Esa misma noche, unas horas después.
Blanche lleva bebiendo sin interrupción desde que Mitch se marchó. Ha arrastrado hasta el centro del dormitorio el baúl con su ropa. Está abierto y sobre él hay vestidos con estampados de flores. A medida que bebía y hacía el equipaje, ha ido afianzándose en ella cierta excitación histérica. Lleva puesto un vestido de noche usado y arrugado blanco y de seda y un par de zapatillas plateadas y gastadas con tacones adornados con brillantes.
Está delante del espejo del tocador, colocándose la diadema de estrás. Murmura con excitación, como si hablara con un grupo de admiradores espectrales.
BLANCHE: ¿Qué os parece si nos damos un baño, un baño a la luz de la luna en la vieja cantera? ¡Si es que alguno de vosotros está lo bastante sobrio para conducir! ¡Ja, ja! ¡Lo mejor del mundo para que deje de zumbaros la cabeza! Pero andad con cuidado y tiraos en la parte profunda de la poza; si os dais contra una roca, no saldréis a flote hasta mañana…
(Coge con manos temblorosas el espejo de mano para mirarse mejor. Se queda sin respiración y deja el espejo boca abajo en el tocador con tanta violencia que el cristal se rompe. Gime y hace ademán de levantarse.
Stanley aparece por la esquina de la casa. Lleva la camisa de seda de un verde muy vivo que se puso para ir a los bolos. Cuando da la vuelta a la esquina, se oye la música de cabaret, que continuará sonando suavemente a lo largo de la escena.
Entra en la cocina cerrando de un portazo. Al ver a Blanche, suelta un largo silbido. Ha tomado algunas copas y lleva unas cuantas botellas de cerveza.)
BLANCHE: ¿Qué tal está mi hermana?
STANLEY: Bien.
BLANCHE: ¿Y cómo está el niño?
STANLEY (con una sonrisa amable): No nacerá hasta mañana, así que me han dicho que me venga y duerma un poco.
BLANCHE: ¿Significa eso que estamos solos?
STANLEY: Sí, Blanche. Tú y yo solos. A no ser que tengas a alguien escondido debajo de la cama. ¿Por qué te has puesto esas plumas?
BLANCHE: Ah, es verdad. Os fuisteis antes de que llegara el telegrama.
STANLEY: ¿Te han mandado un telegrama?
BLANCHE: Me lo ha mandado un antiguo admirador.
STANLEY: Buenas noticias.
BLANCHE: Eso creo. Una invitación.
STANLEY: ¿A qué? ¿Al baile de los bomberos?
BLANCHE (echando la cabeza hacia atrás): ¡Un crucero en yate por el Caribe!
STANLEY: Vaya, vaya. ¿Qué te parece?
BLANCHE: Ha sido la sorpresa más grande de mi vida.
STANLEY: Apuesto a que sí.
BLANCHE: ¡Y completamente inesperada!
STANLEY: ¿Y quién dices que te lo ha enviado?
BLANCHE: Un antiguo pretendiente.
STANLEY: ¿El que te regaló la estola de zorro blanco?
BLANCHE: El señor Shep Huntleigh. Llevé su insignia de la fraternidad Alfa Tau Omega en la universidad, en el último curso. No le había visto hasta las Navidades pasadas. Me lo encontré en Biscayne Boulevard. ¡Y desde entonces… hasta ahora, que me invita a un crucero por el Caribe! El problema es la ropa. ¡He puesto patas arriba el baúl para ver si encuentro algo que vaya bien para los trópicos!
STANLEY: ¿Y te has encontrado con esa… estupenda… tiara de diamantes?
BLANCHE: ¿Esta reliquia? Ja, ja, pero si es sólo bisutería.
STANLEY: ¡Jesús! Pero si yo creía que eran diamantes de Tiffany’s. (Se desabrocha la camisa.)
BLANCHE: En fin, el caso es que me lo voy a pasar a lo grande.
STANLEY: Sí. Eso demuestra que nunca se sabe lo que puede pasar.
BLANCHE: Precisamente cuando pensaba que se me había acabado la suerte…
STANLEY: Aparece ese millonario de Miami.
BLANCHE: No es de Miami, es de Dallas.
STANLEY: Ah, ¿de Dallas?
BLANCHE: De Dallas, sí. Donde el oro sale a espuertas de la tierra.
STANLEY: Bueno, el caso es que es de alguna parte. (Empieza a quitarse la camisa.)
BLANCHE: Corre las cortinas antes de seguir desnudándote.
STANLEY (con amabilidad): Esto es todo lo que pienso desnudarme por ahora. (Rasga la bolsa de papel para sacar una botella de cerveza.) ¿Dónde está el abrebotellas?
(Blanche se acerca despacio al tocador y allí se queda, cogiéndose las manos con fuerza.)
Un primo mío abría las botellas con los dientes. (Trata de abrir la botella con el borde de la mesa.) Era lo único que sabía hacer, lo único que sabía… No era más que un abrebotellas humano. Pero un día, en una boda, ¡se le rompieron los dientes! A partir de entonces sentía tanta vergüenza de sí mismo que, cuando llegaban visitas, se iba…
(La chapa de la botella salta y sale un géiser de espuma. Se ríe con alegría, sosteniendo la botella sobre la cabeza.)
¡Ajá! ¡Lluvia del cielo! (Le ofrece la botella a Blanche.) ¿Enterramos el hacha de guerra y bebemos la copa de la amistad?
BLANCHE: No, gracias.
STANLEY: Es una noche muy especial para los dos: tú has encontrado un millonario y yo voy a tener un hijo.
(Se acerca a la cómoda del dormitorio y se agacha para sacar algo del cajón de abajo.)
BLANCHE (apartándose): ¿Qué haces?
STANLEY: En este cajón guardo algo que siempre rompo en ocasiones tan especiales como ésta: ¡el pijama de seda que me puse mi noche de bodas!
BLANCHE: Oh.
STANLEY: Cuando llamen por teléfono y me digan: «¡Ha tenido un hijo!», ¡romperé el pijama y lo moveré como si fuera una bandera! (Agita la camisa de un pijama brillante.) ¡Supongo que los dos tenemos motivos para celebrarlo! (Vuelve a la cocina con la chaqueta del pijama en el brazo.)
BLANCHE: Cuando pienso en lo divino que va a ser recuperar mi intimidad… ¡Me dan ganas de llorar de alegría!
STANLEY: ¿Y el millonario de Dallas no va a entrometerse en tu intimidad?
BLANCHE: No voy a ser eso que estás pensando. Ese hombre es un caballero y me respeta. (Improvisando febrilmente.) Quiere que le haga compañía. ¡Tener grandes riquezas puede acarrear una enorme soledad! ¡Una mujer cultivada, una mujer inteligente y de buena cuna puede enriquecer la vida de un hombre… de una forma inconmensurable! Yo puedo ofrecer todo eso, cualidades inmarcesibles. La belleza física es pasajera, una posesión transitoria. Pero la belleza de espíritu y la ternura de corazón, virtudes que yo poseo, no se marchitan, al contrario, ¡crecen con el tiempo! ¡Crecen con el paso de los años! ¡Qué curioso que me llamen desposeída cuando atesoro tanto en el corazón! (Con un sollozo ahogado.) ¡Creo que soy una mujer muy, muy rica! Pero ¡he sido una estúpida echándoles mis margaritas a los cerdos!
STANLEY: ¿Así que a los cerdos?
BLANCHE: ¡Sí, a los cerdos! ¡A los cerdos! Y no sólo lo digo por ti, sino también por tu amigo el señor Mitchell. ¡Esta noche ha venido a verme! ¡Se ha atrevido a presentarse con la ropa de trabajo! ¡Y a insultarme, a calumniarme con las mentiras que tú le has contado! Le he dicho que no quería saber nada de él…
STANLEY: Conque eso has hecho, ¿eh?
BLANCHE: Pero ha vuelto. Ha vuelto con un ramo de rosas, ¡suplicando que le perdonase! ¡Implorando que le perdonase! Pero hay cosas que no pueden perdonarse. La crueldad deliberada no puede perdonarse. En mi opinión, es lo único que no puede perdonarse y es algo de lo que nadie podrá acusarme jamás. Se lo he dicho. Le he dicho: «Gracias», pero ha sido una estupidez por mi parte pensar que podíamos adaptarnos el uno al otro. Tenemos una forma muy distinta de entender la vida. Nuestra actitud y nuestros orígenes son incompatibles. Hay que ser realista con esas cosas. Así que ¡adiós, amigo mío! Y sin reproches…
STANLEY: Y eso ¿cuándo ha sido, antes o después del telegrama de ese petrolero de Texas?
BLANCHE: ¿Qué telegrama? ¡No! ¡No, después! En realidad, el telegrama ha llegado…
STANLEY: ¡En realidad no existe ningún telegrama!
BLANCHE: ¡Cómo…!
STANLEY: ¡No existe ningún millonario! Y Mitch no ha vuelto con ningún ramo de rosas porque yo sé dónde está…
BLANCHE: ¡Cómo!
STANLEY: ¡Todo son imaginaciones tuyas!
BLANCHE: ¡Cómo!
STANLEY: ¡Y mentiras y trucos y engaños!
BLANCHE: ¡Cómo!
STANLEY: ¡Pero mírate! ¿Tú te has visto? ¡Con ese vestido barato y viejo, alquilado a un trapero por cincuenta centavos! ¡Y con esa estúpida corona! Pero ¿quién te crees que eres, una reina?
BLANCHE: ¡Dios mío…!
STANLEY: ¡Te he calado desde el primer momento! ¡A mí no me has engañado ni por ésas! ¡Llegas aquí y llenas la casa de pulverizadores y perfumes y tapas esa bombilla con una lámpara de papel y, oh, milagro, de pronto estás en el Antiguo Egipto y eres la reina del Nilo! ¡Y te sientas en tu trono y te bebes mi whisky! Pues ¿sabes lo que te digo? Ja. ¿Me estás oyendo? ¡Ja, ja y ja! (Entra en el dormitorio.)
BLANCHE: ¡No entres!
(En las paredes que rodean a Blanche aparecen reflejos. Las sombras adquieren una forma grotesca y amenazante. Blanche contiene el aliento, se acerca al teléfono y descuelga. Stanley entra en el baño y cierra la puerta.)
¡Operadora, operadora! Por favor, quiero poner una conferencia… Quiero hablar con el señor Shep Huntleigh de Dallas. Es tan conocido que no es necesario que le dé su teléfono. Pregunte a cualquiera y… ¡Espere!… No, ahora no puedo buscarlo… Por favor, comprenda, yo… ¡No, no, espere!… ¡Un momento! Alguien está… ¡Nada! ¡Espere, por favor!
(Deja el teléfono y se dirige con paso vacilante a la cocina. La noche se llena de gritos inhumanos, como si Blanche estuviera en la jungla.
Las sombras y los reflejos se deslizan sinuosamente, como llamas, por las paredes.
A través de la pared de las habitaciones, que se ha vuelto transparente, puede verse la acera. Un borracho persigue a una prostituta, la alcanza y se produce un forcejeo que interrumpe el silbato de un policía. Las figuras desaparecen.
Momentos después aparece por la esquina la mujer negra, lleva el bolso de lentejuelas que a la prostituta se le ha caído. Rebusca en él con impaciencia.
Blanche se lleva el puño a la boca y vuelve lentamente hasta el teléfono. Habla con un susurro ronco.)
BLANCHE: ¡Operadora! ¡Operadora! Olvídese de la conferencia. ¡Póngame con la Western Union! No hay tiempo que… ¡Western, Western Union!
(Espera con ansia.)
¿Western Union? ¡Sí! Quiero… anote este mensaje: «¡En circunstancias desesperadas, desesperadas! ¡Ayúdame! Estoy atrapada. Atrapada en…». ¡Oh!
(Se abre la puerta del baño y sale Stanley con su pijama de seda brillante. Mira a Blanche con una sonrisa mientras se anuda el cinturón. Blanche da un respingo y se aleja del teléfono. Stanley la mira fijamente durante diez segundos. Luego se oye, claramente, un ruido en el teléfono, un ruido regular y áspero.)
STANLEY: Te has dejado el teléfono descolgado.
(Se dirige al teléfono y lo cuelga. Después de hacerlo, vuelve a mirar a Blanche y su boca se curva lentamente formando una sonrisa mientras pasa entre ella y la puerta de entrada.
El «piano de los blues», que era apenas audible, comienza a sonar más alto. Sus notas se transforman en el rugido de una locomotora que se aproxima. Blanche se dobla sobre sí misma, tapándose los oídos con los puños hasta que ha pasado.)
BLANCHE (incorporándose por fin): ¡Déjame… déjame pasar!
STANLEY: ¿Que te deje pasar? Claro, adelante. (Se aparta un poco de la puerta.)
BLANCHE: ¡Ponte… ponte ahí! (Indica una posición más apartada.)
STANLEY (sonriendo): Puedes pasar perfectamente.
BLANCHE: ¡No, no, si sigues ahí! Pero ¡tengo que salir como sea!
STANLEY: ¿Y crees que yo voy a impedírtelo? ¡Ja, ja!
(El «piano de los blues» toca una melodía suave. Blanche se vuelve, confusa y con un gesto de debilidad. Las voces inhumanas de la jungla suben de volumen. Stanley da un paso hacia Blanche. Se muerde la lengua, que asoma entre sus labios.)
STANLEY (con suavidad): Pensándolo bien… puede que no estuviera nada mal… impedírtelo…
(Blanche retrocede hasta el dormitorio.)
BLANCHE: ¡Atrás! ¡No te acerques ni un paso más o…!
STANLEY: ¿O qué?
BLANCHE: ¡O va a pasar algo horrible! ¡Lo digo en serio!
STANLEY: ¿Y ahora qué estás tramando?
(Están los dos dentro del dormitorio.)
BLANCHE: ¡Te lo advierto, no sigas! ¡Estoy en peligro!
(Stanley da otro paso. Blanche rompe una botella en la mesa y le hace frente.)
STANLEY: ¿Por qué has hecho eso?
BLANCHE: ¡Para clavártela en la cara!
STANLEY: ¡Serías capaz!
BLANCHE: ¡Por supuesto que sí! Lo haré si…
STANLEY: ¡Ah, conque quieres jaleo! ¡De acuerdo, vamos a tener jaleo!
(Salta hacia Blanche volcando la mesa. Blanche grita y trata de darle con la botella, pero Stanley la coge por la muñeca.)
¡Quieta, fiera! ¡Suelta la botella! ¡Suéltala! ¡Ésta es una cita que los dos teníamos pendientes desde el principio!
(Blanche gime. La botella cae al suelo y Blanche se hinca de rodillas y se queda inerte. Stanley la coge y la lleva hasta la cama. La trompeta y la batería del Cuatro Doses suenan a todo volumen.)