La noche de póquer
Semeja un cuadro de Van Gogh: unos billares de noche. La cocina sugiere esa especie de brillo chillón y al mismo tiempo pálido de la noche, los colores puros del espectro de la infancia. Encima del hule amarillo de la mesa cuelga una lámpara con una pantalla de un verde muy vivo. Los jugadores de póquer —Stanley, Steve, Mitch y Pablo— llevan camisas de colores —azul vivo, morado, de cuadros blancos y rojos y verde pálido—. Son hombres en la cumbre de su masculinidad física, tan toscos y directos y poderosos como los colores primarios. Sobre la mesa hay apetitosas rajas de melón, vasos y botellas de whisky. El dormitorio está en penumbra, sólo recibe la luz que se filtra entre las cortinas y a través de la ancha ventana de la calle.
Por un momento, la escena permanece en silencio, mientras se reparten las cartas.
STEVE: ¿Algo bueno en esta mano?
PABLO: La reina es buena.
STEVE: Dame dos cartas.
PABLO: ¿Y tú, Mitch?
MITCH: Yo paso.
PABLO: Una.
MITCH: ¿Alguien quiere un trago?
STANLEY: Sí, yo.
PABLO: ¿Por qué no va alguien a la tienda del chino y me trae una ración de chop suey?
STANLEY: ¡Cuando yo voy perdiendo, a ti te da por comer! ¡Apuesta! ¿Mano? ¡Mano! Saca el culo de la mesa, Mitch. En la mesa de póquer: cartas, fichas, whisky y punto.
(Se tambalea y tira al suelo unas rajas de melón.)
MITCH: Deja ya de pontificar.
STANLEY: ¿Cuántas?
STEVE: Dame tres.
STANLEY: Una.
MITCH: Paso. Tengo que irme pronto a casa.
STANLEY: Calla.
MITCH: Mi madre está enferma y no se acuesta hasta que no llego.
STANLEY: Entonces, ¿por qué no te quedas en casa con ella?
MITCH: Dice que salga, así que salgo, pero no lo paso bien. No dejo de preguntarme cómo estará.
STANLEY: ¡Ah, por el amor de Cristo, pues entonces vete a casa!
PABLO: ¿Qué tienes?
STEVE: Escalera de picas.
MITCH: Todos estáis casados, así que yo me quedaré solo cuando se vaya… Voy al servicio.
STANLEY: Date prisa que vamos a prepararte una teta de azúcar.
MITCH: ¡Vete a tomar…! (Cruza el dormitorio para dirigirse al baño.)
STEVE (repartiendo otra mano): Póquer descubierto. Siete cartas. (Contando el chiste mientras reparte.) Un viejo granjero está en su granja echándole maíz a sus pollos cuando, de repente, oye cacarear a una gallina y la ve aparecer por la esquina de su casa corriendo a toda velocidad y el gallo pisándole los talones.
STANLEY (impacientándose): ¡Reparte!
STEVE: Pero cuando el gallo ve que el granjero está dando maíz a los pollos, frena en seco, deja que la gallina se escape y se pone a comer. Y el viejo granjero dice: «¡Dios mío, espero no llegar a tener nunca tanta hambre!».
(Steve y Pablo se ríen. Las hermanas aparecen por la esquina.)
STELLA: Todavía no han terminado la partida.
BLANCHE: ¿Qué tal estoy?
STELLA: Estás encantadora, Blanche.
BLANCHE: Tengo calor y estoy nerviosa. Espera, no abras la puerta, voy a arreglarme un poco. (Se empolva la cara.) ¿Parezco cansada?
STELLA: No, en absoluto. Estás fresca como una rosa.
BLANCHE: Como una rosa marchita.
(Stella abre la puerta y entran.)
STELLA: ¡Bueno, bueno, bueno, chicos, ya veo que seguís a lo vuestro!
STANLEY: ¿Dónde habéis estado?
STELLA: Blanche y yo hemos ido al teatro. Blanche, éste es el señor Gonzales y éste el señor Hubbell.
BLANCHE: Por favor, no se levanten.
STANLEY: Nadie pensaba levantarse, así que no te preocupes.
STELLA: ¿Y hasta cuándo vais a estar jugando?
STANLEY: Hasta que nos dé la gana.
BLANCHE: El póquer es tan fascinante… ¿Puedo fisgar un poco?
STANLEY: No. Vosotras, mujeres, ¿por qué no subís arriba y os sentáis un rato con Eunice?
STELLA: Porque son casi las dos y media de la noche. (Blanche se mete en el dormitorio y cierra parcialmente las cortinas.) ¿Y no podíais jugar otra mano y dejarlo?
(Una silla chirría contra el suelo. Stanley da un sonoro cachete en las nalgas de Stella.)
STELLA (muy molesta): No tiene ninguna gracia, Stanley.
(Los hombres se echan a reír. Stella se dirige al dormitorio.)
STELLA: Me pone mala que haga eso delante de la gente.
BLANCHE: Estoy pensando en darme un baño.
STELLA: ¿Otro?
BLANCHE: Tengo los nervios de punta. ¿Hay alguien en el baño?
STELLA: No sé.
(Blanche llama a la puerta del baño. Mitch la abre y sale, secándose las manos con una toalla.)
BLANCHE: ¡Oh! Buenas noches.
MITCH: Hola. (Se queda mirando a Blanche.)
STELLA: Blanche, éste es Harold Mitchell. Mi hermana, Blanche DuBois.
MITCH (incómodo pero con cortesía): ¿Qué tal está, señorita DuBois?
STELLA: ¿Cómo está tu madre, Mitch?
MITCH: Pues igual, gracias. Me dijo que le diera las gracias por el flan… Si me perdonan…
(Vuelve despacio a la cocina, mirando a Blanche y tosiendo con cierta timidez. Se da cuenta de que todavía lleva la toalla y con una risa avergonzada se la da a Stella. Blanche lo mira con cierto interés.)
BLANCHE: Ése parece… superior a los demás.
STELLA: Lo es.
BLANCHE: Me parece que tiene una mirada muy sensible.
STELLA: Su madre está enferma.
BLANCHE: ¿Está casado?
STELLA: No.
BLANCHE: ¿Es un donjuán?
STELLA: ¿Cómo? ¡Blanche! (Blanche se echa a reír.) No, no creo que sea un donjuán.
BLANCHE: ¿Qué? ¿En qué trabaja?
(Se desabrocha la blusa.)
STELLA: Está en el banco de precisión del departamento de repuestos. En la fábrica para la que trabaja Stanley.
BLANCHE: ¿Y es un buen puesto?
STELLA: No. Stanley es el único de la pandilla que tiene posibilidades de llegar a ser algo.
BLANCHE: ¿Por qué piensas eso?
STELLA: Mírale.
BLANCHE: Ya lo he mirado.
STELLA: Entonces sabrás por qué.
BLANCHE: Lo siento, pero no he visto en la frente de Stanley el sello del genio.
(Se quita la blusa y se queda con un sujetador rosa de seda y una falda blanca bajo la luz que entra a través de las cortinas. La partida ha proseguido en voz baja.)
STELLA: Ni lo lleva en la frente, ni se trata de genialidad.
BLANCHE: Ah, vaya, ¿y de qué se trata y dónde lo lleva? Me gustaría saberlo.
STELLA: Es la fuerza que tiene. Te has puesto en la luz, Blanche.
BLANCHE: Ah, ¿sí?
(Se aparta del rayo de luz amarilla. Stella se ha quitado el vestido y se ha puesto un kimono de satén azul.)
STELLA (con risa juvenil): Tendrías que ver a sus mujeres.
BLANCHE (riéndose): Me lo imagino. Grandotas y metidas en carnes, supongo.
STELLA: La que vive arriba, ¿sabes? (Más risas.) Una vez (riéndose) se cayó (riéndose) el techo…
STANLEY: ¡Gallinitas, a ver si habláis más bajo!
STELLA: Si no nos oís.
STANLEY: ¡Vosotras a mí sí, y he dicho que os calléis!
STELLA: ¡Ésta es mi casa, así que si quiero, hablo!
BLANCHE: Stella, no empieces a discutir.
STELLA: ¡Está medio borracho…! Ahora salgo.
(Se mete en el baño. Blanche se levanta y se acerca a una pequeña radio blanca y la enciende.)
STANLEY: Bueno, Mitch, ¿juegas o qué?
MITCH: ¿Cómo? ¡Ah, no, no, no!
(Blanche vuelve a ponerse bajo el rayo de luz. Levanta los brazos y se estira antes de volver perezosamente a la silla. En la radio suena una rumba. Mitch se levanta de la mesa.)
STANLEY: ¿Quién ha puesto la radio?
BLANCHE: Yo. ¿Os molesta?
STANLEY: ¡Apágala!
STEVE: ¡Ah, deja a las chicas que oigan música!
PABLO: Claro, está muy bien, ¡no la apagues!
STEVE: ¡Parece Xavier Cugat!
(Stanley se levanta de un salto, se acerca a la radio y la apaga. Se queda parado al ver a Blanche en la silla. Vuelve la vista sin pestañear y regresa a la mesa de póquer.)
(Dos de los hombres han empezado a discutir con acritud.)
STEVE: No te he oído.
PABLO: ¿A que tú sí me has oído, Mitch?
MITCH: Estaba distraído.
PABLO: ¿Distraído con qué?
STANLEY: Estaba mirando a través de las cortinas. (Se levanta y cierra las cortinas con violencia.) Reparte otra vez y vamos a jugar o lo dejamos de una vez. Hay culos de muy mal asiento cuando van ganando.
(Mitch se levanta cuando Stanley vuelve a su silla.)
STANLEY (en voz alta): ¡Siéntate!
MITCH: Se me ha subido a la cabeza. Me marcho.
PABLO: Mira el culo de mal asiento. Siete billetes de cinco dólares bien guardaditos en los bolsillos.
STEVE: Seguro que mañana mismo va al banco y los cambia en monedas.
STANLEY: Y cuando vuelva a su casa los irá metiendo en la hucha-cerdito que su madre le regaló en Navidad. (Repartiendo.) Póquer de cuatro cartas… y una al centro.
(Mitch se echa a reír, incómodo, y se acerca a las cortinas. Se para nada más atravesarlas.)
BLANCHE (con suavidad): ¡Hola! El cuarto de los niños está ocupado.
MITCH: Hemos… bebido demasiada cerveza.
BLANCHE: Odio la cerveza.
MITCH: Es… es una bebida de verano.
BLANCHE: Oh, para mí no. A mí siempre me da más calor. ¿Tiene tabaco? (Se ha puesto la bata de seda roja.)
MITCH: Por supuesto.
BLANCHE: ¿De qué marca?
MITCH: Lucky.
BLANCHE: Ah, estupendo. Qué pitillera tan bonita. ¿Es de plata?
MITCH: Sí, sí; lea la inscripción.
BLANCHE: Ah, ¿y lleva una inscripción? No la veo bien. (Mitch prende una cerilla y se acerca.) ¡Oh! (leyendo con fingida dificultad):
«Y si Dios lo quiere.
Te amaré mejor… después de… ¡la muerte!»
¡Ah, de mi soneto favorito de Elizabeth Browning!
MITCH: ¿Lo conoce?
BLANCHE: ¡Claro!
MITCH: La inscripción tiene su historia.
BLANCHE: Seguro que se trata de una historia de amor.
MITCH: Una historia muy triste.
BLANCHE: ¿Sí?
MITCH: La chica murió.
BLANCHE (con profunda compasión): ¡Oh!
MITCH: Sabía que se estaba muriendo cuando me la regaló. Una chica muy extraña, muy dulce… ¡muy dulce!
BLANCHE: Tuvo que quererle mucho. Las personas que están enfermas crean lazos muy profundos, muy sinceros.
MITCH: Eso es verdad, sin la menor duda.
BLANCHE: La pena nos vuelve sinceros, creo.
MITCH: Sí, es verdad, la pena nos vuelve más sinceros.
BLANCHE: Lo poco que tenemos pertenece a las personas que han vivido el dolor.
MITCH: Creo que tiene razón.
BLANCHE: Sé que la tengo. Enséñeme a alguien que no haya conocido el dolor y yo le diré: ahí tiene a una persona superficial… ¡Vaya! ¿Me ha oído? Tengo la lengua un poco… pastosa. Ustedes los hombres tienen la culpa. La función terminó a las once, pero no podíamos volver a casa por la partida, así que hemos tenido que meternos en algún lado y ponernos a beber. No estoy acostumbrada a beber más de una copa. Dos es mi límite ¡y tres! (Se ríe.) Esta noche he bebido tres.
STANLEY: ¡Mitch!
MITCH: No quiero cartas, estoy hablando con la señorita…
BLANCHE: DuBois.
MITCH: ¿Señorita DuBois?
BLANCHE: Es un apellido francés. Significa «bosque» y Blanche significa «blanca», así que todo junto significa «Blanca del Bosque». ¡Como un huerto en primavera! Así se acordará.
MITCH: ¿Es usted francesa?
BLANCHE: Somos de origen francés. Procedemos de una familia de hugonotes franceses.
MITCH: Es usted la hermana de Stella, ¿verdad?
BLANCHE: Sí, Stella es mi preciosa hermanita. La llamo hermanita a pesar de que en realidad es algo mayor que yo. Sólo un poco, menos de un año. ¿Querría hacerme un favor?
MITCH: Claro, ¿cuál?
BLANCHE: He comprado esta adorable lamparita de papel en una tienda china de Bourbon. ¿Puede ponerla en esa bombilla, por favor?
MITCH: Con mucho gusto.
BLANCHE: No aguanto que una bombilla no tenga lámpara. Ni tampoco aguanto un comentario vulgar o un gesto de mala educación.
MITCH (colocando la lámpara): Supongo que le pareceremos unos tipos bastante toscos.
BLANCHE: Me adapto muy bien… a las circunstancias.
MITCH: Ah, eso es una ventaja. ¿Está de visita por aquí?
BLANCHE: Stella lleva un tiempo sin estar bien, así que he venido a ayudarla. Está muy cansada.
MITCH: ¿Está usted…?
BLANCHE: ¿Casada? ¡No, no, soy una vieja maestra solterona!
MITCH: Será usted maestra, pero no es ninguna vieja solterona.
BLANCHE: ¡Gracias, caballero! ¡Muchas gracias por su galantería!
MITCH: ¿Así que trabaja usted en el sector de la enseñanza?
BLANCHE: Sí. Pues sí…
MITCH: Escuela primaria, secundaria o…
STANLEY (gritando): ¡Mitch!
MITCH: ¡Voy!
BLANCHE: ¡Dios mío, qué pulmones!… Soy profesora de instituto. En Laurel.
MITCH: ¿Qué enseña? ¿Qué asignatura?
BLANCHE: Adivine.
MITCH: Apuesto a que es usted profesora de música o de arte. (Blanche se ríe delicadamente.) Claro que podría equivocarme. Podría usted ser profesora de matemáticas.
BLANCHE: ¡Nada de matemáticas, caballero, nada de matemáticas! (Riéndose.) Ni siquiera me sé la tabla de multiplicar. No, tengo la desgracia de ser profesora de lengua. ¡Intento imbuir a un puñado de quinceañeros y Romeos de ultramarinos el aprecio por Hawthorne y Whitman y Poe!
MITCH: Imagino que algunos de ellos tienen más interés por otras cosas.
BLANCHE: ¡Cuánta razón tiene! Su patrimonio literario no es precisamente lo que más valoran. Pero son muy tiernos. Y en primavera, ¡es tan conmovedor ver cómo descubren el amor por primera vez! ¡Como si nadie lo hubiera conocido antes que ellos!
(Se abre la puerta del baño. Stella sale. Blanche sigue hablando con Mitch.)
¡Oh! ¡Has terminado! Espera… voy a poner la radio.
(Pone la radio, que empieza a emitir «Wien, Wien, nur du allein». Blanche imita el vals al ritmo de la música con gestos románticos. Mitch está encantado y la imita, aunque sus movimientos son torpes, como los de un oso danzarín.)
(Stanley se levanta hecho una fiera y llega hasta las cortinas. Se acerca a la radio y la coge con rabia. Grita una maldición y tira el aparato por la ventana.)
STELLA: ¡Bebe, sigue bebiendo, animal! (Se acerca corriendo a la mesa de póquer.) ¡Y vosotros, por favor, marchaos! Si a alguno de vosotros le queda un átomo de decencia…
BLANCHE (gritando): ¡Cuidado, Stella!
(Stanley carga contra Stella.)
LOS HOMBRES (débilmente): Tranquilo, Stanley. Tranquilo, amigo… Vamos a…
STELLA: Ponme las manos encima y te…
(Se da la vuelta y desaparece. Stanley va tras ella y también desaparece. Se oye un golpe. Stella llora. Blanche grita y corre hacia la cocina. Los hombres se adelantan y hay forcejeo y juramentos. Algo cae al suelo con estrépito.)
BLANCHE (chillando): ¡Mi hermana va a tener un niño!
MITCH: Esto es terrible.
BLANCHE: ¡Demencia, completa demencia!
MITCH: Traedlo aquí, chicos.
(Steve y Pablo arrastran a Stanley hasta el dormitorio a la fuerza. Está a punto de tirarlos al suelo, pero luego, de repente, deja de forcejear y se queda tranquilo entre sus brazos.)
(Pablo y Steve le hablan con serenidad y amabilidad y él apoya la cabeza en sus hombros.)
STELLA (con voz aguda, artificial, sin que se la pueda ver): ¡Quiero irme de aquí, quiero irme de aquí!
MITCH: Tendría que estar prohibido jugar al póquer en una casa donde hay mujeres.
(Blanche corre al dormitorio.)
BLANCHE: ¡Quiero la ropa de mi hermana! ¡Iremos a casa de la mujer de arriba!
MITCH: ¿Dónde está?
BLANCHE (abriendo el armario): ¡Ya la tengo! (Se acerca corriendo a Stella.) ¡Stella, Stella, bonita! ¡Querida, querida hermanita, no tengas miedo!
(Rodeando a Stella por los hombros, Blanche la conduce hasta la entrada y hasta el piso de arriba.)
STANLEY (débilmente): ¿Qué pasa, qué ha pasado?
MITCH: Te has pasado, Stan.
PABLO: Tranquilo, ya pasó.
STEVE: ¡Claro, mi chico está bien!
MITCH: Ponedlo en la cama y traed una toalla mojada.
PABLO: Yo creo que le iría bien un café.
STANLEY (con voz pastosa): Quiero agua.
MITCH: ¡Metedlo en la ducha!
(Los hombres hablan tranquilamente entre sí mientras lo llevan al baño.)
STANLEY: ¡Dejadme en paz, hijos de perra!
(Se oyen golpes. Y el ruido del agua, del grifo completamente abierto.)
STEVE: ¡Vámonos de aquí!
(Se acercan hasta la mesa de póquer y recogen sus ganancias antes de irse.)
MITCH (con tristeza pero con convicción): Tendría que estar prohibido jugar al póquer en una casa donde hay mujeres.
(La puerta se cierra tras ellos y el lugar se queda en silencio. Los músicos negros del bar de la esquina tocan «Paper Doll» con un tempo lento y triste. Al cabo de un momento, Stanley sale del baño chorreando y con unos calzoncillos de lunares.)
STANLEY: ¡Stella! (Pausa.) ¡Mi niña me ha dejado!
(Rompe a sollozar. Se acerca al teléfono y marca, todavía sollozando.)
¿Eunice? ¡Quiero a mi niña! (Espera un momento, luego cuelga y vuelve a marcar.) ¡Eunice! ¡Voy a seguir llamando hasta que hable con mi niña!
(Se oye una voz aguda indistinguible. Tira el teléfono al suelo. Se oyen notas disonantes de piano y metal a medida que la luz se apaga en la habitación y la fachada se ilumina con la luz de la noche. El «piano de los blues» toca un breve interludio.)
(Por fin, Stanley sale al porche medio desnudo y baja los escalones de madera hasta la acera. Una vez allí, echa la cabeza hacia atrás como un perro que aullara y grita el nombre de su esposa: «¡Stella! ¡Stella, mi vida! ¡Stella!».)
STANLEY: ¡Stell-aaaaaaa!
EUNICE (desde la puerta de su piso): ¡Deja de gritar y vete a la cama!
STANLEY: ¡Quiero que baje mi niña! ¡Stella, Stella!
EUNICE: ¡No va a bajar, así que deja de gritar o llamo a la policía!
STANLEY: ¡Stella!
EUNICE: ¡No se puede pegar a una mujer y luego pedirle que vuelva! ¡No va a volver! ¡Y va a tener un niño!… ¡Eres un canalla! ¡Polaco asqueroso! ¡Espero que te aten y te enchufen la manguera de incendios, como la última vez!
STANLEY (con humildad): Eunice, ¡quiero que mi niña baje conmigo!
EUNICE: ¡Ja! (Cierra dando un portazo.)
STANLEY (con violencia desgarradora): ¡STELLAAAAAAAA!
(Gime el clarinete. La puerta de arriba vuelve a abrirse. Stella baja en bata, los escalones crujen. Lleva el pelo suelto; le llega por los hombros y le tapa el cuello. Stanley y ella se miran. Se unen con gemidos graves, de animal. Stanley se pone de rodillas y aprieta el rostro contra su vientre, en el que ya se advierte la curva de la maternidad. La mirada de Stella se llena de ternura y le coge la cabeza, ayudándole a levantarse. Stanley abre la puerta mosquitera y la coge en brazos, metiéndola en el piso, que está a oscuras.)
(Blanche sale al rellano del piso de arriba en bata y baja la escalera con temor.)
BLANCHE: ¿Dónde está mi hermanita? ¿Stella? ¿Stella?
(Se detiene ante la entrada del piso de su hermana. A continuación contiene el aliento como paralizada. Sale precipitadamente al paseo que hay delante de la casa. Mira a derecha e izquierda buscando un refugio.)
(La música va remitiendo. Mitch aparece por la esquina.)
MITCH: ¿Señorita DuBois?
BLANCHE: ¡Oh!
MITCH: ¿Sin novedad en el frente?
BLANCHE: Salió corriendo y se ha metido con él en su casa.
MITCH: Era de esperar.
BLANCHE: Pero ¡es terrible!
MITCH: ¡Ja! No hay por qué asustarse. Están locos el uno por el otro.
BLANCHE: No estoy acostumbrada a…
MITCH: Bah, es una pena que esto haya ocurrido justo cuando ha llegado usted. Pero no le dé importancia.
BLANCHE: ¡Tanta violencia! Es tan…
MITCH: Siéntese en la escalera y fúmese un cigarrillo.
BLANCHE: No estoy vestida.
MITCH: Eso en el Barrio no importa.
BLANCHE: Qué bonita pitillera.
MITCH: Le he enseñado la inscripción, ¿verdad?
BLANCHE: Sí. (Durante la pausa, mira al cielo.) Hay tanta, tanta confusión en el mundo… (Tose tímidamente.) ¡Gracias por ser tan amable! Ahora lo necesito.