Manatí en salsa de ajo

En el otoño de 1943, el sur de Italia era víctima de un hambre atroz. La reciente rendición del gobierno transalpino, unida a la ocupación del país por los alemanes y el inicio de la campaña aliada para liberar el país, había sumido a las regiones meridionales en el caos. Las cosechas se habían perdido y los canales habituales de distribución de alimentos habían dejado de funcionar. Tan solo era posible recurrir al floreciente mercado negro.


El general norteamericano Mark Clark fue agasajado por los habitantes de Nápoles como liberador de la ciudad. Se le ofreció una cena que incluía un manatí procedente del aquarium.

Los Aliados habían desembarcado ya en la península italiana y los alemanes establecían sucesivas líneas defensivas destinadas a entorpecer el avance de norteamericanos y británicos. Para las zonas que se encontraban todavía bajo control germano, alimentar a la población civil no constituía ninguna prioridad. Más bien, el hambre que padecían los italianos era visto con indiferencia e incluso con indisimulada satisfacción por los alemanes, que consideraban a sus antiguos aliados como traidores. Todos los recursos serían destinados a aprovisionar a las fuerzas encargadas de frenar la ofensiva aliada.

El hambre hizo estragos especialmente en Nápoles. Mientras que en las zonas rurales los campesinos sobrevivían a duras penas, en la ciudad era mucho más difícil encontrar algo para comer. Además, los alemanes habían destruido por completo las instalaciones portuarias y habían dejado a la ciudad sin agua ni electricidad. La mitad de los 800.000 habitantes de Nápoles había huido hacia el campo, empujados por el hambre.

El grado de desesperación de los napolitanos fue tal que el Aquarium de la ciudad llegó a convertirse en una inusual fuente de pescado fresco. Esta instalación, situada en los jardines de Via Caracciolo, había sido fundada por un alemán a finales del siglo XIX, siendo así el Aquarium más antiguo de Europa.

La mayor parte de la colección de peces tropicales fue consumida, pero los habitantes de Nápoles decidieron guardar la pieza estrella, una cría de manatí, para ofrecerla a los Aliados cuando liberasen la ciudad. Pese a que la carne de este mamífero acuático que tiene su hábitat natural en las cálidas aguas del Caribe no es muy apreciada, para cualquier napolitano hubiera sido un bocado celestial. El afortunado militar que tendría el dudoso privilegio de hincarle el diente al manatí sería el general norteamericano Mark Clark, quien tendría más tarde el honor de liberar Roma, tal como hemos visto en el capítulo anterior.

El manatí fue cocinado en salsa de ajo y ofrecido a Clark, en calidad de conquistador de la ciudad. No sabemos la opinión del general sobre el original plato que se vio obligado a degustar, pero es seguro que el norteamericano, que ansiaba el protagonismo por encima de todo, se sintió enormemente halagado por el sincero homenaje que le brindaron los napolitanos.