Octava escena

Tres cuartos de hora más tarde.

Al otro lado de las grandes ventanas el cielo va adquiriendo gradualmente la tonalidad dorada del crepúsculo. Los rayos del sol dan sobre un gran depósito de agua o un bidón de aceite situado al otro lado del edificio donde viven Stanley y Stella, ante la zona comercial del barrio, salpicada ahora de ventanas encendidas o de ventanas que reflejan la puesta de sol.

Blanche, Stella y Stanley están terminando una triste cena de cumpleaños. Stanley está hosco, Stella incómoda y triste, Blanche esboza una sonrisa forzada, artificial. Hay un cuarto plato que nadie ha tocado.

BLANCHE (de repente): Stanley, cuéntanos un chiste, cuéntanos algo divertido para que nos riamos un poco. No sé qué pasa, estamos todos muy serios. ¿Es porque mi novio me ha dejado plantada?

(Stella se ríe forzada y débilmente.)

¡Es la primera vez en toda mi experiencia con los hombres, y he tenido experiencias de toda clase, que me han dejado plantada! ¡Pues sí! No sé cómo tomármelo… ¡Cuéntanos algo divertido, Stanley! Algo que nos ayude a cambiar de humor.

STANLEY: Yo creía que lo que yo te pueda contar no te interesa, Blanche.

BLANCHE: Me gusta si es divertido, no si es una grosería.

STANLEY: No sé nada lo bastante refinado para tus gustos.

BLANCHE: Entonces dejadme que os cuente yo un chiste.

STELLA: Sí, cuéntanos un chiste, Blanche. Siempre has sabido muchos chistes divertidos.

(La música va remitiendo.)

BLANCHE: Vamos a ver… ¡Tengo que revisar mi repertorio! ¡Ah, sí, me encantan los chistes de loros! ¿Os gustan los chistes de loros? Pues éste es de una vieja solterona y su loro. Había una vez una vieja solterona que tenía un loro que no paraba de insultar y sabía más tacos que el señor Kowalski.

STANLEY: ¿Eh?

BLANCHE: Y no había otra forma de que se callara que tapándole la jaula para que, creyendo que era de noche, se durmiera. Pues bien, una mañana, la vieja solterona acababa de quitarle la funda a la jaula cuando ve que por el camino se acerca el predicador. Así que vuelve a tapar corriendo la jaula del loro y va a abrir al predicador. El loro se queda quieto, callado como un muerto, pero justo cuando la mujer le pregunta al predicador cuánto azúcar quiere con el café, el loro rompe su silencio con un largo (silba) y dice: «Pero, coño, ¡qué corto ha sido hoy el día!».

(Blanche echa la cabeza hacia atrás y se ríe. Stella se esfuerza sin conseguirlo por reírse también y Stanley no presta la más mínima atención al chiste y estira el brazo para pinchar con su tenedor la última chuleta, que come con los dedos.)

BLANCHE: Al parecer, al señor Kowalski no le ha gustado el chiste.

STELLA: ¡El señor Kowalski está demasiado ocupado comportándose como un cerdo para pensar en nada más!

STANLEY: Tienes toda la razón, nena.

STELLA: Tienes los dedos y la cara llenos de grasa. Ve a lavarte y me ayudas a quitar la mesa.

(Stanley estrella un plato contra el suelo.)

STANLEY: ¡Así voy a quitar la mesa! (Coge a Stella por el brazo.) ¡No te atrevas a hablarme así! ¡«Cerdo, polaco, asqueroso, grosero, lleno de grasa…»! ¡Tu hermana y tú lleváis demasiado tiempo abusando de esas palabras! ¿Quién os creéis que sois? ¿Unas reinas? Acordaos de lo que decía Huey Long[3]: «¡Todo hombre es un rey!». Y aquí el rey soy yo, ¡no lo olvidéis! (Estrella una taza de café y su plato contra el suelo.) ¡Ya he quitado mi plato! ¿Queréis que quite los vuestros?

(Stella empieza a llorar calladamente. Stanley sale a pasear al porche y enciende un cigarrillo.)

(Se oye a los negros que cantan a la vuelta de la esquina.)

BLANCHE: ¿Qué ha pasado mientras yo estaba en el baño? ¿Qué te ha dicho, Stella?

STELLA: ¡Nada, nada, nada!

BLANCHE: ¡Tiene que haberte dicho algo de Mitch y de mí! ¡Sabes por qué Mitch no ha venido pero no quieres decírmelo! (Stella niega con la cabeza, desesperadamente.) ¡Voy a llamarle!

STELLA: Yo no le llamaría, Blanche.

BLANCHE: Voy a llamarle por teléfono.

STELLA (abatida): No, mejor no lo hagas.

BLANCHE: ¡Quiero que alguien me dé una explicación! (Se apresura a coger el teléfono. Stella sale al porche y dirige a su marido una mirada llena de reproche. Stanley gruñe y se aparta de ella.)

STELLA: Estarás contento con lo que has hecho. En mi vida me ha costado tanto comer… ¡Viendo la cara de esa mujer y la silla vacía! (Llora calladamente.)

BLANCHE (por teléfono): Sí, hola, el señor Mitchell, por favor… Oh… Quisiera dejarle un número de teléfono si es posible. Magnolia 9047. Y dígale que es importante que me llame… Sí, muy importante… Gracias. (Se queda junto al teléfono con la mirada perdida y llena de miedo.)

(Stanley se vuelve lentamente hacia su esposa y la coge torpemente entre sus brazos.)

STANLEY: Stell, todo va a ir bien en cuanto se vaya y tú tengas al niño. Entre tú y yo todo va a ir bien, igual que antes. ¿Te acuerdas de cómo era antes? ¿Te acuerdas de nuestras noches? Dios, cariño, todo irá bien cuando por la noche podamos hacer ruido igual que antes y que estallen los fuegos artificiales sin que la hermana de nadie esté oyéndonos al otro lado de las cortinas.

(Se oyen las sonoras carcajadas de los vecinos de arriba. Stanley sonríe.)

Steve y Eunice…

STELLA: Vamos dentro. (Vuelve a la cocina y empieza a encender las velas de la tarta, que es blanca.) ¿Blanche?

BLANCHE: Dime. (Regresa del dormitorio y se sienta a la mesa de la cocina.) ¡Ah, qué velitas tan preciosas! No las enciendas, Stella.

STELLA: Claro que las voy a encender.

(Stanley regresa.)

BLANCHE: Guárdalas para los cumpleaños del niño. ¡Oh, espero que en su vida se enciendan muchas velas y que sus ojos sean como dos velas, como dos velas azules de una tarta blanca!

STANLEY (sentándose): ¡Qué poético!

BLANCHE (parándose un momento a reflexionar): No tendría que haberle llamado.

STELLA: Quizá le haya pasado algo.

BLANCHE: No hay excusa posible, Stella. No tengo por qué tolerar ningún insulto. No quiero que crea que le voy a esperar sólo porque le dé la gana.

STANLEY: Maldita sea, qué calor da el vapor del baño.

BLANCHE: He dicho que lo siento ya tres veces. (El piano deja de sonar.) Me doy baños de agua caliente para calmar los nervios. Hidroterapia lo llaman. Tú eres un polaco sano, y no tienes un nervio en todo el cuerpo así que, naturalmente, no sabes lo que es la ansiedad.

STANLEY: Yo no soy polaco. Los que nacen en Polonia son polacos. Soy cien por cien americano, nacido y criado en el mejor país del mundo y orgulloso de ello como el que más. Así que no vuelvas a llamarme polaco.

(Suena el teléfono.)

BLANCHE: Oh, es para mí, seguro que es para mí.

STANLEY: Yo no estoy tan seguro. No te levantes. (Se acerca tranquilamente a coger el teléfono.) Dígame… Ah, hola, Mac.

(Se apoya en la pared y dirige a Blanche una mirada ofensiva. Blanche se hunde en la silla con mirada asustada. Stella se inclina sobre ella y la coge por el hombro.)

BLANCHE: Quítame las manos de encima, Stella. ¿Qué es lo que te pasa? ¿Por qué me miras con tanta pena?

STANLEY (con furia): ¡QUERÉIS CALLAROS! Que hay aquí una mujer que no para de hablar… Sí, continúa, Mac. ¿En Riley’s? No, no quiero ir a jugar a los bolos en Riley’s. La semana pasada tuve algunos problemas allí. El capitán del equipo soy yo, ¿no? Muy bien, ¡pues no vamos a ir a Riley’s, vamos a ir a jugar a los bolos al West Side o al Gala! ¡De acuerdo, Mac, hasta luego!

(Cuelga y vuelve a la mesa. Blanche, haciendo enormes esfuerzos por dominarse, apura rápidamente su vaso de agua. Stanley no la mira, busca algo en un bolsillo. A continuación habla despacio y con fingida amabilidad.)

Hermana Blanche, tengo un pequeño regalo de cumpleaños para ti.

BLANCHE: ¿De verdad, Stanley? No esperaba que me regalaseis nada, ¡ni siquiera sé por qué Stella se ha empeñado en celebrar mi cumpleaños! Preferiría olvidarlo, cuando llegas a los… veintisiete. En fin, ¡la edad es un tema que prefieres ignorar!

STANLEY: ¿Veintisiete?

BLANCHE (apresuradamente): ¿Qué es? ¿Es para mí?

(Stanley le ofrece un sobre pequeño.)

STANLEY: ¡Sí, espero que te guste!

BLANCHE: Ah, vaya… vaya… es un…

STANLEY: ¡Un billete! ¡Un billete de ida a Laurel! ¡En autocar! ¡Para el martes!

(«La varsoviana» comienza a sonar muy suavemente. Stella se levanta bruscamente y se coloca de espaldas. Blanche trata de sonreír. A continuación intenta reírse. Luego deja de intentarlo y se levanta como un resorte de la mesa y corre a la estancia contigua. Se agarra el cuello y corre hacia el baño. Se oyen toses y arcadas.)

¡Bueno!

STELLA: No era necesario hacer eso.

STANLEY: No te olvides de todo lo que le he tenido que aguantar.

STELLA: No tenías por qué ser tan cruel con una persona que está tan sola como ella.

STANLEY: Es demasiado delicada.

STELLA: Lo es. Lo ha sido. Tú no la conociste cuando era niña. No había nadie, nadie tan tierno y confiado como ella. Pero otras personas como tú abusaron de ella y la obligaron a cambiar.

(Stanley se acerca al dormitorio mientras se quita la camisa para ponerse otra muy vistosa para ir a los bolos. Stella va detrás de él.)

Pero ¿te vas a ir a jugar a los bolos ahora?

STANLEY: Pues sí.

STELLA: No, no vas a ir. (Le coge por la camisa.) ¿Por qué le has hecho eso?

STANLEY: Yo no le he hecho nada a nadie. Y no me cojas de la camisa. La vas a romper.

STELLA: Quiero saber por qué. Dime por qué.

STANLEY: Cuando nos conocimos, te parecí vulgar. Cuánta razón tenías, nena. Era vulgar y sucio. Me enseñaste la foto de ese sitio con columnas. Yo te tiré al suelo entre esas columnas y cuánto te gustó, ¡menudos fuegos artificiales! ¿Y no hemos sido felices juntos? ¿No iba todo bien hasta que llegó ella?

(Stella hace un ligero movimiento. Su mirada se vuelve de repente hacia su interior, como si una voz interna hubiera pronunciado su nombre. Empieza a andar lentamente desde el dormitorio hasta la cocina, inclinándose hacia delante y apoyándose primero en el respaldo de una silla y luego en el borde de la mesa con la mirada hueca y cara de estar escuchando. Stanley, que ha terminado de ponerse la camisa, no se da cuenta de esa reacción.)

¿No éramos felices? ¿No iba todo bien? Hasta que apareció ella. Toda estirada, llamándome simio (De pronto, advierte el cambio de Stella.) Eh, ¿qué te pasa, Stell? (Se acerca a ella.)

STELLA (tranquilamente): Llévame al hospital.

(Stanley está ahora con ella, la sostiene con su brazo y murmura algo ininteligible mientras salen a la calle.)