Si el nazismo hizo retroceder a la humanidad varios siglos, sumiéndola de nuevo en el tiempo de los bárbaros, es sorprendente conocer que, por el contrario, se adelantó a su época en lo que hace referencia a la restricción del consumo de tabaco por motivos de salud que se da actualmente en las sociedades occidentales.
La Alemania nazi fue pionera en las campañas contra el consumo del tabaco. Estos dos carteles intentaban advertir a la población germana sobre sus peligros para la salud.
Los argumentos contra el tabaco databan ya de principios del siglo XX. Algunas organizaciones religiosas advertían de sus peligros, pero fue el industrial norteamericano Henry Ford el primero en declararse contrario a su consumo, animando a la juventud a prescindir de ese "pequeño esclavizador" y practicar deporte. Otras personalidades destacadas de la sociedad estadounidense intentaban concienciar especialmente a la juventud de las consecuencias dañinas del cigarrillo, pero estos llamamientos se realizaban siempre a título individual. Por su parte, el gobierno de Washington no era el más indicado para secundar esta lucha, debido a la presión de las grandes tabaqueras y a la recaudación de impuestos inherente a su venta.
La Alemania nazi sería el primer lugar del mundo en el que se establecieron medidas destinadas a frenar su consumo entre la población. Durante la República de Weimar, en la década de los veinte, los fabricantes de cigarrillos consiguieron duplicar las ventas de tabaco, convirtiéndose Alemania en el primer importador mundial. Tras el advenimiento del régimen nazi, estos empresarios creyeron que el nuevo gobierno seguiría facilitando el desarrollo de su floreciente negocio, para lo cual ofrecieron importantes sumas al partido de Hitler. Sin embargo, se encontraron con que el gobierno de Berlín no solo no les aplanaba el camino, sino que establecía unas disposiciones encaminadas a erradicar el consumo de tabaco de cualquier edificio público, así como de los trenes y autobuses urbanos. La cajetilla se gravó con más impuestos para aumentar el precio, lo que provocó que la curva de consumo descendiese drásticamente.
La portada de una revista germana de 1937 mostraba una fotografía de Hitler en actitud reflexiva bajo el titular "Nuestro Führer no fuma". Se pretendía que el ejemplo del dictador animase a los alemanes a alejarse del tabaco, tal como se proclamaba en las páginas de otra revista:
"Hermano nacionalsocialista, ¿sabes que tu Führer está en contra del hábito de fumar y piensa que cada alemán es responsable de sus actos y misiones frente a todas las personas, y que no tiene el derecho de dañar su cuerpo con drogas?".
Hitler era muy consciente de los peligros del tabaco, aunque el motivo por el que abandonó su consumo siendo joven era de tipo económico; solía relatar con frecuencia que durante su adolescencia, cuando vivía en Linz, gastaba mucho dinero en comprar cigarrillos, hasta que se dio cuenta de que eso le privaba de asistir a las funciones de teatro. Según explicaba, "estaba yo en el puente que cruza el Danubio y me dije: Hay que terminar con esto. Entonces arrojé el cigarrillo a las aguas del río. Desde entonces, jamás volví a fumar".
Además del aspecto económico, hay que tener en cuenta que las primeras experiencias del adolescente Hitler con el tabaco no habían sido demasiado placenteras. El dictador solía relatar una y otra vez a sus aburridos contertulios su primer encuentro con el tabaco; tras lograr fumarse medio puro, se sintió tan mareado que regresó de inmediato a su casa, pretextando a su madre un empacho de cerezas. Sin embargo, el registro de sus bolsillos que llevó a cabo el médico que acudió a atenderle descubrió los restos del puro, con gran vergüenza para él.
Pero ese suceso no consiguió alejar a Hitler del tabaco, puesto que, cuando ya vivía solo, se compró una pipa de porcelana, en la que —según confesaba— "fumaba como un carretero, incluso en la cama". Fue precisamente en el lecho cuando se produjo un accidente, al dormirse mientras la pipa estaba encendida. Al despertarse, la cama estaba ardiendo y a duras penas Hitler logró apagar el incipiente incendio.
Los motivos últimos de Hitler —además de estos traumas juveniles— para emprender esta cruzada antitabaco son confusos, pero la realidad es que impulsó decididamente todas las acciones destinadas a combatirlo. Por ejemplo, los científicos nazis llevaron a cabo un estudio en 1939 que demostraba la relación entre el tabaco y las enfermedades pulmonares, siendo el primer trabajo de este tipo. En ese mismo año se creó un departamento contra los peligros del alcohol y el tabaco. En 1942 se fundaría en la Universidad de Jena un Instituto específico para la lucha contra el tabaco, que contaría con un presupuesto de 100.000 marcos, una suma considerable si tenemos en cuenta que casi todos los fondos del Estado se destinaban al esfuerzo bélico.
Las fanatizadas Juventudes Hitlerianas participaron en esta ofensiva, difundiendo propaganda antitabaco. La federación de mujeres alemanas lanzó una campaña contra el mal uso del tabaco y el alcohol. Por su parte, los militares tenían prohibido fumar en las calles, durante las marchas y los periodos de permiso. En las escuelas, los profesores no podían fumar y también lo tenían prohibido los menores de dieciocho años, así como las embarazadas y los aviadores de la Luftwaffe.
La legislación era especialmente dura, puesto que en la práctica prohibía fumar incluso en el coche particular; en caso de provocar un accidente mientras fumaban, los conductores eran acusados de negligencia criminal. La publicidad de tabaco se restringió y se abrió el debate sobre si los fumadores tenían derecho a recibir los mismos cuidados sanitarios que el resto de ciudadanos.
Aunque la medida antitabaco más sorprendente, al avanzar una decisión que se tomaría medio siglo más tarde, era la propuesta del propio Hitler de incluir mensajes de advertencia en los paquetes. En una ocasión, aseguró a Gretl Brau, una de las hermanas de Eva, que "antes de que me retire, voy a ordenar que todos los paquetes de cigarrillos que se vendan en mi Europa lleven bien marcada la inscripción: Peligro, el humo del tabaco mata".
No obstante, la justificación de esta campaña generalizada contra el tabaco no era la protección de la salud de los alemanes, sino evitar —tal como aseguraban los panfletos nazis— que "ese veneno genético propiciase la degeneración de la raza aria". Por lo tanto, la lucha contra el tabaco se encuadraba en la "limpieza racial" que se estaba ejecutando, y que se traducía en la persecución y posterior asesinato de los judíos, así como la eliminación de las personas que mostraban defectos físicos o mentales.
Pero Hitler no se atrevió a llevar su combate —equivocado en el fin pero acertado en los medios— hasta el final. Consciente de que los soldados necesitaban la nicotina para sobrellevar su dura vida en el frente, accedió a proporcionarles todo el tabaco del que la economía germana era capaz, obteniéndolo casi exclusivamente de la ocupada Grecia, ante las dificultades para importar tabaco. Así pues, el dictador germano demostraba una vez más que estaba dispuesto a sacrificar sus principios en aras de sus conquistas militares.