La Conferencia de Teherán, en noviembre de 1943, fue la primera ocasión en la que se reunieron los Tres Grandes.
Roosevelt, Stalin y Churchill trazaron allí las líneas generales que debían servir para derrotar a los ejércitos de Hitler.
En esa reunión, que se inició la tarde del 28 de noviembre, Estados Unidos intentó ganarse la confianza de los soviéticos a costa de los británicos, lo que se tradujo en las bromas a las que Roosevelt sometía a Churchill para arrancar así las sonrisas de Stalin. Por su parte, Churchill no encajó bien ese papel de involuntario bufón y se mostró reticente a hacer concesiones a los soviéticos, pero la debilidad de su posición facilitaría la complicidad entre los líderes de las dos grandes potencias.
La reunión sirvió también para que el dictador soviético hiciera un descubrimiento insólito. Stalin regresaría a Moscú con el recuerdo en el paladar del que es, sin duda el cóctel más famoso: el Dry Martini[38].
En Teherán, Stalin era el único de los Tres Grandes que no había probado nunca el célebre cóctel, del que, años más tarde, el líder soviético Nikita Kruschev diría que era la verdadera "arma letal" de Estados Unidos. Aunque no era una de sus bebidas favoritas, Churchill se tomaba alguno de vez en cuando, pero siempre debía ser con ginebra británica de la marca Boodles.
Al anochecer del tercer día, la legación británica organizó una cena para celebrar el cumpleaños de Churchill. Los momentos más tensos de la conferencia ya habían pasado; la apertura de un segundo frente en Europa se había asegurado y Stalin estaba dispuesto también a celebrarlo a su modo. Tras la cena, el dictador soviético comenzó a tomar un whisky tras otro.
Aprovechando ese momento de distensión, Roosevelt le ofreció a Stalin un Dry Martini. El georgiano se limitó a mirar la copa sin decidirse a cogerla, puesto que los cócteles le inspiraban una gran desconfianza, pero la insistencia del presidente norteamericano le animó a probarlo. Después de beberlo lentamente y esperar unos segundos, Stalin se pasó la lengua por los labios y pidió otro, ante la mirada entre aliviada y satisfecha de los representantes estadounidenses.
En la conferencia de Teherán, Stalin tuvo oportunidad de probar el célebre cóctel Dry Martini, por invitación de Roosevelt. Aunque el zar rojo desconfiaba de los cócteles, le gustó el trago y pidió repetir.
Stalin siguió bebiendo, pero en este caso champán. Al estar poco acostumbrado a esta bebida, el dictador soviético comenzó a dar muestras de embriaguez. Aún así, Churchill —cuya resistencia a los efectos del alcohol, como hemos visto, era mucho mayor— dio de forma imprudente inicio a la inveterada costumbre rusa de encadenar un brindis tras otro. El primero fue por Stalin "el Grande" y a partir de aquí ya fue imposible poner freno a los sucesivos homenajes regados con vodka.
Hubo un momento de tensión cuando un militar británico se declaró en voz alta hostil a la Unión Soviética, pero para entonces ya estaba totalmente ebrio, chocando sus vasos de vodka con todos los presentes e incluso animando a los sorprendidos camareros a unirse a la fiesta. Visto el cariz que estaba tomando el acto, tanto Roosevelt como Churchill optaron por retirarse discretamente.
Es posible que a la mañana siguiente alguien se atreviera a decirle a Stalin que su comportamiento no había sido el más adecuado, o quizás fue él mismo el que se dio cuenta de que su prestigio internacional podía verse perjudicado de repetirse una escena similar. Esto explicaría el hecho de que en la Conferencia de Yalta de febrero de 1945, en la que también se vieron las caras los Tres Grandes, Stalin pergeñase un truco para mantenerse sobrio: durante los brindis se llenaba el vaso de una botella especial, que aparentaba ser de vodka pero que en realidad era de agua.
Si el alcohol estuvo presente en la Conferencia de Teherán, el tabaco tampoco podía faltar. La sala de reuniones en la que se daban cita los representantes de las tres potencias presentaba siempre una densa humareda. No era para menos, puesto que Stalin solía tener una pipa encendida, Roosevelt consumía un cigarrillo tras otro y Churchill, en todo momento, mostraba en su boca uno de sus sempiternos puros.