Novena escena

La misma noche, algo después. Blanche está sentada, tensa y encorvada, en una silla del dormitorio que ha cubierto con una tela a rayas diagonales blancas y verdes. Lleva una bata de seda de color escarlata. En la mesa situada al lado de la silla hay una botella de alguna bebida alcohólica y un vaso. Se oye el ritmo rápido y febril de «La varsoviana». Tiene la música en el pensamiento: bebe para dejar de oírla y huir de la sensación de que la amenaza el desastre, parece susurrar la letra de la canción. Recibe el aire de un ventilador giratorio.

Mitch aparece por la esquina vestido con ropa de trabajo: pantalones vaqueros y camisa vaquera azules. Va sin afeitar. Sube la escalera y llama al timbre. Blanche se sobresalta.

BLANCHE: ¿Quién es?

MITCH (con la voz quebrada): Soy yo, Mitch.

(La polca se interrumpe.)

BLANCHE: ¡Mitch!… ¡Un momento!

(Se mueve apresuradamente. Esconde la botella en un armario, se agacha delante del espejo y se arregla un poco con colonia y polvos. Su excitación es tanta que se la oye respirar. Por fin, se acerca precipitadamente a la puerta de la cocina y deja entrar a Mitch.)

¡Mitch!… ¿Sabes una cosa? La verdad es que no tendría que recibirte después de cómo me has tratado hoy. ¡Qué poco caballeroso! Pero ¡adelante, guapo!

(Le ofrece los labios, pero él no le presta atención y entra empujándola. Blanche le mira con pánico.)

¡Dios mío, pero qué enfadado estás! ¡Y qué indumentaria tan burda! Pero ¡si ni siquiera te has afeitado! ¡Un insulto imperdonable para una dama! Pero yo te perdono, te perdono porque siento un gran alivio al verte. Nada más verte he dejado de oír esa polca que no para de darme vueltas en la cabeza. ¿Te has obsesionado alguna vez con algo? No, claro que no, mi mudo angelito, ¡a ti nunca te ha obsesionado nada horrible!

(Mitch la mira fijamente al tiempo que ella, mientras habla, le sigue. Es evidente que Mitch se ha tomado unas copas.)

MITCH: ¿Tiene que estar puesto ese ventilador?

BLANCHE: ¡No!

MITCH: No me gustan los ventiladores.

BLANCHE: Pues vamos a apagarlo, cariño. A mí me da igual.

(Aprieta el botón del ventilador, que se va deteniendo lentamente. Blanche se aclara la garganta con dificultad mientras Mitch se sienta, desplomándose en la cama del dormitorio, y enciende un cigarrillo.)

No sé qué hay de beber, no… no lo he investigado.

MITCH: No quiero beber nada de Stan.

BLANCHE: No es de Stan. No todo lo que hay aquí es de Stan. ¡Algunas cosas son incluso mías! ¿Cómo está tu madre? ¿No está bien?

MITCH: ¿Por qué lo preguntas?

BLANCHE: Porque esta noche ha pasado algo. Pero dejémoslo, me niego a interrogar al testigo. ¡Me limitaré… (Se toca la frente ligeramente. Vuelve a sonar la polca.)… a fingir que no te noto distinto! Otra vez esa música…

MITCH: ¿Qué música?

BLANCHE: ¡«La varsoviana»! La polca que tocaban cuando murió Allan… ¡Espera!

(Se oye un disparo a lo lejos. Blanche parece aliviada.)

¡Otra vez, el disparo! Y después siempre se para.

(La polca deja de sonar otra vez.)

Sí, ya se ha parado.

MITCH: ¿Te has vuelto loca?

BLANCHE: Voy a ver si encuentro algo… (Se acerca al armario y busca la botella fingiendo que no sabe dónde está.) Oh, a propósito, perdona que no esté vestida, pero ya daba por hecho que no vendrías. ¿Te has olvidado de que te había invitado a cenar?

MITCH: No pensaba volver a verte.

BLANCHE: Espera un momento. No oigo lo que dices y hablas tan poco que, cuando dices algo, no quiero perderme ni una sola sílaba… ¿Qué estaba yo buscando? ¡Ah, sí, algo de beber! ¡Esta noche lo hemos pasado tan bien en esta casa que me he vuelto loca! (Finge encontrar de pronto la botella. Mitch pone un pie sobre la cama y la mira con menosprecio.) Oh, vaya, eso sí que está bien. ¡Southern Confort! ¿Qué será esto?

MITCH: Si no lo sabes es que es de Stan.

BLANCHE: Quita el pie de la cama, vas a manchar la colcha. Por supuesto, a los hombres os dan igual esas cosas. He hecho mucho por esta casa desde que estoy aquí.

MITCH: Apuesto a que sí.

BLANCHE: Sabes muy bien cómo estaba antes de que llegara yo. ¡Fíjate ahora! Esta habitación está casi coqueta. Y así quiero que siga. A lo mejor convendría combinar este brebaje con algo. Mmm, ¡qué dulce está! ¡Es muy, muy dulce! ¡Claro, es un liqueur, supongo! ¡Sí, exactamente, un liqueur! (Mitch gruñe.) No creo que te guste, pero inténtalo, a lo mejor sí te gusta.

MITCH: Ya te he dicho que no quiero licores y lo he dicho muy en serio. Tendrías que dejar de beber. ¡Stan dice que te has pasado el verano bebiendo como una descosida!

BLANCHE: ¡Qué fantástico testimonio! ¡Es fantástico que él diga eso y fantástico que tú lo repitas! Pero ¡yo no pienso defenderme de esas acusaciones! ¡No pienso rebajarme tanto!

MITCH: Ja.

BLANCHE: ¿En qué piensas? ¡Veo algo en tus ojos!

MITCH (poniéndose en pie): Hay muy poca luz.

BLANCHE: Me gusta la oscuridad. La oscuridad me reconforta.

MITCH: Creo que todavía no te he visto a la luz del día. (Blanche se ríe entrecortadamente.) ¡Es la verdad!

BLANCHE: Ah, ¿sí?

MITCH: Nunca te he visto por la tarde.

BLANCHE: ¿Por culpa de quién?

MITCH: Tú nunca quieres salir por la tarde.

BLANCHE: Pero ¡si por las tardes estás en la fábrica!

MITCH: Menos las tardes de los domingos. Alguna vez te he pedido que salgamos en domingo, pero siempre me vienes con alguna excusa. Nunca quieres salir hasta pasadas las seis y siempre vamos a sitios poco iluminados.

BLANCHE: Sé que todo esto significa algo, pero no consigo entender qué.

MITCH: Significa que nunca te he visto bien, Blanche. Vamos a encender la luz.

BLANCHE (con miedo): ¿La luz? ¿Qué luz? ¿Para qué?

MITCH: Ésta que tiene el papel. (Rompe el papel que cubre la lámpara. Blanche profiere un grito ahogado.)

BLANCHE: ¿Por qué has hecho eso?

MITCH: ¡Para poder verte bien!

BLANCHE: ¡Por supuesto, no pretendes insultarme!

MITCH: No, sólo pretendo ser realista.

BLANCHE: ¡Yo no quiero realismo! ¡Yo quiero magia! (Mitch se echa a reír.) ¡Sí, sí, magia! Es lo que intento darle a la gente. Deformo las cosas por su bien. Yo no digo la verdad, yo digo lo que tendría que ser la verdad. ¡Y si eso es un pecado, que me condenen! ¡No enciendas la luz!

(Mitch se acerca al interruptor. Enciende la luz y mira detenidamente a Blanche, que se echa a llorar tapándose la cara. Mitch vuelve a apagar la luz.)

MITCH (despacio y con amargura): No me importa que seas mayor de lo que pensaba, pero todo lo demás… ¡Dios! Esa cantinela de tus ideales, de que eres una mujer chapada a la antigua y todas las monsergas que me llevas soltando todo el verano. Ah, yo ya sabía que no tenías dieciséis años, pero he sido lo bastante estúpido para creerme que eras de fiar.

BLANCHE: ¿Quién te ha dicho que no soy «de fiar»? ¿Mi querido cuñado? Y tú le has creído.

MITCH: Le dije que mentía. Pero luego comprobé lo que me había contado. Primero pregunté a nuestro proveedor, que va mucho por Laurel, y luego llamé por teléfono a ese comerciante y le pregunté directamente.

BLANCHE: ¿Qué comerciante?

MITCH: Kiefaber.

BLANCHE: ¡Kiefaber de Laurel! Sí, le conozco. Me silbaba cuando pasaba. Pero le puse en su sitio. Y ahora, por venganza, se inventa cosas de mí.

MITCH: Tres personas: Kiefaber, Stanley y Shaw, ¡y los tres dicen lo mismo!

BLANCHE: ¡Hozan, hozan, hozan, tres cerdos en una poza! ¡En una poza repugnante!

MITCH: ¿No ibas al Hotel Flamingo?

BLANCHE: ¿Flamingo? ¡No! ¡Se llama Tarántula! ¡Estuve en un hotel que se llama Tarántula Plaza!

MITCH (con una sonrisa tonta): ¿Tarántula?

BLANCHE: Tarántula, sí. ¡Una araña grande! Era allí donde llevaba a mis víctimas. (Se sirve otra copa.) Sí, he intimado mucho con desconocidos. Después de que Allan muriese… intimar con desconocidos era lo único que parecía llenar el vacío de mi corazón… Yo creo que era pánico, sólo pánico, lo que me empujaba de uno a otro. Buscaba protección, en todas partes, en los sitios más… improbables… Al final, incluso en un chico de diecisiete años y… alguien escribió al jefe de estudios: «¡Esta mujer no está moralmente capacitada para el ejercicio de su profesión!».

(Echa la cabeza hacia atrás con una risa convulsa y entre sollozos. Luego repite la frase, reprime un grito y bebe.)

¿Es verdad? Sí, supongo que sí, incapacitada de alguna forma… de algún modo… Así que me vine aquí. No tenía otro sitio adonde ir. Me echaron. ¿Sabes cómo se siente alguien cuando le despiden? Mi juventud se fue por el desagüe de repente y entonces… te conocí. Me dijiste que necesitabas a alguien. Yo también necesitaba a alguien. Y le di gracias a Dios por ti, porque parecías un hombre bueno, ¡una grieta en la roca del mundo, una grieta en la que refugiarme! Pero ¡supongo que pedía, que esperaba demasiado! Kiefaber, Stanley y Shaw han atado una lata oxidada a la cola del cometa.

(Pausa. Mitch mira a Blanche sin saber qué decir.)

MITCH: Blanche, me has mentido.

BLANCHE: No digas que te he mentido.

MITCH: Mentiras, mentiras y nada más que mentiras. Todo mentira.

BLANCHE: Todo no, Mitch. En el fondo yo nunca te he mentido…

(Por la esquina aparece una vendedora ambulante. Se trata de una vieja mexicana ciega con un chal oscuro, lleva ramos de esas vistosas flores artificiales que los mexicanos de clase baja suelen lucir en festejos y funerales. Anuncia su mercancía, pero apenas se la oye. Su figura es apenas visible en la parte exterior del edificio.)

MUJER MEXICANA: Flores, flores, flores para los muertos. Flores, flores[4].

BLANCHE: ¿Cómo? ¡Oh! ¿Hay alguien ahí…? (Se acerca a la puerta, la abre y mira fijamente a la mujer mexicana.)

MUJER MEXICANA (está en la puerta y le ofrece flores a Blanche): ¿Flores? ¿Flores para los muertos?

BLANCHE (asustada): ¡No, no! ¡Ahora no! ¡Ahora no!

(Se mete en el piso rápidamente, dando un portazo.)

MUJER MEXICANA (da media vuelta y comienza a alejarse): Flores para los muertos.

(La polca empieza a sonar débilmente.)

BLANCHE (para sí misma): Se desmenuzan y pierden el color y… excusas… recriminaciones… «¡Si hubieras hecho eso, no me habría costado esto otro!»

MUJER MEXICANA: Coronas para los muertos. Coronas…

BLANCHE: ¡Herencias! Ja… Y otras cosas como almohadas manchadas de sangre. «Hay que cambiar las sábanas.» «Sí, madre. Pero ¿no podríamos contratar a una chica de color para que lo haga?» No, por supuesto que no podíamos. Todo pasó menos…

MUJER MEXICANA: Flores.

BLANCHE: La muerte… yo me sentaba aquí, ella se sentaba allí y la muerte estaba tan cerca como tú lo estás ahora… ¡Ni siquiera nos atrevíamos a admitir que sabíamos quién era!

MUJER MEXICANA: Flores para los muertos, flores… flores…

BLANCHE: Lo contrario es el deseo. ¿Y tú preguntas por qué? ¡Cómo te atreves a preguntar! No lejos de Belle Reve, antes de que perdiéramos Belle Reve, había un cuartel donde hacían la instrucción soldados muy jóvenes. Los sábados por la noche se acercaban a la ciudad a tomar un copa…

MUJER MEXICANA (suavemente): Coronas…

BLANCHE: … y al volver se plantaban en el jardín y me llamaban: «¡Blanche, Blanche!». La vieja que aún quedaba no sospechaba nada, pero a veces yo respondía a la llamada y salía… Luego venían a buscarlos en un furgón… y volvían al cuartel…

(La mujer mexicana se vuelve lentamente y se aleja con su voz lastimera. Blanche se acerca a la cómoda y se apoya en ella. Al cabo de un momento, Mitch se levanta y la sigue. La polca deja poco a poco de sonar. Mitch le pone las manos en la cintura a Blanche y trata de darle la vuelta.)

BLANCHE: ¿Qué quieres?

MITCH (buscando a tientas para abrazarla): Algo que llevo queriendo todo el verano.

BLANCHE: ¡Entonces cásate conmigo!

MITCH: Creo que ya no quiero casarme contigo.

BLANCHE: ¿No?

MITCH (quitándole las manos de la cintura): No eres lo bastante limpia para entrar en la casa de mi madre.

BLANCHE: En ese caso, vete. (Mitch la mira fijamente.) Sal de aquí ahora mismo antes de que me ponga a gritar. (Se le hace un nudo en la garganta y está a punto de proferir un grito histérico.) Sal de aquí o me pongo a gritar.

(Mitch se queda mirándola fijamente. Blanche, de pronto, da media vuelta y corre hasta la ventana grande. Su figura se recorta contra la pálida y suave luz azul del crepúsculo. Grita con todas sus fuerzas.)

¡Fuego! ¡Fuego! ¡Fuego!

(Con un sobresalto, Mitch da media vuelta y sale. Baja a trompicones la escalera de la puerta de entrada y sale precipitadamente por la esquina. Blanche se aparta de la ventana y cae de rodillas. En el lejano piano se oye una melodía lenta y triste.)