Es bien sabido que no es aconsejable tomar decisiones mientras que uno se encuentra bajo los efectos del alcohol. Esto es lo que no tuvo presente el gobernador militar soviético de la ciudad polaca de Lodz, la noche del 2 de mayo de 1945.
Al recibir la noticia de que Berlín había caído, el gobernador se emborrachó y, para celebrarlo, ordenó hacer sonar todas las sirenas antiaéreas de la ciudad. Pese a que sus subordinados le advirtieron de que no era esta la mejor manera de festejar la toma de la capital del Reich, puesto que la guerra aún continuaba, el gobernador insistió.
Cumpliendo sus deseos, todas las sirenas de Lodz se pusieron en marcha. Ante el repentino estruendo, los civiles pensaron que estaban a punto de ser bombardeados, por lo que unos se apresuraron a buscar refugio y otros a abandonar la ciudad a la carrera. Por su parte, los soldados encargados de las baterías antiaéreas comenzaron a disparar, lo que hizo aumentar aún más el pánico entre la población, pero también entre los propios rusos, que creían que estaban siendo atacados por soldados alemanes que habían quedado rezagados.
Para colmo, los soldados rusos que servían en los controles de las carreteras que rodeaban Lodz vieron destacarse en la oscuridad los ciudadanos y militares que llegaban corriendo hacia ellos, por lo que comenzaron a disparar al creer también que eran objeto de un ataque.
El resultado de la fiesta del gobernador fue de varias decenas de muertos y heridos, entre civiles y militares. El causante del estropicio fue arrestado y enviado a Rusia, desconociéndose el castigo que se le impuso, aunque es de suponer que tuvo la oportunidad de conocer las regiones más remotas de Siberia.