es verdad y seguir viviendo con Stanley.

EUNICE: No te lo creas. La vida tiene que continuar. Pase lo que pase hay que seguir adelante.

(La puerta del baño se abre un poco.)

BLANCHE (asomándose): ¿Hay moros en la costa?

STELLA: No. (A Eunice.) Dile lo guapa que está.

BLANCHE: Por favor, corre las cortinas antes de que salga.

STELLA: Están corridas.

STANLEY: ¿Cuántas para ti?

PABLO: Dos.

STEVE: Tres.

(Blanche aparece en la luz ámbar de la puerta. Lleva una bata de satén roja que se pega a sus líneas esculturales y le da un aspecto brillante y trágico. Cuando Blanche entra en el dormitorio, suena «La varsoviana».)

BLANCHE (con una vivacidad levemente histérica): Me he lavado la cabeza.

STELLA: Ah, ¿sí?

BLANCHE: No sé si me he aclarado bien.

EUNICE: ¡Qué pelo tan bonito!

BLANCHE (aceptando el cumplido): ¡Qué raro! ¿No me han llamado?

STELLA: ¿Quién, Blanche?

BLANCHE: Shep Huntleigh…

STELLA: Pues todavía no ha llamado, cariño.

BLANCHE: ¡Qué raro…!

(Al oír la voz de Blanche, Mitch apoya en la mesa la mano con la que sostiene las cartas y mira al vacío. Stanley le da una palmada en el hombro.)

STANLEY: ¡Eh, Mitch, vuelve aquí!

(Esta nueva voz sobresalta a Blanche. Hace una mueca conmocionada, articulando el nombre de Stanley con los labios, pero muda. Stella asiente y aparta la vista rápidamente. Blanche se queda muy quieta por unos momentos: lleva el espejo de plata en la mano y tiene una mirada perpleja y triste que parece expresar toda la experiencia humana. Finalmente, habla, pero con súbita histeria.)

BLANCHE: ¿Qué ha pasado aquí?

(Mira a Stella y a Eunice y luego nuevamente a Stella. Su voz, elevada, perturba la concentración de los jugadores; Mitch agacha todavía más la cabeza, pero Stanley retira su silla, como si estuviera a punto de levantarse. Steve le pone la mano en el brazo para impedirlo.)

¿Qué ha pasado aquí? Quiero saber lo que ha pasado aquí.

STELLA (con angustia): ¡Chist, chist!

EUNICE: ¡Calla, calla, cariño!

STELLA: Blanche, por favor.

BLANCHE: ¿Por qué me miráis así? ¿Me pasa algo?

EUNICE: Estás maravillosa, Blanche. ¿No está maravillosa?

STELLA: Sí.

EUNICE: Te vas de viaje, ¿verdad?

STELLA: Sí, se va de viaje. Se va de vacaciones.

EUNICE: Me muero de envidia.

BLANCHE: ¡Ayúdame, ayúdame a vestirme!

STELLA (dándole su vestido): ¿Es éste el que…?

BLANCHE: ¡Sí, éste está bien! ¡Estoy impaciente por llegar, este lugar es una trampa!

EUNICE: Qué chaqueta tan preciosa, qué azul tan bonito.

STELLA: Es lila.

BLANCHE: Os confundís las dos. Es azul Della Robbia. El azul del manto de la Virgen en muchos cuadros antiguos. Mmm, ¿uvas? ¿Están lavadas?

(Señala el racimo de uvas que ha bajado Eunice.)

EUNICE: ¿Eh?

BLANCHE: Lavadas. Que si están lavadas.

EUNICE: Son del Mercado Francés.

BLANCHE: Eso no significa que estén lavadas. (Las campanas de la catedral tañen.) Las campanas de la catedral… son lo único limpio del barrio. Bueno, me voy, ya estoy lista para irme.

EUNICE (susurrando): Se va a marchar antes de que lleguen.

STELLA: Blanche, espera.

BLANCHE: No quiero pasar por delante de esos hombres.

EUNICE: Es mejor que esperes a que terminen la partida.

STELLA: Siéntate y…

(Blanche da media vuelta y vacila. Deja que Stella y Eunice la lleven a una silla.)

BLANCHE: Puedo oler el mar. Voy a pasar lo que me queda de vida junto al mar y, cuando muera, voy a morir en el mar. ¿Sabéis de qué voy a morirme? (Coge una uva.) Voy a morirme por comerme una uva sin lavar que me voy a encontrar en el mar. Voy a morirme… cogiendo la mano al médico del barco, a un médico muy joven y muy guapo con un bigote rubio y un gran reloj de plata. «Pobre dama —dirán—, la quinina no le ha servido de nada. Esa uva sin lavar ha transportado su alma hasta el cielo.» (Se oyen las campanas de la catedral.) Y me enterrarán en el mar, metida en un saco blanco que echarán por la borda, a mediodía, en pleno verano, ¡a un mar azul (vuelven a oírse las campanas) como los ojos de mi primer amor!

(Un Médico y una Enfermera han aparecido por la esquina y tras rodear el edificio suben la escalera del porche. La gravedad de su profesión está exagerada: se advierte en ellos el inconfundible aura de las instituciones estatales y su cínico desapego. El Médico llama al timbre. El murmullo de la partida se interrumpe.)

EUNICE (entre susurros a Stella): Deben de ser ellos.

(Stella se aprieta la boca con los puños.)

BLANCHE (levantándose despacio): ¿Qué ocurre?

EUNICE (con una ligereza artificial): Perdonadme un momento, voy a ver quién es.

STELLA: Claro.

(Eunice se dirige a la cocina.)

BLANCHE (tensa): A lo mejor han venido a buscarme.

(En la puerta se produce una conversación entre susurros.)

EUNICE (volviendo de la puerta, con alegría): Preguntan por Blanche.

BLANCHE: ¡Ah, entonces han venido a buscarme! (Mira con miedo a la una y a la otra y luego a las cortinas. «La varsoviana» suena débilmente.) ¿Es el caballero de Dallas a quien estaba esperando?

EUNICE: Yo creo que sí.

BLANCHE: Todavía no estoy lista.

STELLA: Dile que espere fuera.

BLANCHE: Yo…

(Eunice vuelve a las cortinas. Muy suavemente, empieza a sonar una batería.)

STELLA: ¿No se te olvida nada?

BLANCHE: Todavía no he guardado mi juego de aseo de plata.

STELLA: ¡Ah!

EUNICE (volviendo): Están esperando en la puerta.

BLANCHE: ¿Están? ¿Cómo que están?

EUNICE: También ha venido una señora.

BLANCHE: ¡No me hago idea de quién se trata! ¿Cómo va vestida?

EUNICE: Pues… pues lleva una especie de… un vestido muy sencillo.

BLANCHE: Es posible que sea su…

(Su voz se apaga nerviosamente.)

STELLA: Blanche, ¿nos vamos?

BLANCHE: ¿Tengo que pasar por el salón?

STELLA: Yo te acompaño.

BLANCHE: ¿Qué tal estoy?

STELLA: Preciosa.

EUNICE (repitiendo): Preciosa.

(Blanche se acerca con temor a las cortinas. Eunice las corre para que pase. Blanche entra en la cocina.)

BLANCHE (a los hombres): Por favor, no se levanten. Sólo voy a pasar.

(Se dirige rápidamente a la puerta de entrada. Stella y Eunice la siguen. Los hombres, algo incómodos, se ponen en pie en sus sitios —todos menos Mitch, que sigue sentado, con la vista fija en la mesa—. Blanche sale al pequeño porche que hay a un lado de la puerta. Se para en seco y se le corta la respiración.)

MÉDICO: Hola, ¿qué tal?

BLANCHE: Usted no es el caballero a quien estoy esperando. (Súbitamente, da un respingo y empieza a retroceder escalones abajo. Se detiene junto a Stella, que está pasado el umbral de la puerta, y habla con un susurro aterrador.) Este hombre no es Shep Huntleigh.

(«La varsoviana» suena en la distancia.

Stella mira a Blanche. Eunice sostiene a Stella por el brazo. Hay un momento de silencio en el que no se oye nada excepto el ruido que hace Stanley al barajar.

Blanche contiene la respiración otra vez y vuelve a entrar en la casa. Tiene una sonrisa peculiar, los ojos muy abiertos y una mirada brillante. En cuanto su hermana pasa a su lado, Stella cierra los ojos y cierra los puños. Para consolarla, Eunice la envuelve con sus brazos. A continuación sube a su casa. Blanche se detiene en el umbral de la puerta. Mitch sigue con la cabeza agachada, como si se mirase las manos, que tiene apoyadas en la mesa, pero los otros tres hombres la miran con curiosidad. Por fin, Blanche rodea la mesa y se dirige al dormitorio. Al hacerlo, Stanley, de pronto, retira su silla y se levanta como si quisiera impedirle el paso. La Enfermera va detrás de ella.)

STANLEY: ¿Se te olvida algo?

BLANCHE (con miedo): ¡Sí! ¡Se me ha olvidado una cosa!

(Pasa rápidamente junto a Stanley y entra en el dormitorio. En las paredes aparecen unos reflejos pálidos, sinuosos y extraños. «La varsoviana» se oye con una rara distorsión, acompañada de gritos y ruidos de jungla. Blanche coge una silla, como si quisiera defenderse.)

STANLEY (en voz baja): Eh, doctor, será mejor que pase.

MÉDICO (en voz baja, acercándose a la Enfermera): Enfermera, sáquela de ahí.

(La Enfermera avanza hacia un lado de Blanche. Stanley hacia el otro. Privada de las cualidades más suaves de la feminidad, la Enfermera, que lleva un atuendo muy formal y adusto, es una figura peculiar y siniestra. Tiene una voz seca y monótona como una sirena de incendios.)

ENFERMERA: Hola, Blanche.

(Este saludo es respondido por los ecos repetidos de otras voces misteriosas que surgen desde detrás de las paredes, como si la Enfermera hubiera hablado en un cañón.)

STANLEY: Dice que se le ha olvidado una cosa.

(El eco resuena con susurros amenazantes.)

ENFERMERA: No pasa nada.

STANLEY: ¿Qué se te ha olvidado, Blanche?

BLANCHE: Pues… pues…

ENFERMERA: Da lo mismo. Podemos enviar a alguien a buscarla.

STANLEY: Claro. Podemos mandártela con el baúl.

BLANCHE (retrocediendo, con pánico): No los conozco, no los conozco. Quiero… quiero que me dejen en paz… ¡por favor!

ENFERMERA: ¡Ya, Blanche, ya!

ECOS (subiendo y bajando): ¡Ya, Blanche, ya… ya, Blanche, ya!

STANLEY: Aquí no te dejas nada, sólo polvos de talco y frascos de perfume vacíos. ¿O quieres llevarte la lámpara de papel? ¿Quieres la lámpara de papel?

(Va hasta el tocador y coge la lámpara de papel, rasgándola al quitarla de la bombilla, y se la ofrece a Blanche. Blanche grita como si ella misma fuera la lámpara. La Enfermera se acerca con determinación. Blanche grita y trata de abrirse paso. Todos los hombres se ponen en pie de un salto. Stella sale corriendo al porche y Eunice corre a consolarla mientras los hombres hablan en medio de un gran alboroto. Stella corre a abrazarse a Eunice.)

STELLA: ¡Oh, Dios mío, Eunice, ayúdame! ¡No dejes que le hagan eso, no dejes que le hagan daño! ¡Dios mío, Dios mío, por favor, que no le hagan daño! Pero ¿qué le están haciendo? ¿Qué están haciendo?

(Trata de separarse de Eunice.)

EUNICE: No, cariño, no, no, cariño. Quédate aquí. No entres. Quédate aquí conmigo y no mires.

STELLA: ¿Qué le he hecho a mi hermana? Dios mío, ¿qué le he hecho a mi hermana?

EUNICE: Has hecho lo que debías, lo único que podías hacer. No podía quedarse aquí. No tiene ningún otro sitio adonde ir.

(Mientras Stella y Eunice hablan en el porche, las voces de los hombres se solapan con las suyas. Mitch ha hecho ademán de dirigirse al dormitorio. Stanley ha cruzado para impedírselo. Mitch ha forcejeado y Stanley lo ha empujado. Mitch cae sobre la mesa, sollozando.

Durante las escenas precedentes, la Enfermera coge a Blanche por el brazo y evita que huya. Blanche gira salvajemente y araña a la Enfermera. La mujer, muy corpulenta, le retuerce ambos brazos. Blanche grita con voz ronca y cae de rodillas.)

ENFERMERA: Vamos a cortarte esas uñas. (El Médico entra en la estancia y la Enfermera lo mira.) ¿Le pongo la camisa, doctor?

MÉDICO: No, a no ser que sea necesario.

(Se quita el sombrero y en ese instante pierde su cualidad inhumana, parece convertirse en persona. Tiene una voz amable y parece de fiar. Se acerca a Blanche y se inclina hacia ella. Al pronunciar su nombre, el terror de Blanche remite un poco. Los reflejos de las paredes también remiten, los gritos inhumanos y los ruidos dejan de oírse y el llanto agitado de Blanche también se calma.)

MÉDICO: Señorita DuBois.

(Blanche dirige al Médico una mirada suplicante y desesperada. El Médico sonríe y, a continuación, habla con la Enfermera.)

No será necesario.

BLANCHE (débilmente): Dígale que me suelte.

MÉDICO (a la Enfermera): Déjela.

(La Enfermera la suelta. Blanche extiende los brazos hacia el Médico, que la ayuda a levantarse suavemente y, ofreciéndole el brazo, la lleva a través de las cortinas.)

BLANCHE (aferrándose a su brazo): Sean quienes sean… yo siempre he dependido de la amabilidad de los desconocidos.

(Los jugadores de póquer retroceden cuando Blanche y el Médico cruzan la cocina en dirección a la puerta de entrada. Blanche permite que el Médico la guíe como a una ciega. Cuando salen al porche, Stella grita el nombre de su hermana desde donde está acuclillada, unos escalones por encima.)

STELLA: ¡Blanche! ¡Blanche! ¡Blanche!

(Blanche sigue andando sin mirar atrás, seguida del Médico y la Enfermera. Desaparecen por la esquina de la casa.

Eunice baja hasta Stella y coloca al niño en sus brazos. Está envuelto en una manta azul pálido. Stella acoge al niño entre sollozos. Eunice sigue bajando la escalera y entra en la cocina, donde los hombres, todos menos Stanley, vuelven en silencio al lugar que ocupaban. Stanley ha salido al porche y está al pie de la escalera, mirando a Stella.)

STANLEY (un poco inseguro): ¿Stella?

(Stella solloza con abandono inhumano. Hay cierta satisfacción en su completa claudicación al llanto ahora que su hermana se ha ido.)

STANLEY (con voz voluptuosa y dulce, tranquilizadora): Ya, cariño. Ya, amor. Ya, ya, amor. (Se arrodilla al lado de Stella y sus dedos encuentran la apertura de su blusa.) Ya, ya, amor. Ya, amor…

(Los sollozos satisfechos, el murmullo sensual remiten bajo la música cada vez más alta del «piano de los blues» y de una trompeta con sordina.)

STEVE: Póquer descubierto. Siete cartas.

TELÓN