Tras la caída de Varsovia ante el incontestable avance de los panzer, el 27 de septiembre de 1939, la población polaca temía una represión brutal por parte de los soldados alemanes. Los incesantes bombardeos a los que había sido sometida la capital hacían prever que el dominio germano sobre la ciudad acarrearía duras pruebas a sus indefensos habitantes.
El actor norteamericano Edward G. Robinson en una escena de la película LittleCaesar. El artista fue amenazado de muerte tras su participación en la cinta Confesiones de un espía nazi, en la que se denunciaban los excesos del Tercer Reich.
Por este motivo, los polacos se quedaron muy sorprendidos cuando el 2 de octubre asistieron a una inesperada escena. Los alemanes habían instalado unas cocinas de campaña en una céntrica calle de la capital y los soldados germanos invitaban a los asustados habitantes a que se acercasen para que pudieran recibir pan y sopa caliente.
Los famélicos polacos dudaron en un primer momento antes de acudir a las cocinas móviles, temiendo una trampa, pero el apetitoso olor de la sopa derribó sus últimas reservas. En pocos minutos, miles de personas se arremolinaban en torno a los soldados alemanes, recibiendo incrédulos una ración de pan y un plato de sopa.
Mientras los polacos seguían recibiendo esta ayuda, no repararon en que alrededor de ellos se estaban instalando rápidamente cámaras cinematográficas para inmortalizar la escena. Varios documentalistas se dispusieron a tomar imágenes del reparto de comida para que fueran incluidas en los noticiarios alemanes que poco después podrían verse en todas las salas cinematográficas alemanas.
Tras unos breves minutos en los que los camarógrafos pudieron trabajar a placer, recogiendo especialmente los momentos en los que la población polaca agradecía efusivamente la generosidad de los invasores, los técnicos hicieron indicaciones de que ya habían sido tomadas las imágenes que deseaban.
Acto seguido, los soldados alemanes comenzaron a recoger las cocinas de campaña ante los estupefactos polacos, que veían cómo quedaban todavía muchas piezas de pan y muchos litros de sopa por repartir. Sus súplicas no causaron ningún efecto y enseguida se dieron cuenta de que habían sido objeto de un cruel engaño; el reparto de comida no había sido más que una cínica pantomima ideada por la cínica propaganda nazi.
Otro ejemplo de la utilización espuria del lenguaje cinematográfico se produciría en el verano de 1944. En el campo de concentración de Theresienstadt, emplazado en una fortaleza del siglo XVIII en las cercanías de Praga, se rodó un falso documental titulado "El Führer dona una ciudad a los judíos".
La película contó con la colaboración de un director y guionista judío, Kurt Gerron, quien seguramente esperaba salvar su vida de este modo. Pese a que, ciertamente, Theresiendstadt no era uno de los peores recintos de la red de campos de concentración nazis, el film ofrecía una idílica imagen de ese lugar, que solía ser mostrado a los inspectores de la Cruz Roja.
El espectador podía ver a los internos de Theresienstadt en la biblioteca, en una piscina o bailando a los sones de una pequeña orquesta. También contemplaban la supuesta vida diaria de los judíos, trabajando como sastres, curtidores o zapateros. Los niños jugaban alegremente en un campo de fútbol. Las escenas de comedor rebosaban de pan blanco, queso o tomates.
Seguidamente, en la pantalla surgían imágenes de soldados alemanes en el frente con el siguiente comentario de fondo:
"Mientras los judíos de Theresienstadt disfrutan de café, pasteles y bailes, nuestros soldados soportan lo peor de esta guerra terrible, sufren privaciones y la muerte para defender la patria".
No hace falta decir que el objetivo de ese insidioso trabajo, acrecentar el odio hacia los judíos, se alcanzaba con maquiavélica eficacia. Pero lo que el público alemán no sabía, o prefería no saber, era que los judíos forzados a participar en ese montaje habían sido enviados el 20 de septiembre de 1944 al campo de exterminio de Auschwitz, siendo gaseados a su llegada.
El propio director murió en Auschwitz en noviembre de ese año, sin que le hubiera servido de nada colaborar con los que acabarían siendo sus verdugos.