¿Se puede tener apetito antes de una batalla? Probablemente no, pero la realidad es que los marines norteamericanos que estaban a punto de entrar en combate no rechazaban la oportunidad de dar buena cuenta de un gran desayuno.
Los marines que al amanecer debían asaltar las islas defendidas por los japoneses sabían que se encontrarían en el desayuno con una abundante ración de filetes de carne y huevos. Era tradicional que antes de enfrentarse a la muerte uno tuviera, al menos, esa pequeña satisfacción, tal como se apuntaba en la introducción al presente capítulo. Una vez que el estómago estaba lleno, subía la moral para enfrentarse al enemigo nipón, que probablemente esa mañana tan solo había comido un puñado de arroz hervido.
Lo mismo ocurrió con los soldados norteamericanos que participaron en el desembarco de Normandía, a los que se les ofreció un abundante desayuno antes de asaltar las playas defendidas por los alemanes.
Sin embargo, esta tradición contaba con unos grandes detractores; se trataba de los médicos y los cirujanos de la Marina, que esa misma mañana, con toda seguridad, iban a tratar a muchos soldados de heridas en el estómago, por lo que ese opíparo desayuno era contraproducente.
Pero las autoridades militares preferían primar la moral de los soldados y no renunciaron a seguir ofreciendo ese apetitoso menú, una medida que contaba con el apoyo entusiasta de la tropa, consciente de que quizás ese podía ser el último desayuno de su vida.
Soldados norteamericanos desembarcando en la playa de Omaha el 6 de junio de 1944. Antes de partir hacia Normandía se les había ofrecido un abundante desayuno, pese a que esa práctica estaba desaconsejada por los médicos.