El origen de los spaghetti a la carbonara

De entre las escasas consecuencias positivas que tuvo una contienda tan trágica como la Segunda Guerra Mundial, destaca un invento tan prosaico como apetitoso: los spaghetti a la carbonara.

Una vez que las fuerzas aliadas establecieron las medidas de urgencia para garantizar el aprovisionamiento de la famélica población civil, los soldados británicos y norteamericanos comenzaron a apreciar las habilidades culinarias de los naturales del país, en cuanto éstos dispusieron de los elementos básicos. No en vano, durante la campaña africana, los prisioneros italianos se encargaban voluntariamente de las labores de cocina para sus captores. Con muy pocos ingredientes eran capaces de elaborar gustosos platos que sorprendían una y otra vez a los anglosajones, mucho menos avezados en el arte gastronómico. No hay que olvidar que la universal pizza, según la leyenda, fue inventada por el cocinero de un barco italiano en el que solo disponían de harina, tomate y anchoas.

Gracias a esta habilidad innata, los italianos conseguirían entusiasmar a los soldados aliados con una propuesta original que supondría también un descubrimiento para ellos mismos. Si algo abundaba en las cocinas de campaña de los aliados eran los huevos y el bacon (panceta); la tradición explica que unos soldados, cansados de comer los huevos fritos cada día en el desayuno, entraron en una casa y pidieron que les preparasen una comida con aquellos ingredientes. Si tenemos presente que la pasta no podía faltar en ningún hogar, el resultado fueron los spaghetti a la carbonara, en los que la pasta al dente es mezclada con huevos batidos, ajo y finalmente coronada con pequeños trozos de tocino salteado en la sartén.

Al ser este un plato tan nutritivo, servía para proporcionar energía a los partisanos italianos que se dedicaban a hostigar sin descanso a las tropas alemanas. Estos guerrilleros se ocultaban en antiguas minas de carbón; de ahí el nombre de "carbonara", con el que se acabó conociendo esta receta culinaria[32].

La población civil también se aficionó a este nuevo plato. El mercado negro proporcionaba los ingredientes; algunos estraperlistas lograron hacerse con cantidades respetables de huevos y tocino, ya fuera intercambiándolos por alcohol y cigarrillos o despistándolos durante los trayectos de aprovisionamiento.

Mientras tanto, los aliados iban descubriendo los placeres de la buena mesa en esas acogedoras tierras meridionales. Teniendo en cuenta lo seductor que podía resultar un plato de pasta, regado con un buen vino Chianti, en cualquier aldea del sur de Italia, no es de extrañar que este frente fuera en el que los aliados avanzaron más lentamente de toda la contienda…

Si, gracias a la guerra, los spaghetti a la carbonara fueron conocidos en todo el mundo, algo parecido le ocurrió a la pizza. Aunque ya era ampliamente conocida, su internacionalización surgió a raíz de la Segunda Guerra Mundial.

Los soldados norteamericanos que habían combatido en Italia, al regresar a su país, recordaban con nostalgia este plato, por lo que acudían a los restaurantes italianos para saborearlo de nuevo. Ante esta demanda, algunos empresarios vieron su oportunidad en la elaboración de este sencillo plato, por lo que empezaron a surgir los primeros restaurantes de comida rápida en los que se servía pizza a buen precio. Este modelo obtuvo un éxito inmediato entre los soldados, que se extendió a las generaciones posteriores.

Por lo tanto, poco podían imaginar aquellos obsequiosos italianos, cuando ofrecían pizza a los soldados, que estaban creando las bases de un fenómeno que, años más tarde, convertiría esta especialidad en un plato universal.