Sexta escena

Son las dos de la noche, de la misma noche. La fachada del edificio está iluminada. Entran Blanche y Mitch. Ese profundo agotamiento que sólo conocen las personas neurasténicas es evidente en la voz y los gestos de Blanche. Mitch está impasible pero abatido. Probablemente han ido al parque de atracciones del lago Pontchartrain, porque Mitch lleva, cabeza abajo, una estatuilla de escayola de Mae West como las que se dan como premio en las tómbolas o en las casetas de tiro de las ferias.

BLANCHE (deteniéndose, inerte, en la escalera): Bueno…

(Mitch se ríe con incomodidad.) Bueno…

MITCH: Debe de ser muy tarde… y estás cansada.

BLANCHE: Incluso el vendedor de tomates picantes se ha marchado a dormir y la calle está desierta, y eso que ese vendedor siempre es el último en acostarse. (Mitch vuelve a reírse con incomodidad.) ¿Cómo piensas volver a tu casa?

MITCH: Andando hasta Bourbon y allí cojo el tranvía nocturno.

BLANCHE (con una risa sombría): Y ese tranvía llamado Deseo, ¿todavía pasa chirriando por esas vías a estas horas?

MITCH (con pesadumbre): Me temo que esta noche no te lo has pasado muy bien, Blanche.

BLANCHE: Te la he echado a perder.

MITCH: No, en absoluto, pero continuamente tenía la impresión de que no conseguía que te divirtieras.

BLANCHE: Sencillamente, no he estado a la altura de las circunstancias. Nada más. Creo que nunca me he esforzado tanto por estar contenta sin que sirva de nada. Pero me he ganado diez puntos por intentarlo, porque intentarlo desde luego lo he intentado.

MITCH: ¿Y por qué lo has intentado si no te apetecía, Blanche?

BLANCHE: Me he limitado a obedecer las leyes de la naturaleza.

MITCH: ¿Qué leyes?

BLANCHE: Una que dice que la dama debe agasajar al caballero… ¡o se acabó el juego! A ver si encuentras la llave de casa en el bolso. ¡Cuando estoy tan cansada, me vuelvo tan torpe…!

MITCH (revolviendo en el bolso): ¿Es ésta?

BLANCHE: No, cariño, ésa es la llave del baúl que pronto tendré que volver a llenar.

MITCH: ¿Quieres decir que te irás dentro de poco?

BLANCHE: Ya he abusado bastante de la hospitalidad de mi hermana.

MITCH: ¿Es ésta?

(Lentamente, la música deja de sonar.)

BLANCHE: ¡Eureka! Cariño, abre la puerta mientras le echo una última mirada al cielo. (Se apoya en la barandilla del porche. Mitch abre la puerta y se queda detrás de ella, incómodo.) Estoy buscando las Pléyades, las Siete Hermanas, pero me temo que esta noche esas chiquillas no han salido. Ah, sí, ahí están, ¡ahí! ¡Que Dios las bendiga! Todas juntitas yendo a casa para su partida de bridge… ¿Has abierto la puerta? ¡Buen chico! Supongo que… querrás irte ya…

(Mitch se balancea sobre sus pies y tose un poco.)

MITCH: ¿Puedo… esto… darte un beso?

BLANCHE: ¿Por qué siempre me lo preguntas?

MITCH: Porque no sé si quieres que lo haga o no.

BLANCHE: ¿Y por qué dudas tanto?

MITCH: La noche en que aparcamos junto al lago y te di un beso, tú…

BLANCHE: Cariño, no fue el beso lo que me pareció mal. El beso me gustó mucho, fue la otra pequeña… familiaridad… lo que yo… me sentí obligada a rechazar… ¡No me molestó nada de nada! De hecho, me halagó que… me desearas. Pero, cariño, sabes tan bien como yo que una chica soltera, una chica sola en el mundo, tiene que controlar sus emociones, ¡o está perdida!

MITCH (con solemnidad): ¿Perdida?

BLANCHE: Estoy segura de que estás acostumbrado a chicas a las que les gusta perderse. Chicas que se pierden muy pronto, en la primera cita.

MITCH: Me gusta que seas exactamente como eres, porque nunca he conocido a nadie como tú.

(Blanche lo mira con gravedad; a continuación se echa a reír y luego se lleva una mano a la boca.)

¿Te ríes de mí?

BLANCHE: No, cariño. El señor y la señora de la casa todavía no han vuelto, así que puedes pasar. Vamos a tomarnos la última. Dejamos la luz apagada, ¿te parece?

MITCH: Haz… lo que quieras.

(Blanche entra antes que Mitch en la cocina. La fachada del edificio desaparece y el interior de la casa se ve en penumbra.)

BLANCHE (desde la primera estancia): El dormitorio es más cómodo… vamos a entrar. Si choco contra algo es porque estoy buscando algo de beber.

MITCH: ¿Quieres tomar algo?

BLANCHE: ¡Quiero que tomes algo! Has estado tan nervioso y tan serio toda la noche…, y yo también. Los dos hemos estado nerviosos y muy serios y ahora, en estos últimos momentos que pasamos juntos, me gustaría crear joie de vivre! Voy a encender una vela.

MITCH: Muy bien.

BLANCHE: Vamos a ponernos bohemios. ¡Vamos a imaginar que estamos sentados en un pequeño café de la Ribera Izquierda del Sena, en París! (Enciende una vela y la pone en una botella.) Je suis la Dame aux Camélias! Vous êtes… Armand! ¿Sabes francés?

MITCH (con pesadumbre): No, no, yo…

BLANCHE: Voulez-vous couchez avec moi ce soir? Vous ne comprenez pas? Ah, quelle dommage! Estoy diciendo que es estupendo… ¡He encontrado algo de beber! Hay suficiente para tomarnos dos copas, pero sin dividendos, cariño…

MITCH (con pesadumbre): Qué bien.

(Entra en el dormitorio con las bebidas y la vela.)

BLANCHE: ¡Siéntate! ¿Por qué no te quitas la chaqueta y te aflojas la corbata?

MITCH: Mejor que no.

BLANCHE: No. Quiero que estés cómodo.

MITCH: Me da vergüenza, porque sudo mucho. La camisa se me pega al cuerpo.

BLANCHE: Sudar es sano. Si no sudásemos, nos moriríamos en cinco minutos. (Coge la chaqueta de Mitch.) Es muy bonita. ¿De qué tejido está hecha?

MITCH: Lo llaman alpaca.

BLANCHE: Ah, alpaca.

MITCH: Es alpaca muy ligera.

BLANCHE: Oh, alpaca ligera.

MITCH: Yo no llevo impermeable ni siquiera en verano, no me gusta porque acabo empapándolo de sudor.

BLANCHE: Oh.

MITCH: Y no me queda bien. Un hombre tan corpulento como yo tiene que fijarse mucho en la ropa que se pone, porque si no, parezco demasiado torpe.

BLANCHE: No eres tan corpulento.

MITCH: ¿Te parece que no?

BLANCHE: No eres como esos tipos delicados. Eres de constitución fuerte y tienes un físico imponente.

MITCH: Gracias. Las Navidades pasadas me hicieron miembro del Club Atlético de Nueva Orleans.

BLANCHE: Qué bien.

MITCH: Es el mejor regalo que me han hecho nunca. Hago pesas y voy a nadar y me mantengo en forma. Cuando empecé estaba echando algo de tripa, pero ahora tengo la tripa muy dura. Está tan dura que aunque me den un puñetazo, no me hacen daño. ¡Dame! ¡Vamos! ¿Lo ves? (Blanche le da un puñetazo suave.)

BLANCHE: Magnífico. (Le toca el pecho.)

MITCH: ¿A que no sabes cuánto peso, Blanche?

BLANCHE: Pues, yo diría que… más o menos… ¿ochenta kilos?

MITCH: Prueba otra vez.

BLANCHE: ¿Menos?

MITCH: Más.

BLANCHE: Bueno, eres un hombre alto y puedes pesar bastante y no parecer torpe.

MITCH: Peso noventa y tres kilos y mido 1,87… sin zapatos. Y lo que te he dicho que peso es mi peso desnudo.

BLANCHE: Pero ¡Dios mío! ¡Es impresionante!

MITCH (avergonzado): Lo que peso no es un tema de conversación muy interesante. (Vacila por un momento.) ¿Cuánto pesas tú?

BLANCHE: ¿Que cuánto peso?

MITCH: Sí.

BLANCHE: ¡Adivina!

MITCH: Voy a levantarte del suelo.

BLANCHE: ¡Sansón! Vamos, levántame. (Mitch se pone detrás de ella y la coge por la cintura, levantándola un poco del suelo.) ¿Cuánto?

MITCH: Eres ligera como una pluma.

BLANCHE: ¡Ya ves! (Mitch la deja en el suelo, pero no aparta las manos de su cintura. Blanche habla con falso recato.) Puedes soltarme.

MITCH: ¿Eh?

BLANCHE (alegremente): He dicho que ya puede usted soltarme, caballero. (Con ligera reprobación.) Escucha, Mitch. El hecho de que ni Stanley ni Stella estén en casa no significa que no tengas que portarte como un caballero.

MITCH: Si me sobrepaso, puedes darme una bofetada.

BLANCHE: No creo que sea necesario. Eres todo un caballero, uno de los pocos que quedan en el mundo. No quiero que pienses que soy una maestra rígida y solterona ni nada parecido. Es sólo que… en fin…

MITCH: En fin…

BLANCHE: Supongo que ¡estoy chapada a la antigua! (Sabiendo que Mitch no puede verle la cara, Blanche mira hacia arriba como diciendo: «¡Qué cosas!». Mitch se acerca a la puerta de entrada. Entre ellos flota un enorme silencio. Blanche suspira y Mitch tose, con timidez.)

MITCH (por fin): ¿Dónde están Stanley y Stella?

BLANCHE: Han salido con los Hubbell.

MITCH: ¿Y adónde han ido?

BLANCHE: Creo que al cine.

MITCH: Una noche tendríamos que salir todos juntos.

BLANCHE: No, no es buena idea.

MITCH: ¿Por qué no?

BLANCHE: ¿Qué tal te llevas con Stanley?

MITCH: Estuvimos juntos en la primera compañía del cuarenta y dos.

BLANCHE: Entonces, supongo que sois muy buenos amigos y que contigo habla de sus cosas.

MITCH: Claro.

BLANCHE: ¿Te ha hablado de mí?

MITCH: Pues… no mucho.

BLANCHE: Por cómo lo dices me temo que sí lo ha hecho.

MITCH: No, no me ha dicho casi nada.

BLANCHE: Pero ¿qué te ha dicho? ¿Qué crees que piensa de mí?

MITCH: ¿Por qué lo preguntas?

BLANCHE: Pues…

MITCH: ¿No te llevas bien con él?

BLANCHE: ¿Tú qué opinas?

MITCH: Supongo que no te comprende.

BLANCHE: Qué amable eres. Si no fuera porque Stella está a punto de tener un niño, no soportaría seguir aquí ni un minuto más.

MITCH: ¿No te ha… tratado bien?

BLANCHE: Es insufriblemente grosero. Hace lo imposible por ofenderme.

MITCH: ¿En qué sentido, Blanche?

BLANCHE: En todos los sentidos imaginables.

MITCH: Estoy muy sorprendido.

BLANCHE: Ah, ¿sí?

MITCH: Es que… no comprendo que nadie pueda ser grosero contigo.

BLANCHE: Es una situación espantosa. Date cuenta, aquí no hay ninguna intimidad. Por la noche, lo único que separa las dos habitaciones son esas cortinas. Por la noche se pasea en ropa interior y tengo que pedirle que cierre la puerta del baño. Tantas confianzas son innecesarias. Probablemente te preguntes por qué no me marcho. Te lo voy a decir con toda franqueza. Una profesora apenas gana lo suficiente para vivir. El año pasado no ahorré ni un céntimo así que he tenido que venirme a pasar el verano aquí. Por eso tengo que soportar al marido de mi hermana. Y él tiene que soportarme a mí, lo cual, según parece, está completamente en contra de sus deseos… ¡Seguro que te ha dicho cuánto me odia!

MITCH: No creo que te odie.

BLANCHE: Me odia. Si no, ¿por qué me insulta? La primera vez que le vi me dije: «¡Ese hombre va a ser mi verdugo! Ese hombre me va a destruir a no ser que…».

MITCH: Blanche…

BLANCHE: Dime, cariño.

MITCH: ¿Puedo preguntarte una cosa?

BLANCHE: Sí, ¿qué?

MITCH: ¿Cuántos años tienes?

(Blanche hace un gesto nervioso.)

BLANCHE: ¿Por qué quieres saberlo?

MITCH: Le he hablado de ti a mi madre y me ha preguntado: «¿Qué edad tiene Blanche?». Y quiero poder responderle. (Se produce otra pausa.)

BLANCHE: ¿Le has hablado a tu madre de mí?

MITCH: Sí.

BLANCHE: ¿Por qué?

MITCH: Le he dicho a mi madre que eres estupenda y que me caes muy bien.

BLANCHE: ¿Y es eso lo que piensas?

MITCH: Ya sabes que sí.

BLANCHE: ¿Y por qué quiere tu madre saber mi edad?

MITCH: Está enferma.

BLANCHE: Vaya, lo siento. ¿Muy enferma?

MITCH: No creo que viva mucho tiempo. Puede que sólo unos meses.

BLANCHE: Vaya.

MITCH: Le preocupa que todavía no haya sentado la cabeza.

BLANCHE: Vaya.

MITCH: Quiere que lo haga antes de que… (Habla con voz grave y se aclara la garganta dos veces, anda arrastrando los pies y mete y saca las manos de los bolsillos.)

BLANCHE: La quieres mucho, ¿verdad?

MITCH: Sí.

BLANCHE: Creo que tienes una enorme capacidad para amar. Te vas a sentir muy solo cuando fallezca, ¿verdad? (Mitch se aclara la garganta y asiente.) Comprendo muy bien lo que es eso.

MITCH: ¿Estar solo?

BLANCHE: Yo también quise a alguien y luego le perdí.

MITCH: ¿Murió? (Se acerca a la ventana y se sienta en el alféizar, mirando a la calle. Blanche se sirve otra copa.) ¿A un hombre?

BLANCHE: Era un niño, un niño, y yo era muy, muy joven. Cuando tenía dieciséis años lo descubrí… el amor. De repente y con toda su intensidad. Fue como iluminar con una luz cegadora algo que siempre ha estado en penumbra. Fue así como descubrí el mundo. Pero no tuve suerte. Y me sentí engañada. Aquel chico era distinto, era nervioso, y tenía una amabilidad y una ternura que no suelen tener los hombres. Aunque no era afeminado ni mucho menos, tenía algo… Se acercó a mí buscando ayuda, aunque yo no me di cuenta. No me di cuenta de nada hasta después de casarnos. Nos fugamos, pero luego volvimos, ¡y me di cuenta de que le había fallado de alguna forma misteriosa y no había sido capaz de facilitarle la ayuda que necesitaba pero no había sabido pedirme! Estaba atrapado en arenas movedizas y se aferró a mí… pero ¡yo no podía salvarle, yo me hundía con él! Sólo que no lo sabía. Yo no sabía nada: sólo que le quería hasta lo insoportable, aunque sin poder ayudarle a él ni poder ayudarme a mí misma. Y entonces me di cuenta. De la peor forma posible. Entré por casualidad en una habitación en la que creía que no había nadie… creía que no había nadie, pero había dos personas… el chico con el que me había casado y un hombre mayor con quien llevaba varios años…

(Se oye una locomotora que se aproxima. Blanche se tapa los oídos y se encoge. El faro de la locomotora ilumina la estancia al pasar. Cuando el ruido va remitiendo, Blanche vuelve a erguirse poco a poco y sigue hablando:)

Después fingimos que no había pasado nada. Sí, nos fuimos los tres al casino de Moon Lake. Habíamos bebido y no parábamos de reír.

(En la distancia, débilmente, se oye una polca en tono menor.)

¡Bailamos «La varsoviana»! Y de pronto, mientras estábamos en el casino, bailando, el chico con el que me había casado se apartó y se fue corriendo. ¡Después se oyó… un disparo!

(La polca se detiene de pronto. Blanche se pone de pie. Está rígida. A continuación, la polca se reanuda en tono mayor.)

¡Salí corriendo, todo el mundo salió corriendo y se acercó a la orilla del lago! Había tanta gente que ni siquiera pude llegar. Y entonces alguien me cogió por el brazo. «¡No te acerques! ¡Vete! ¡Es mejor que no lo veas!» ¿Ver? ¿Ver qué? Y entonces oí voces que llamaban: ¡Allan! ¡Allan! ¡El chico de los Grey! ¡Se ha metido el cañón del revólver en la boca y se ha pegado un tiro…! ¡La parte de atrás del cráneo… ha volado por los aires!

(Vacila y se tapa la cara.)

Fue porque… en la pista de baile… no pude contenerme y le dije, de repente, le dije: «¡Os he visto! ¡Lo sé! Me das asco…». Y entonces el foco que había iluminado el mundo volvió a apagarse y desde entonces, ni siquiera por un momento, ha habido luz más intensa que… esta vela…

(Mitch se levanta con dificultad y se acerca un poco a Blanche. La polca suena más fuerte. Mitch se queda junto a Blanche.)

MITCH (cogiéndola lentamente entre sus brazos): Tú necesitas a alguien. Y yo también necesito a alguien. ¿Puede que… tú y yo, Blanche?

(Blanche, por un momento, le mira con ojos vacuos. A continuación, con un suave gemido, se acurruca en su abrazo. Se esfuerza por decir algo, pero no le salen las palabras. Mitch la besa en la frente y en los ojos y luego en los labios. La polca va remitiendo hasta cesar. Blanche se deshace en largos sollozos llenos de gratitud.)

BLANCHE: ¡A veces, Dios acude… tan pronto!

Atardecer de mediados de septiembre.