Churchill, de copa en copa

No es ningún secreto que Churchill era un gran consumidor de alcohol. Pero, pese a que su ingesta de bebidas alcohólicas a lo largo del día era casi constante, no parece que esto le incapacitase para la labor que llevó a cabo de forma tan eficaz desde Downing Street.

El secretario privado de Churchill, Phyllis Moir firmó un artículo para la revista norteamericana Life en el que relataba la íntima relación que mantenía el premier británico con el alcohol:

"En casa o de viaje, en el trabajo o de vacaciones, Churchill bebe un vaso de jerez seco a media mañana, y una botella de clarete o borgoña en el almuerzo. Para el señor Churchill una comida sin vino no es una comida. Cuando está en Inglaterra, a veces toma oporto después de almorzar, y siempre después de la cena. Es precisamente a esa hora cuando su conversación es más brillante. Al caer la tarde pide su primer whisky con soda del día. Le agrada una botella de champán en la cena. Después del ritual de oporto, degusta el finísimo brandy Napoleón[34]. A veces se toma una copa en el curso de la noche".

Esta prolija descripción de los gustos etílicos de Churchill es, no obstante, incompleta, quizás para ofrecer un retrato amable. El testimonio de su secretario privado, entre otras elipsis, pasa por alto su predilección por el ron, una bebida a la que se aficionó durante su estancia juvenil en Cuba.

Tampoco revela que solía beber un vaso de whisky Johnnie Walker Black Label nada más despertarse, aunque en este caso —y sin que sirviera de precedente— rebajado con una generosa cantidad de agua, lo que su hija denominaba afectuosamente Papa Cocktail. Al parecer, la costumbre la había adquirido durante su estancia en la India y Sudáfrica, en donde era necesario añadir alcohol al agua como método de purificación. Sin embargo, cada noche, antes de ir a dormir, se bebía un cuarto de botella del mismo whisky, aunque en este caso sin cometer el pecado de diluirlo en agua.


Churchill no dejaba de tomar alcohol a lo largo de todo el día. Aunque ingería grandes cantidades de whisky, vino, champán, ron y coñac, no parece que este hecho menoscabara su enorme capacidad de trabajo.

Del mismo modo, el testimonio del secretario no explica que solía regar las comidas con una botella de champán francés Pol Roger[35], y no solo las cenas. A Churchill le entusiasmaba este pálido y fino champán que ofrece una sensación frutal característica, por lo que no era extraño que él solo acabase con una botella.

Su devoción por este champán ha unido para siempre este vino a su memoria; mientras que la casa Pol Roger posee el privilegio de ofrecer una edición especial con su nombre, una botella de este champán ocupa un lugar de honor en el museo de Churchill contiguo a las Cabinet War Rooms de Londres.

Durante su breve estancia en la Casa Blanca, cuando visitó al presidente Roosevelt en su residencia oficial en diciembre de 1941, el personal puesto a su servicio se sorprendió de su resistencia etílica, que en este caso ofreció algunas pequeñas variaciones respecto a su rutina habitual. Como hacía habitualmente, en cuanto se despertaba se tomaba un whisky aún en la cama y no desayunaba sin haberse tomado antes una copa de jerez. Durante las comidas era fiel al champán francés y después se hacía servir varias copas de coñac hasta quedarse dormido. Por la noche descorchaba otra botella de champán y una copa de coñac de noventa años era el epílogo a la cena. Sorprendentemente, al poco rato se ponía a trabajar.

Los historiadores no se ponen de acuerdo en calificar a Churchill de alcohólico. Aunque hay coincidencia en que el político británico era dependiente del alcohol, parece ser que siempre mantuvo esta dependencia controlada, si es que podemos hablar de esa posibilidad; en 1936, ganó una apuesta con un amigo que le retó a estar un año entero sin probar el alcohol.

Churchill veía en el alcohol a un fiel amigo. Al final de su dilatada vida afirmó que "el alcohol me ha dado mucho más de lo que yo le he dado a él". Además, aseguró en una ocasión que su padre le había enseñado "a tener la mejor opinión de la gente que bebe". De todos modos, era consciente de los peligros del alcohol —"una copa de champán levanta el espíritu, pero una botella causa el efecto contrario"— aunque no da la sensación de que sus palabras estuvieran en consonancia con sus actos.

Para los expertos, el que el alcohol no afectara a su salud podría explicarse por el hecho de que buena parte de ese alcohol era ingerido en las comidas. Teniendo en cuenta que estas solían ser copiosas, es probable que los alimentos sirvieran de colchón y, según algunos, esta heterodoxa dieta pudo haberle proporcionado insospechados beneficios a su salud. También cabe la posibilidad de que su constitución genética le hiciera resistente en grado sumo a las consecuencias negativas del alcohol, aunque estas conclusiones no dejar de ser arriesgadas conjeturas.

La afición de Churchill por el alcohol no era un secreto para nadie. El propio Hitler pretendía denigrar públicamente al político inglés haciendo hincapié en su supuesto alcoholismo; le llamaba "eterno borracho" y "borracho del Imperio".

Sus enemigos políticos en la propia Inglaterra también intentaban atacarle por el mismo flanco. En 1946, la diputada Bessie Braddok le espetó durante una recepción: "¡Está usted borracho!".

Churchill le respondió: "Sí, pero yo mañana estaré sobrio y, en cambio, usted seguirá siendo igual de fea". Curiosamente, según afirmaría luego su guardaespaldas, precisamente en esa ocasión Churchill no había probado una gota de alcohol, sino que ofrecía mal aspecto porque se encontraba agotado.

Otra anécdota protagonizada por Churchill y una dama sucedió cuando, en medio de una conversación algo tensa durante una reunión en el Palacio de Blenheim, Lady Astor le dijo: "Si fuera usted mi marido, le pondría veneno en el café". Churchill, sin inmutarse, le respondió: "Si yo fuera su marido, le aseguro que me lo tomaría". La aguda respuesta del político quizás fue inspirada precisamente por los efluvios del alcohol.

Por último, como ejemplo de su devoción casi religiosa hacia las bebidas espirituosas, basta referir otra anécdota ocurrida tras la guerra, en 1950.

Durante una visita oficial a la residencia del rey de Arabia Saudí, el político británico se sorprendió de que en la mesa tan solo hubiera zumo de naranja y pidió inmediatamente un whisky.

El intérprete árabe le comentó que la ausencia de alcohol era debida a que la religión del rey se lo prohibía. Churchill le contestó muy serio que "mi religión personal exige beber alcohol antes, durante y después de las comidas, e incluso entre ellas".

El intérprete, temeroso de trasladar esas palabras que el monarca podía considerar ofensivas, prefirió traducirlas por algo así como "este indigno esclavo del rey de Inglaterra está tan esclavizado por el alcohol que, si Vuestra Majestad no le da permiso para beber algo enseguida, será incapaz de comunicaros los importantes mensajes de su amo".

El comprensivo rey saudí se hizo cargo de la situación y ordenó que proporcionasen al veterano político todo el alcohol que quisiese. Churchill, una vez más, se había salido con la suya.