Para derrotar al Afrika Korps del mariscal Rommel, los británicos contaban con la inestimable ayuda de las tropas australianas que, al igual que había sucedido durante la Primera Guerra Mundial, habían acudido en socorro de su antigua metrópoli.
El Zorro del Desierto consideraba a los australianos, al igual que los neozelandeses, como excelentes soldados. Incansables y extraordinariamente aguerridos, Rommel prefería no tenerlos delante cuando se producía un choque armado. Los británicos también se sorprendían de su gran forma física, que les llevaba a caminar horas y horas sin experimentar fatiga.
Al acabar las interminables caminatas, los pies de los ingleses mostraban terribles ampollas, lo que les hacía cojear durante varios días, mientras que los australianos conservaban sus pies en perfectas condiciones. La explicación parecía ser que los australianos estaban más acostumbrados a la vida al aire libre, puesto que muchos de ellos eran granjeros, mientras que los ingleses solían proceder de las ciudades.
Un oficial medico, intrigado por esta curiosa circunstancia, halló la respuesta un día que vio a un grupo de australianos chapoteando en un charco. Aunque aparentemente era tan solo una manera de pasar el rato, en realidad se trataba de un tratamiento milagroso contra las ampollas. Los charcos no estaban llenos de agua, por otra parte algo poco probable en el desierto; los australianos tenían los pies metidos en un agujero en el que antes habían orinado todos.
Al parecer, ese era el truco empleado por los australianos para mantener los pies libres de las molestas ampollas. Aunque el secreto pasó de boca en boca por las sorprendidas tropas británicas, muy pocos se animaron a ponerlo en práctica.