Hitler gustaba de distraerse viendo películas en sesiones particulares, un placer que compartía con otros estadistas como Churchill o Stalin. El encargado de proporcionárselas era el ministro de Propaganda, Joseph Goebbels, otro gran aficionado al cine, que tenía su ministerio enfrente de la Cancillería, en la Vosstrasse.
La persona que tenía como misión localizar y trasladar las latas que contenían los rollos de película de un lado a otro de la calle —o enviarlas al Berghof, en los Alpes bávaros— era un técnico llamado Erick Stein, aunque en ocasiones debía desplazarse a buscarlas a un almacén situado al noroeste de Berlín.
Goebbels llevaba a cabo personalmente las gestiones necesarias para obtener los últimos éxitos de Hollywood. Con ocasión de uno de los cumpleaños de Hitler, Goebbels —siempre atento a sus gustos— le regaló un lote completo de películas de Mickey Mouse.
Curiosamente, Hitler no mostraba una especial devoción por las películas alemanas y prefería los productos más comerciales de Hollywood. Esta afición sorprende al saber que el Führer no sentía precisamente admiración por los norteamericanos; despreciaba "su mezcla de razas y sus desigualdades sociales", y estaba convencido de que era "un país podrido". Para él, Estados Unidos era una democracia burguesa decadente, incapaz de mantener un esfuerzo militar sostenido, lo que explica su despreocupación cuando entró en la contienda tras el ataque a Pearl Harbor.
Tan solo había una época de la historia norteamericana que admiraba, la de la Prohibición, como era previsible en alguien como él que era contrario al consumo de alcohol. "Solo un pueblo joven podía tomar una medida tan drástica pero tan necesaria", afirmó en una ocasión. Lo que también despertaba el interés de Hitler era el método de producción en serie en la que la industria norteamericana era pionera, pero aún así creía que las cadenas de montaje solo servían para fabricar bienes de consumo baratos.
"¿Qué es Estados Unidos salvo millonarios, reinas de la belleza, discos estúpidos y Hollywood?", se preguntó Hitler en voz alta una vez ante sus contertulios. Con afirmaciones como esta no se comprende que el dictador despreciase lo que provenía del otro lado del Atlántico y a la vez sintiese atracción por el cine producido allí. Pero la realidad es que para sus veladas cinematográficas prefería lo que llegaba de aquel "país podrido", en una muestra más de su contradictoria personalidad.
Así, la película favorita de Hitler era Tres lanceros bengalíes (The Lives of a Bengal Lancer, 1935), dirigida por Henry Hathaway y protagonizada por Gary Cooper, un film que visionó en numerosas ocasiones. Ambientada en la frontera del noroeste de la India en tiempos de la dominación británica, la película narra las luchas del 41º Regimiento de Bengala contra las tribus de Mohammed Khan. Aunque es arriesgado aventurar una relación entre ambos hechos, no deja de sorprender que Hitler se refiriese una y otra vez al ejemplo del colonianismo inglés en la India para explicar los proyectos que tenía para los inmensos territorios rusos una vez que sus tropas la hubieran conquistado.
Otra de sus películas favoritas era El perro de Baskerville (The hound of Baskervilles, 1939), dirigida por Sidney Lanfield e intepretada por Richard Greene y Basil Rathbone en los papeles de Sir Henry Baskerville y Sherlock Holmes. Esta historia de suspense, basada en una novela de Arthur Conan Doyle, cautivó la atención del autócrata teutón, al igual que la célebre King Kong (King Kong, 1933), dirigida por Merian Cooper.
Su predilección por el cine de Hollywood era compartida mayoritariamente por el resto de jerarcas nazis, para disgusto de Goebbels, que había prohibido la proyección de películas americanas en los cines germanos. En los periodos que Hitler pasaba en el Berghof, cada noche se solían proyectar una o dos películas en el salón. El Führer se sentaba en primera fila junto a Eva Braun —que era quien escogía el programa— y los demás espectadores se situaban detrás. Todo el personal estaba invitado a estas sesiones particulares de cine, incluso los criados y el personal de las cocinas.
Cuando se proyectaba una película americana, la sala se llenaba casi por completo, pero con las cintas alemanas muchos se buscaban una excusa para no asistir.
Estas sesiones también se celebraban en la Cancillería, en Berlín. Cuando no había invitados importantes ni ninguna recepción oficial, la cena comenzaba a las ocho y a lo largo de esta se presentaba uno de los sirvientes con la lista de las películas que podían proyectarse a su finalización. El Führer decidía el programa, aunque podía atender alguna petición de los presentes.
Acabada la cena, todos pasaban a la estancia conocida como salón de música, en donde se llevaba a cabo la proyección.
A Hitler y a Eva Braun les gustó enormemente Lo que el viento se llevó (Gone with the wind, 1939), siendo esta la primera película en color que pudo visionarse en esas sesiones particulares. Nada más aparecer el The End en la pantalla, Hitler exhibió ante todos los presentes su entusiasmo, alabando en voz alta esta superproducción. De inmediato ordenó llamar a Goebbels, al que le dijo que era necesario, costase lo que costase, que los técnicos alemanes lograsen crear una obra cinematográfica que rivalizase en espectacularidad con ella. Probablemente, esa noche nació la idea de la película Kolberg, cuya épica gestación conoceremos más adelante.
Cartel de la película Tres lanceros bengalíes. Esta película era la favorita de Hitler, quizás porque retrataba la dominación británica en la India, un modelo colonial que él aspiraba a reeditar en tierras rusas bajo poder alemán.
Hitler se quedó impresionado por las escenas de la guerra civil, pero lo que más le agradó fue el supuesto mensaje racista que advirtió en la cinta, por lo que, inesperadamente, dio permiso a Goebbels para que la película se proyectase en las salas de cine alemanas.
Por su parte, Eva Braun acabaría identificándose con el personaje femenino de Escarlata O’Hara, encarnado por la actriz británica Vivien Leigh; quien sabe si veía en el personaje de Rhett Butler, interpretado por Clark Gable, un trasunto de su amado Führer. Incluso se vistió una vez de dama sudista y representó ante su círculo íntimo una breve escena del film.
Pero fue precisamente el entusiasmo de Eva Braun por esta película el que, a la postre, provocaría su retirada de la cartelera.
La amante de Hitler exigía que fuera proyectada, al menos, una vez al mes y no hacía más que hablar de Clark Gable, de su apostura y su aire majestuoso; tenía fotos del actor en su habitación e imitaba su voz, llegando en ocasiones a hablar inglés en la mesa.
Parece ser que estos extremos acabaron por colmar la paciencia de Hitler, que decidió devolver todas las cintas a la Metro Goldwin Mayer, con la excusa de que era necesario ahorrar divisas. Asi, de este modo, ni Eva Braun ni el resto de alemanes pudieron volver a ver Lo que el viento se llevó.
De todos modos, Hitler reconocía que Clark Gable se encontraba entre sus actores favoritos. Durante la guerra llegó a ofrecer una recompensa a quien fuera capaz de capturarlo vivo, al tener conocimiento de que el actor norteamericano participaba a bordo de un bombardero en misiones aéreas sobre Alemania.
Además de por el cine norteamericano, Hitler mostró durante una época un cierto interés por el cine español. Vio en tres ocasiones la película Nobleza baturra (1935) y dos veces Morena Clara (1935). El Führer se quedó prendado de la protagonista de ambas, la actriz Imperio Argentina (1910-2002), a la que tendría ocasión de conocer en persona en 1938, cuando una delegación española se desplazó a Alemania para rodar allí las películas que no podían producirse en España a causa de la Guerra Civil.
El dictador germano deseaba que Imperio Argentina fuese la protagonista de una superproducción que se iba a rodar en Alemania sobre la vida de Lola Montes (1818-1861), la bailarina y aventurera escocesa amante del rey Luis I de Baviera. El autor del guión era el mismísimo Joseph Goebbels; este le entregó el guión a la actriz para que lo leyera, mientras le preparaba una entrevista personal con el Führer. La reunión entre la artista y el autócrata discurrió a solas durante tres horas y media, pero Hitler no logró convencerla para que protagonizase la cinta. Aún así, consiguió que la actriz prolongase unos días su visita al Reich, con el fin de que conociese los logros alcanzados por su régimen, hasta que una inoportuna alergia forzó a la actriz a regresar a España.
Otra de sus actrices preferidas era Greta Garbo (1905-1990), a la que, según confesó, hubiera querido recibir con honores de estado. Pero su gran frustración tenía nombre propio: Marlene Dietrich (1901-1992). La actriz alemana había dado sus primeros pasos en los cabarets de Berlín, pero en los años treinta ya se había consagrado como estrella de la gran pantalla en Hollywood con films como El ángel azul (The blue angel, 1931) o El expreso de Shangai (Shangai Express, 1932). Goebbels la invitó formalmente a regresar a Alemania, en donde pretendía hacer de ella la actriz emblemática del Tercer Reich, pero la artista rechazó la propuesta.
Marlene Dietrich, al contrario que la mayoría de sus compatriotas, sí que pudo advertir a tiempo los graves peligros que encarnaba el totalitarismo nazi:
"Cuando abandoné Alemania oí por la radio un discurso de Hitler y fui presa de un gran malestar. No, jamás podría volver a mi país mientras semejante hombre fanatice a las masas".