La hepatitis no fue una causa generalizada de muerte durante la Segunda Guerra Mundial, como lo fue el tifus. Aún así, esta enfermedad contagiosa supuso un goteo continuo de bajas en los Ejércitos contendientes, sobre todo en el alemán.
Únicamente dos de cada mil enfermos de hepatitis encontraban la muerte, pero el largo periodo de recuperación provocaba la falta de efectivos disponibles para el frente. Tan solo en el frente ruso, se registró un millón de casos de hepatitis entre las filas del Ejército germano.
Teniendo en cuenta que la curación de esta enfermedad requería guardar reposo absoluto entre dos meses y un año, es evidente que esta enfermedad supuso un auténtico golpe en el hígado al titánico esfuerzo de las tropas de Hitler en el Este. Hubo casos en los que hasta la mitad de un batallón se encontraba fuera de combate debido a esta dolencia. El peor mes para la Wehrmacht fue septiembre de 1943, en el que se diagnosticaron 180.000 casos.
En cambio, los Aliados, pese a padecer también los estragos de la enfermedad, lograron reducir los casos de contagio; se contabilizaron 250.000 enfermos a lo largo de toda la contienda.