Segunda escena

Son las seis de la tarde siguiente. Blanche se está bañando, Stella, terminando de asearse. El vestido de Blanche, con un estampado de flores, está sobre la cama de Stella.

Stanley entra en la cocina desde la calle, dejando la puerta abierta. Se oye el sempiterno «piano de los blues».

STANLEY: ¿A qué viene tanta tontería?

STELLA: ¡Oh, Stan! (Se pone en pie de un salto y da a Stanley un beso que éste acepta con altanería.) Voy a llevar a Blanche a Galatoire’s a cenar y luego a ver algo, porque es tu noche de póquer.

STANLEY: ¿Y qué pasa con mi cena, eh? ¡Yo no me voy a Galatoire’s a cenar!

STELLA: Te prepararé un plato frío y lo dejaré sobre una bandeja con hielo.

STANLEY: ¡Vaya, qué cosa tan elegante!

STELLA: Intentaré no volver hasta que terminéis la partida. No sé cómo se lo tomaría Blanche, así que después iremos a uno de esos pequeños locales del Barrio. Tendrías que dejarme un poco de dinero.

STANLEY: ¿Dónde está?

STELLA: Se está dando un baño para calmar los nervios. Está muy disgustada.

STANLEY: ¿Por qué?

STELLA: Ha sufrido mucho.

STANLEY: Ah, ¿sí?

STELLA: Stan, hemos… ¡perdido Belle Reve!

STANLEY: ¿La casa de campo?

STELLA: Sí.

STANLEY: ¿Cómo?

STELLA (con vaguedad): Oh, había que… sacrificarla o algo así. (Se produce una pausa en la que Stanley se queda pensativo. Stella se está poniendo su vestido.) Cuando entre, dile algo bonito. Y, ah, no le digas nada del niño. Yo todavía no se lo he dicho, prefiero esperar a que esté más tranquila.

STANLEY (muy serio): ¿Y eso?

STELLA: Y trata de comprenderla y sé amable con ella, Stan.

BLANCHE (cantando en el baño):

De la tierra del agua azul cielo,

una dama cautiva trajeron.

STELLA: No esperaba que la casa fuera tan pequeña. En mis cartas exageré un poco las cosas.

STANLEY: Ah, ¿sí?

STELLA: Y dile que te gusta su vestido y que está maravillosa. Es muy importante para Blanche. ¡Es su pequeña debilidad!

STANLEY: Ya, me hago a la idea. Y ahora vamos a dar marcha atrás un poquito… Así que ya no tenéis la casa de campo.

STELLA: ¡Oh, sí…!

STANLEY: ¿Qué ha pasado? Dame más detalles.

STELLA: Es mejor no hablar demasiado de ello hasta que esté más tranquila.

STANLEY: Conque ése es el trato, ¿eh? ¡A la hermana Blanche no se la puede molestar con detalles de dinero por ahora!

STELLA: Anoche ya viste cómo estaba.

STANLEY: Sí, vi cómo estaba. Pero ahora vamos a echarle un vistazo a la factura de venta.

STELLA: No la tengo, no la he visto.

STANLEY: ¿No te ha enseñado ningún documento, ningún contrato de venta ni nada parecido?

STELLA: Parece ser que no se vendió.

STANLEY: ¿Y entonces qué demonios ha pasado con la casa? ¿La han regalado? ¿A quién, a una organización benéfica?

STELLA: ¡Chist! ¡Que te va a oír!

STANLEY: Me da igual que me oiga. ¡Déjame ver los papeles!

STELLA: No hay papeles, no me ha enseñado ningún papel, no me importan los papeles.

STANLEY: ¿Has oído hablar del código napoleónico?

STELLA: No, Stanley, no he oído hablar del código napoleónico y aunque lo hubiera hecho, no sé que tiene eso…

STANLEY: Deja que te ilustre en un par de cosas, nena.

STELLA: Dime.

STANLEY: En el estado de Luisiana nos regimos por el código napoleónico, según el cual lo que pertenece a la mujer pertenece al marido y viceversa. Por ejemplo, si yo tuviera un pedazo de tierra, o tú tuvieras un pedazo de tierra…

STELLA: ¡Me da vueltas la cabeza!

STANLEY: Está bien, esperaré. Cuando deje de remojarse en el baño le preguntaré si sabe lo que es el código napoleónico. Me parece que te han engañado, nena, y cuando a ti te engañan en algo que tiene que ver con el código napoleónico, me engañan a mí también. Y a mí no me gusta que me engañen.

STELLA: Hay tiempo de sobra para hacerle preguntas. Si se las haces ahora, se derrumbará. No sé qué habrá pasado con Belle Reve, pero no sabes lo ridículo que te pones al insinuar que mi hermana o yo o cualquier persona de nuestra familia ha estafado a nadie.

STANLEY: Entonces, si vendieron la casa, ¿dónde está el dinero?

STELLA: ¡No la han vendido, se ha perdido, perdido!

(Stanley entra en el dormitorio y ella le sigue.)

¡Stanley!

(Stanley abre el baúl que hay en el centro del dormitorio y saca un puñado de vestidos.)

STANLEY: ¡Mira bien esta ropa! ¿Tú te crees que ha podido comprarla con su sueldo de maestra?

STELLA: ¡Chist!

STANLEY: ¡Mira esas plumas y esas pieles que se ha traído para pasearse por aquí! ¿Esto qué es? ¡Un vestido de oro puro, me parece! ¿Y éste? ¿Qué es esto? ¡Piel de zorro! (Bufa.) Piel de zorro auténtica, medio kilómetro de piel de zorro auténtica. ¿Dónde están tus pieles de zorro, Stella? ¡Suaves y blancas como la nieve, nada menos! ¿Dónde están tus pieles de zorro blanco?

STELLA: Son pieles para llevar en verano. No son nada caras y Blanche las tiene desde hace mucho tiempo.

STANLEY: Un conocido mío trabaja con este tipo de género. Voy a traérmelo y a ver qué valor les da. ¡Me apuesto cualquier cosa a que estas cosas valen miles de dólares!

STELLA: ¡No seas idiota, Stanley!

(Tira las pieles sobre la cama. A continuación abre el cajón del baúl y saca un puñado de joyas de bisutería.)

STANLEY: ¿Y esto qué es? ¡El cofre del tesoro de un pirata!

STELLA: Oh, Stanley.

STANLEY: ¡Perlas! ¡Docenas de perlas! ¿Qué es esa hermana tuya, buscadora de perlas? ¡Pulseras de oro puro! ¿Dónde están tus perlas y tus pulseras de oro?

STELLA: ¡Chist! ¡Cálmate, Stanley!

STANLEY: ¡Y diamantes! ¡La corona de una emperatriz!

STELLA: Una corona de estrás que llevó en un baile de disfraces.

STANLEY: ¿Qué es eso de estrás?

STELLA: Poco menos que vidrio.

STANLEY: ¿Me tomas el pelo? Un amigo mío trabaja en una joyería, voy a traerle para que tase esto. ¡Aquí está tu plantación, o lo que queda de ella!

STELLA: ¡No tienes ni idea de lo estúpido y horrible que te estás poniendo! ¡Y ahora cierra ese baúl antes de que salga del baño!

(Stanley cierra de una patada el baúl, que se queda mal cerrado, y se sienta en la mesa de la cocina.)

STANLEY: Los Kowalski y los DuBois pensamos de forma muy distinta.

STELLA (con enfado): Desde luego, ¡gracias a Dios! Yo me voy fuera.

(Coge su sombrero y sus guantes blancos y cruza hasta la entrada.) Y tú sal conmigo mientras Blanche se viste.

STANLEY: ¿Desde cuándo me das órdenes?

STELLA: ¿Te vas a quedar aquí para insultarla?

STANLEY: ¡Por supuesto que me voy a quedar aquí!

(Stella sale al porche. Blanche sale del baño con una bata de seda roja.)

BLANCHE (contenta, sin darse importancia): ¡Hola, Stanley! Aquí estoy, recién bañada y perfumada. ¡Me siento otra persona!

(Stanley prende un cigarrillo.)

STANLEY: Eso está bien.

BLANCHE (corriendo las cortinas): ¿Me perdonas mientras me pongo mi precioso vestido nuevo?

STANLEY: Por supuesto, adelante, Blanche.

(Cierra las cortinas que separan ambas habitaciones.)

BLANCHE: Tengo entendido que va a haber una partida de cartas a la que nosotras las damas ¡no estamos cordialmente invitadas!

STANLEY (muy serio): Sí.

(Blanche se quita la bata y se pone un vestido estampado de flores.)

BLANCHE: ¿Dónde está Stella?

STANLEY: En el porche.

BLANCHE: Voy a pedirte un pequeño favor.

STANLEY: Ya me dirás cuál es.

BLANCHE: ¡Los botones de la espalda! ¡Puedes entrar!

(Stanley cruza las cortinas. Tiene una mirada afilada, penetrante.)

¿Qué tal estoy?

STANLEY: Estás bien.

BLANCHE: ¡Muchas gracias! ¡Y ahora los botones!

STANLEY: No sé qué tengo que hacer.

BLANCHE: Ay, los hombres, qué dedos tan torpes tenéis. ¿Me das una calada?

STANLEY: Enciéndete un cigarrillo.

BLANCHE: ¡Vaya, gracias!… Parece que mi baúl ha explotado.

STANLEY: Stella y yo queríamos ayudarte a deshacer el equipaje.

BLANCHE: ¡Pues lo habéis hecho a toda velocidad!

STANLEY: Parece que has arrasado las mejores tiendas de París.

BLANCHE: ¡Pues sí! ¡Sí, la ropa es mi pasión!

STANLEY: ¿Cuánto cuestan unas pieles como ésas?

BLANCHE: ¡Ah, me las regaló un admirador!

STANLEY: ¡Pues debe de tener… mucha admiración!

BLANCHE: Oh, cuando yo era joven, tenía muchos admiradores. Pero ahora, ¡mírame! (Dirige a Stanley una sonrisa radiante.) ¿Te parece posible que alguna vez me considerasen… atractiva?

STANLEY: No estás mal.

BLANCHE: Pretendía que me dijeras un piropo, Stanley.

STANLEY: A mí no me gustan esas cosas.

BLANCHE: ¿Qué… cosas?

STANLEY: Decir piropos. No he conocido a ninguna mujer que no supiera si estaba guapa o no sin que se lo dijeran y las hay que se creen más guapas de lo que son. Una vez salí con una muñeca que me dijo: «¡Soy una mujer muy glamurosa, soy una mujer muy glamurosa!». Y yo le dije: «¿Y qué?».

BLANCHE: ¿Y ella qué dijo?

STANLEY: No dijo nada. Se quedó callada como una almeja.

BLANCHE: ¿Y así acabó el idilio?

STANLEY: Así acabó la conversación. Algunos hombres se dejan engañar por ese glamour tipo Hollywood y otros no.

BLANCHE: Estoy segura de que tú perteneces a la segunda categoría.

STANLEY: Exacto.

BLANCHE: No creo que haya mujer capaz de seducirte.

STANLEY: Exacto.

BLANCHE: Eres sencillo, directo y sincero. Un poco primitivo, diría yo. Para que te interese, una mujer tiene que… (Se interrumpe con un gesto indeterminado.)

STANLEY (lentamente): Poner… las cartas sobre la mesa.

BLANCHE (sonriendo): Bueno, nunca me ha interesado la gente sin personalidad. Por eso, cuando anoche entraste por la puerta, me dije: «¡Mi hermana se ha casado con un hombre!». Claro que era cuanto podía decir de ti.

STANLEY (elevando mucho la voz): ¡Bueno, ya basta de cotorreo!

BLANCHE (tapándose los oídos): ¡Uuuuuh!

STELLA (llamando desde la escalera): ¡Stanley! ¡Ven aquí y deja que Blanche termine de vestirse!

BLANCHE: Ya me he vestido, cariño.

STELLA: Bueno, pues entonces sal.

STANLEY: Tú hermana y yo estamos hablando.

BLANCHE (con ligereza): Cariño, hazme un favor, ¡ve a la tienda y tráeme una limonada con mucho hielo! ¿Me harías ese favor, corazón?

STELLA (con vacilación): Sí. (Sale por la esquina.)

BLANCHE: La pobrecita nos estaba escuchando y me da la impresión de que no te entiende tan bien como yo… De acuerdo, señor Kowalski, ahora podemos hablar sin rodeos. Estoy preparada para responder a todas sus preguntas. No tengo nada que ocultar. ¿De qué se trata?

STANLEY: Existe en el estado de Luisiana una cosa que se llama código napoleónico según el cual todo lo que pertenece a mi esposa también es mío… y viceversa.

BLANCHE: ¡Dios mío, pero si tienes un impresionante aire judicial!

(Se rocía con su pulverizador y luego, con ánimo juguetón, rocía a Stanley, que coge el objeto y lo deja violentamente en el tocador. Blanche echa la cabeza hacia atrás y se ríe.)

STANLEY: Si no supiera que eres la hermana de mi mujer, ¡podría pensar ciertas cosas!

BLANCHE: ¿Qué cosas?

STANLEY: No te hagas la tonta, ¡ya sabes qué cosas!

BLANCHE (pone el pulverizador en la mesa): De acuerdo, pongamos las cartas sobre la mesa. Me parece bien. (Se da media vuelta y mira directamente a Stanley.) Yo finjo bastante: al fin y al cabo, el atractivo de una mujer tiene un cincuenta por ciento de fingimiento, de ilusión, pero cuando se trata de algo importante, digo la verdad, y ésta es la verdad: no os he engañado ni a mi hermana ni a ti ni a nadie en toda mi vida.

STANLEY: ¿Dónde están los documentos? ¿En el baúl?

BLANCHE: Todo cuanto tengo está en ese baúl.

(Stanley se acerca al baúl, lo abre y empieza a abrir cajones.)

Por el amor de Dios, ¿en qué estás pensando? ¿Qué esconde esa cabecita de niño? ¿Crees que escondo algo, que quiero engañar a mi hermana? Déjame a mí. Iremos más deprisa y sin tanto lío… (Se acerca al baúl y saca una caja metálica.) Guardo mis papeles en esta caja. (La abre.)

STANLEY: ¿Qué es eso de ahí? (Señala otro fajo de papel.)

BLANCHE: Son cartas de amor. Amarillentas de viejas y todas de un solo chico. (Stanley las coge. Blanche habla con ferocidad.) ¡Devuélvemelas!

STANLEY: ¡Primero voy a echarles un vistazo!

BLANCHE: ¡Que las toques es un insulto!

STANLEY: ¡Déjame!

(Rompe la cinta que une el fajo y empieza a examinar las cartas. Blanche se las arrebata y las cartas caen al suelo.)

BLANCHE: ¡Ahora que las has tocado, pienso quemarlas!

STANLEY (mirándolas, desconcertado): ¿Qué demonios son?

BLANCHE (en el suelo, recogiéndolas): Poemas que escribió un chico que murió. Yo le hice tanto daño como a ti te gustaría hacerme, pero ¡no vas a poder! Ya no soy tan joven ni vulnerable. Pero mi joven marido sí lo era y… ¡Da igual! ¡Devuélvemelas!

STANLEY: ¿Qué es eso de que vas a quemarlas?

BLANCHE: Lo siento, he perdido la cabeza por un momento. Todos tenemos algo que no queremos que nadie toque porque es de… naturaleza muy íntima…

(Ahora parece agotada de cansancio y se sienta. Se pone unas gafas y rebusca metódicamente en un gran fajo de papeles.)

Ambler & Ambler. Mmmm… Crabtree… Más Ambler & Ambler.

STANLEY: ¿Qué es Ambler & Ambler?

BLANCHE: Una entidad que nos concedió algunos préstamos sobre la casa.

STANLEY: Entonces, ¿la hipotecasteis y os quedasteis sin ella?

BLANCHE (tocándose la frente): Sí, creo que eso es lo que pasó.

STANLEY: ¡No quiero creos, ni peros, ni quizás! Y esos papeles, ¿qué son?

(Blanche le entrega la caja. Stanley la lleva a la mesa y empieza a examinar los documentos.)

BLANCHE (cogiendo un sobre grande con más papeles): Hay miles de papeles que se remontan a cientos de años, y que cuentan cómo nuestros imprevisores abuelos y nuestro padre y nuestros tíos y nuestros hermanos fueron vendiendo la tierra a cambio de sus épicas fornicaciones… ¡por decirlo claramente! (Se quita las gafas con una risa exhausta.) La palabra de cinco letras nos quitó la plantación, hasta que al final lo único que quedó, y Stella te lo puede verificar, fue la casa y unas ocho hectáreas de terreno con un cementerio al que ahora todos se han retirado menos Stella y yo. (Esparce el contenido del sobre en la mesa.) Aquí están todos, ¡todos los papeles! ¡Y aquí y ahora yo te los confío! ¡Tómalos, examínalos, apréndetelos de memoria si quieres! ¡Creo que es maravillosamente oportuno que, finalmente, Belle Reve acabe convertido en un montón de papeles en tus enormes y capaces manos!… A ver si viene Stella con esa limonada… (Se reclina hacia atrás y cierra los ojos.)

STANLEY: Tengo un amigo abogado que va a estudiar esto con detalle.

BLANCHE: Cuando se lo des, dale también una caja de aspirinas.

STANLEY (avergonzado hasta cierto punto): Es que según el código napoleónico… un hombre tiene que interesarse por las cosas de su mujer… sobre todo ahora que va a tener un niño.

(Blanche abre los ojos. El «piano de los blues» se oye más alto.)

BLANCHE: ¿Stella? ¿Stella va a tener un niño? (En tono soñador.) ¡No sabía que fuera a tener un niño!

(Se levanta y cruza hasta la puerta de entrada. Stella aparece por la esquina con una bolsa de papel de la tienda.)

(Stanley se mete en el dormitorio con el sobre y la caja.)

(La luz se apaga en las estancias interiores y se hace visible la fachada de la casa. Blanche se encuentra con Stella al pie de la escalera que lleva a la acera.)

BLANCHE: ¡Stella, Stella, mi Estrella! ¡Qué maravilloso tener un hijo! Tranquila, no pasa nada.

STELLA: Siento mucho lo que te ha hecho.

BLANCHE: Oh, supongo que no es de esos a los que les gusta el perfume de jazmín, pero es posible que sea justo lo que necesitamos para mezclar con nuestra sangre ahora que hemos perdido Belle Reve. Hemos discutido. Estaba un poco nerviosa, pero creo que no lo he hecho mal. Me he reído, me lo he tomado como si fuera broma. (Aparecen Steve y Pablo con una caja de cervezas.) Le llamé «niño» y me reí y flirteé. ¡Sí, he flirteado con tu marido! (Los hombres se acercan.) Llegan los invitados a la partida de póquer. (Los dos hombres pasan entre ellas y entran en la casa.) ¿Adónde vamos, Stella? ¿Por aquí?

STELLA: No, por aquí. (Guía a Blanche.)

BLANCHE (riéndose): ¡La tuerta guiando a la ciega!

(Se oye a un vendedor ambulante.)

VOZ DEL VENDEDOR AMBULANTE: ¡Calentitos!