A la mañana siguiente temprano. Confusión de gritos callejeros que parecen un canto coral.
Stella está echada en su cama. Su semblante está sereno bajo la luz de la mañana. Una de sus manos reposa en el vientre, en el que se aprecia la redondez del embarazo. De la otra cuelga un volumen de cómics en color. Sus ojos y sus labios tienen esa tranquilidad casi narcotizada característica de los rostros de los ídolos orientales.
En la mesa quedan los restos del desayuno y de la noche anterior, y el vistoso pijama de Stanley está tirado en el umbral del cuarto de baño. La puerta de entrada está entornada y deja ver un brillante cielo veraniego.
Blanche aparece ante esta puerta. Ha pasado la noche en vela y su aspecto contrasta marcadamente con el de Stella. Aprieta nerviosamente los nudillos contra la boca y se asoma a la puerta antes de entrar.
BLANCHE: ¿Stella?
STELLA (dando la vuelta perezosamente): ¿Hum?
(Blanche gime y corre hasta el dormitorio, arrojándose a los pies de Stella como empujada por un ataque de ternura histérica.)
BLANCHE: ¡Mi pequeña, mi hermana pequeña!
STELLA (apartándose de ella): Blanche, ¿qué te ocurre?
(Blanche se yergue despacio y se queda de pie al lado de la cama, mirando a su hermana con el puño apretado contra la boca.)
BLANCHE: ¿Se ha ido?
STELLA: ¿Stan? Sí.
BLANCHE: ¿Volverá?
STELLA: Ha ido a llevar el coche al taller. ¿Por qué?
BLANCHE: ¡Por qué! ¡Casi pierdo el juicio, Stella! Cuando vi que estabas lo bastante loca para volver después de lo que había pasado… ¡salí corriendo a buscarte!
STELLA: Me alegro de que no vinieras.
BLANCHE: ¿En qué estabas pensando? (Stella hace un gesto indefinible.) ¡Respóndeme! ¿En qué? ¿En qué?
STELLA: ¡Blanche, por favor! Siéntate y deja de dar voces.
BLANCHE: Está bien, Stella. Y ahora voy a repetir la pregunta muy despacio. ¿Cómo pudiste volver a este sitio anoche? Pero ¡si te has acostado con él!
(Stella se levanta tranquilamente. Está muy relajada.)
STELLA: Blanche, había olvidado lo impresionable que eres. Estás exagerando lo que ha pasado.
BLANCHE: ¿De verdad?
STELLA: Sí, estás exagerando, Blanche. Sé lo que te habrá parecido y lamento muchísimo que haya ocurrido, pero no es tan grave como tú crees. En primer lugar, cuando los hombres se emborrachan y juegan al póquer puede pasar cualquier cosa. Son un polvorín. Stanley no sabía lo que hacía… Estaba como un corderito cuando bajé y está muy, muy avergonzado.
BLANCHE: ¿Y eso… eso lo arregla todo?
STELLA: No, no lo arregla todo. Nadie tiene derecho a ponerse así, pero… a veces ocurre. Stanley siempre rompe cosas. En nuestra noche de bodas, nada más llegar, me quitó un zapato y fue por toda la casa rompiendo las bombillas con él.
BLANCHE: ¿Que hizo qué?
STELLA: Fue rompiendo todas las bombillas con el tacón de mi zapato. (Se ríe.)
BLANCHE: ¿Y tú le dejaste? ¿No echaste a correr? ¿No gritaste?
STELLA: La verdad es que… me emocionó. (Hace una pausa.) ¿Eunice y tú habéis desayunado?
BLANCHE: Pero ¿es que crees que tenía ganas de desayunar?
STELLA: Hay café hecho.
BLANCHE: Pareces… muy resignada, Stella.
STELLA: ¿Y cómo quieres que esté? Ha llevado la radio a arreglar. No cayó en el cemento, así que sólo se ha aplastado un tubo.
BLANCHE: ¿Y te quedas ahí tan tranquila?
STELLA: ¿Y qué quieres que haga?
BLANCHE: Pues que recobres el sentido y afrontes los hechos.
STELLA: Y, en tu opinión, ¿cuáles son los hechos?
BLANCHE: ¿En mi opinión? ¡Que te has casado con un loco!
STELLA: ¡No!
BLANCHE: Sí, te has casado con un loco. Tú situación es peor que la mía, sólo que no te das cuenta. Voy a hacer algo. ¡Dominarme, tranquilizarme y labrarme una nueva vida!
STELLA: Ah, ¿sí?
BLANCHE: Pero tú te has dado por vencida. Y eso no está bien, ¡no eres una vieja! Tienes salida.
STELLA (despacio y con énfasis): No hay nada de lo que quiera salir.
BLANCHE (con incredulidad): ¿Cómo? Stella…
STELLA: He dicho que no hay nada de lo que tenga deseos de salir. ¡Mira qué desastre! ¡Y esas botellas vacías! ¡Anoche se bebieron dos cajas! Esta mañana me ha prometido que va a dejar las partidas de póquer, pero ¿sabes cuánto tiempo va a cumplir esa promesa? Sí, bueno, lo pasa bien, igual que yo lo paso bien en el cine o jugando al bridge. Supongo que todos tenemos que tolerar las aficiones de los demás.
BLANCHE: No te comprendo. (Stella se vuelve hacia su hermana.) No comprendo tu indiferencia. ¿Es que te ha dado por la filosofía china?
STELLA: Que me ha dado por… ¿qué?
BLANCHE: Ese… ese andar arrastrando los pies, ese murmurar… «La radio rota… cascos de cerveza… ¡la cocina hecha un desastre!», como si no hubiera ocurrido nada fuera de lo normal! (Stella se echa a reír con cierta inseguridad y coge la escoba y la hace girar.) ¿Me estás amenazando deliberadamente con esa escoba?
STELLA: No.
BLANCHE: Para ya. Deja la escoba. ¡No quiero que limpies lo que él ha ensuciado!
STELLA: ¿Y quién lo va a hacer? ¿Tú?
BLANCHE: ¿Yo? ¡Yo!
STELLA: No, ya me parecía a mí.
BLANCHE: Venga, déjame pensar. ¡Me conformaría con que me funcionara el cerebro! ¡Tenemos que hacernos con un poco de dinero, ésa es la salida!
STELLA: Supongo que siempre está bien hacerse con un poco de dinero.
BLANCHE: Escúchame. Tengo una especie de idea. (Con manos temblorosas, gira un cigarrillo en su boquilla.) ¿Te acuerdas de Shep Huntleigh? (Stella niega con la cabeza.) Claro que te acuerdas de Shep Huntleigh. Salí con él en la universidad y llevé su insignia durante un tiempo. Bueno, pues…
STELLA: Bueno, pues…
BLANCHE: El invierno pasado me encontré con él. ¿Sabías que en Navidades estuve en Miami?
STELLA: No.
BLANCHE: Pues sí. Me tomé el viaje como una inversión, pensando que conocería a alguien que tuviera un millón de dólares.
STELLA: ¿Y le conociste?
BLANCHE: Sí, me encontré con Shep Huntleigh, me lo encontré en Biscayne Boulevard, en Nochebuena. Iba algo bebido… y estaba a punto de subir a su coche, un Cadillac descapotable que debía de medir una manzana de largo.
STELLA: Debe de ser muy incómodo cuando hay tráfico.
BLANCHE: ¿Sabes lo que es un pozo de petróleo?
STELLA: Sí, más o menos.
BLANCHE: Pues él tiene pozos de petróleo por todo Texas. Texas le llena, literalmente a chorros, los bolsillos de oro.
STELLA: Vaya.
BLANCHE: Ya sabes lo poco que a mí me importa el dinero. Al pensar en él, pienso en lo que puede hacer por ti. ¡Y Shep Huntleigh podría hacerlo, desde luego que podría hacerlo!
STELLA: ¿Hacer qué, Blanche?
BLANCHE: ¿Qué? Pues ponernos una tienda.
STELLA: ¿Qué tipo de tienda?
BLANCHE: Oh, pues… ¡una tienda! Podría ponérnosla con la mitad de lo que su mujer pierde en las carreras.
STELLA: ¿Está casado?
BLANCHE: Cariño, ¿estaría yo aquí si no estuviera casado? (Stella se ríe un poco. De pronto, Blanche se levanta y corre al teléfono. Habla con excitación.) ¿Cuál es el número de la Western Union?… ¡Operadora! ¡Póngame con la Western Union!
STELLA: Tienes que marcar primero, cariño.
BLANCHE: No puedo marcar, estoy demasiado…
STELLA: Marca cero.
BLANCHE: ¿Cero?
STELLA: Sí, hay que marcar cero para hablar con la operadora. (Blanche lo piensa un momento, luego cuelga.)
BLANCHE: Dame un lápiz. ¿Tienes una hoja? Antes tengo que escribirlo… el telegrama.
(Se acerca al tocador y coge un pañuelo de papel y un lápiz de ojos para escribir.)
Vamos a ver… (Muerde el lápiz.) «Querido Shep. Hermana y yo en situación desesperada.»
STELLA: ¿Perdón?
BLANCHE: «Hermana y yo en situación desesperada. Luego explico detalles. ¿Te interesaría…?». (Vuelve a morder el lápiz.) «¿Te interesaría…?» (Estrella el lápiz sobre el tocador y se levanta.) ¡No conseguirás nada pidiendo las cosas directamente!
STELLA (riéndose): ¡No seas ridícula, corazón!
BLANCHE: ¡Ya pensaré algo, tengo que pensar algo! ¡No, no te rías de mí, Stella! ¡Por favor, por favor, no te rías! Quiero que veas lo que llevo en el bolso. ¡Mira lo que llevo! (Abre el bolso.) ¡Sesenta y cinco miserables céntimos en moneda del reino!
STELLA (acercándose a la cómoda): Stanley no me da dinero regularmente. Le gusta pagar las facturas a él, pero esta mañana me ha dado diez dólares para suavizar las cosas. Toma cinco, Blanche, yo me quedaré con el resto.
BLANCHE: Oh, no. No, Stella.
STELLA (insistiendo): Sé que cuando tienes un poco de dinero en el bolsillo te sube la moral.
BLANCHE: No, gracias. ¡Me echaré a la calle!
STELLA: ¡No digas tonterías! ¿Y cómo es que andas tan mal de dinero?
BLANCHE: El dinero se va… simplemente se va. (Se frota la frente.) ¡Un día de éstos voy a tener que comprar algo para la resaca!
STELLA: Te doy un antiácido ahora mismo.
BLANCHE: Todavía no… ¡tengo que seguir pensando!
STELLA: Me gustaría que dejases que las cosas sucedieran, al menos durante un tiempo…
BLANCHE: Stella, ¡no puedo vivir con él! Tú sí puedes, es tu marido, pero ¿cómo podría seguir yo aquí con él después de lo de anoche, separados tan sólo por unas cortinas?
STELLA: Blanche, le has visto en su peor noche.
BLANCHE: ¡Al contrario, le he visto en su mejor noche! ¡Lo que ese hombre tiene que ofrecer es una fuerza animal y anoche dio una maravillosa muestra! La única forma de vivir con un hombre así es ¡irse a la cama con él! Pero ¡ése es tu trabajo, no el mío!
STELLA: Cuando descanses un poco, te darás cuenta de que todo va a salir bien. No tienes que preocuparte de nada mientras estés aquí. Ni… de… los gastos…
BLANCHE: ¡Tengo que pensar en algo para las dos, para que las dos… salgamos de aquí!
STELLA: Das por hecho que estoy metida en algo de lo que quiero salir.
BLANCHE: Doy por hecho que te acuerdas lo bastante de Belle Reve para que te parezca imposible vivir en este lugar y con esos jugadores de póquer.
STELLA: Definitivamente, das por hecho demasiadas cosas.
BLANCHE: No puedo creer que estés hablando en serio.
STELLA: ¿No?
BLANCHE: Comprendo lo que pasó… un poco. Lo viste con su uniforme, un oficial, no aquí, sino…
STELLA: No estoy segura de que importe mucho dónde lo vi.
BLANCHE: ¡Y no me digas que fue una de esas misteriosas cosas eléctricas entre las personas! Si lo dices, me reiré en tu cara.
STELLA: ¡No pienso decir nada más del asunto!
BLANCHE: ¡Muy bien, pues no lo hagas!
STELLA: Pero hay cosas que ocurren entre un hombre y una mujer cuando están a solas… que hacen que todo lo demás carezca de importancia. (Pausa.)
BLANCHE: De lo que estás hablando es de deseo animal, ¡sólo deseo! ¡El nombre de esa carraca de tranvía que atraviesa el Barrio dando tumbos, subiendo primero por un callejón y bajando por el siguiente…!
STELLA: ¿Has viajado alguna vez en ese tranvía?
BLANCHE: Me trajo aquí… a un sitio en el que no me quieren y en el que me da vergüenza estar…
STELLA: ¿No te parece que tu aire de superioridad está fuera de lugar?
BLANCHE: ¡Ni me siento superior ni actúo como si lo fuera, Stella! ¡Créeme que no! Es sólo que así es como yo lo veo. Con un hombre así se puede salir una, dos, tres veces si el diablo se te mete en el cuerpo. Pero… ¿vivir con él? ¿Tener un hijo con él?
STELLA: Ya te he dicho que le quiero.
BLANCHE: ¡Entonces tiemblo por ti! ¡Tiemblo por ti!
STELLA: ¡No puedo evitar que tiembles si insistes en temblar!
(Se produce una pausa.)
BLANCHE: ¿Puedo hablarte… con franqueza?
STELLA: Sí, hazlo. Adelante. Sé todo lo franca que quieras.
(Afuera, un tranvía se aproxima. Guardan silencio hasta que el ruido remite. Están las dos en el dormitorio.)
(Al amparo del ruido del tranvía, Stanley entra desde la calle. Las mujeres no le ven. Va cargado con unos paquetes y escucha la conversación. Lleva una camiseta interior y los pantalones manchados de grasa.)
BLANCHE: Pues, si me lo permites, es vulgar.
STELLA: Pues, sí, supongo que lo es.
BLANCHE: ¡Supones que lo es! ¡Hasta tal punto has olvidado cómo nos educaron, Stella, que sólo supones que no hay en su naturaleza ni un átomo de caballero! ¡Ni una partícula, ni una! ¡Si sólo fuera… corriente! Sencillo y bueno y sano, pero no. ¡Hay algo bajo, bestial, en él! Me odias por decir esto, ¿verdad?
STELLA (con frialdad): Sigue, suéltalo todo, Blanche.
BLANCHE: ¡Actúa como un animal, tiene costumbres de animal! ¡Come como un animal, se mueve como un animal, habla como un animal! Incluso tiene algo subhumano, ¡algo que todavía no ha alcanzado el estadio humano! Sí, algo primitivo, como de simio, ¡como lo que se ve en esas ilustraciones de la literatura antropológica! Miles y miles de años no han hecho mella en él y ahí está, Stanley Kowalski, ¡superviviente de la Edad de Piedra! ¡Trae a casa la carne cruda después de cazar en la jungla! ¡Y tú, tú aquí, esperándole! ¡Puede que te pegue o puede que gruña y te dé un beso! Bueno, si es que los besos se han descubierto ya. ¡Cae la noche y los otros simios se reúnen! Delante de la cueva y se ponen a gruñir igual que él, ¡y a tragar y a roer y a dar tumbos! ¡Su noche de póquer, llamas a esa fiesta de simios! Uno gruñe, el otro agarra algo, ¡la pelea está servida! ¡Dios! Puede que distemos mucho de estar hechos a imagen y semejanza de Dios, pero, Stella, hermana mía, ¡desde la Edad de Piedra algo hemos progresado! ¡Cosas como el arte, como la poesía, como la música, esa nueva luz ha aparecido en el mundo desde aquella época! ¡Algunos han empezado a sentir un poco de ternura! ¡Eso es lo que tenemos que conseguir que crezca! ¡Y aferrarnos a ella y lucirla como bandera! En este oscuro desfile hacia donde sea que nos dirijamos… ¡No, no te quedes atrás con las bestias!
(Pasa otro tranvía. Stanley vacila, se humedece los labios. Luego, de pronto, sale a la calle sin hacer ruido. Las mujeres siguen sin advertir su presencia. Cuando el tranvía ha pasado, llama desde la calle.)
STANLEY: ¡Eh! ¡Eh, Stella!
STELLA (que ha escuchado a Blanche con gravedad): ¡Stanley!
BLANCHE: Stell, yo…
(Pero Stella se ha acercado a la puerta. Stanley entra tranquilamente cargado con los paquetes.)
STANLEY: Hola, Stella. ¿Y Blanche? ¿Ha vuelto?
STELLA: Sí, ha vuelto.
STANLEY: Hola, Blanche. (Le sonríe.)
STELLA: ¿Te has metido debajo del coche?
STANLEY: Esos malditos mecánicos del Fritz’s no distinguen el culo de… ¡Eh!
(Stella lo ha abrazado con ambos brazos, con firmeza y, a propósito, ante los ojos de Blanche. Stanley se ríe y aprieta la cabeza de Stella contra sí. Por encima de la cabeza, sonríe a través de las cortinas mirando a Blanche.)
(Cuando las luces se van apagando, dejando un halo sobre su abrazo, se oye música de trompeta, batería y del «piano de los blues».)