La batalla del vodka

Como hemos visto al principio del capítulo, el vodka era muy importante para las tropas rusas. La vida en el frente era insoportable si no se contaba con esta popular bebida, y las autoridades militares soviéticas eran muy conscientes de ello.

En noviembre de 1942, cuando la situación de los rusos en Stalingrado era más precaria, puesto que tan solo conservaban el diez por ciento de la ciudad ante las furiosas acometidas de las tropas de asalto germanas, el segundo lugar en las preocupaciones de los soldados soviéticos lo constituía la escasez de vodka.

Los témpanos flotantes que se deslizaban a gran velocidad por el Volga dificultaban enormemente la navegación, por lo que la llegada de abastecimientos a las líneas rusas se detuvo hasta que el río se helase por completo. Este corte del suministro era especialmente grave por lo que se refería a la munición y los víveres, pero a los hombres les afectaba sobre todo porque el vodka no llegaba con su regularidad habitual.

Los encargados de la intendencia en la ciudad se vieron obligados a racionar la distribución de esta bebida a cien gramos diarios. Pero hubo un oficial, el veterano teniente Iván Bezditko, conocido como Iván el Terrible por sus hombres, que no estaba dispuesto a aceptar tan magra dosis. Así pues, dejó de notificar la mayoría de muertes de soldados a su cargo, dándolos por "presente y en activo", a fin de apropiarse de las raciones diarias de vodka a que tenían derecho, atesorándolas en su refugio personal.

Pero un oficial de Intendencia sospechó de la fiabilidad de las escasísimas cifras de bajas comunicadas por Iván el Terrible y decidió investigar por su cuenta. Al poco tiempo, descubrió las prácticas corruptas del teniente y le comunicó que quedaba suprimida su ración de vodka, anunciándole que daría parte del delito al Cuartel General, lo que hizo seguidamente.

Pero la reacción de Iván el Terrible fue tan inesperada como demoledora; ordenó a sus baterías que abriesen fuego contra los depósitos de Intendencia, concretamente contra el almacén que guardaba las reservas de vodka. Las bombas comenzaron a caer sobre él; miles de botellas se rompieron y el alcohol comenzó a formar regueros que iban a parar al Volga, diluyéndose en él.

El oficial de Intendencia, presa de rabia e impotencia, supo desde el primer momento que no eran los alemanes los que disparaban contra el depósito, sino el teniente corrupto, por lo que, una vez que logró salir de entre los humeantes escombros, se puso en comunicación con el Cuartel General para denunciarle.

Pero su sorpresa sería mayúscula cuando, desde el otro lado de la línea telefónica, le dijeron:

La próxima vez déle a ese tipo su ración de vodka. Se le acaba de conceder la orden de la Estrella Roja.

Iván el Terrible se había salido con la suya; había vencido en la que se denominó Batalla del Vodka. Desde ese día, el oficial de Intendencia no volvería a interferir en los turbios tejemanejes del teniente.