A lo largo de la historia militar, las enfermedades venéreas han sido siempre la causa principal de las bajas no relacionadas directamente con los combates. En la Segunda Guerra Mundial, el porcentaje de bajas provocadas por este motivo en el Ejército norteamericano fue de 56 casos anuales por cada mil hombres.
En relación con la Primera Guerra Mundial, la cifra había descendido, puesto que entre los soldados estadounidenses se dio un porcentaje de 87 por mil. Esta reducción de los casos fue debida, en primer lugar, a las campañas de información que se llevaron a cabo entre los soldados, así como a la introducción de la penicilina, aunque tampoco hay que perder de vista el hecho de que muchos soldados norteamericanos sirvieron en escenarios en los que no abundaban las ofertas de este tipo, como el desierto de Africa del Norte o los solitarios atolones del Pacífico.
En cambio, en donde existían más problemas para mantener controladas estas enfermedades era en el sur de Italia. El hambre terrible que soportó la población de esta región en los últimos meses de la ocupación alemana —tal como hemos visto en la historia del manatí cocinado para el general Clark— llevó a muchas mujeres a ofrecerse a los soldados a cambio de comida.
Según un informe de los Aliados, de 150.000 mujeres que habitaban en Nápoles, unas 42.000 se dedicaban a la prostitución; en muchos casos, la alternativa era morir de hambre.
Por toda la ciudad del Vesubio proliferaron los burdeles improvisados, que en muchos casos no eran más que grandes salones en los que los intercambios de favores se realizaban sin ningún tipo de intimidad. Pero los soldados aliados que acudían a ellos, y que aguardaban armados de paciencia su turno en largas colas que llegaban hasta la calle, no encontraban precisamente un ambiente alegre y desenvuelto; las mujeres allí presentes solían ser amas de casa que esperaban reunir un número suficiente de latas de comida —la moneda de cambio en esos momentos— para regresar lo más pronto posible al hogar y poder alimentar a su familia. Ante semejante panorama, no eran pocos los soldados que optaban por retirarse discretamente en busca de otro tipo de diversiones.
Un soldado norteamericano confraterniza con una joven italiana, ofreciéndole agua de su cantimplora. En muchos casos la amistad llegaba a más, lo que ocasionaba abundantes casos de enfermedades venéreas que las autoridades militares no lograban atajar.
La prostitución estaba muy extendida por las calles de la ciudad, y era frecuente encontrar algún muchacho dispuesto a ofrecer a su hermana por un poco de comida. La consecuencia de todo ello fue una violenta epidemia de gonorrea que se extendería entre las tropas aliadas en la Navidad de 1943.
Las autoridades aliadas reaccionaron con una campaña de concienciación, pero las películas que fueron proyectadas a las tropas en las que se veían los terribles efectos de las enfermedades venéreas no fueron argumento suficiente para desanimar a los soldados o, al menos, para que tomasen las precauciones necesarias.
Dentro de esta campaña, un elemento se reveló como especialmente perjudicial para el soldado que lo ponía en práctica. Se trataba de un pequeño folleto impreso en italiano en el que se podía leer en grandes letras: "No estoy interesado en tu sifilítica hermana".
En teoría, ese papel debía servir para que los soldados pudieran librarse fácilmente de la tentación que a diario se les ofrecía por la calle, pero en realidad se convirtió en una fuente de violentas discusiones. Los soldados, al no dominar suficientemente el italiano, a veces mostraban el papel a algún paisano que les había abordado por otra razón o que simplemente les estaba saludando.
Evidentemente, al leer la referencia poco considerada hacia su hermana —el insulto más ultrajante para un italiano meridional— la ofensa solo podía saldarse con una vendetta inmediata…