Coca-Cola se extiende por el mundo

Dicen que la guerra proporciona grandes oportunidades para hacer buenos negocios. No hay duda de que Coca-Cola, la marca de refrescos más conocida en el mundo, supo beneficiarse del esfuerzo de guerra norteamericano.


Coca-Cola se comprometió a que los soldados norteamericanos pudieran tener a su disposición una botella de este refresco allá donde estuvieran, y lo consiguieron. En la ilustración, un cartel de la conocida marca uniendo su imagen a la del Ejército.

Tras el ataque nipón a Pearl Harbor y la entrada de Estados Unidos en la conflagración, la empresa de bebidas realizó una propuesta al Ejército en la que ofrecía poner su producto a disposición de los soldados norteamericanos en todo el mundo. Una vez aceptada, las fábricas de embotellado se pusieron a trabajar para cumplir con la creciente demanda de los soldados.

El hecho de que el agua que se bebía en el frente tuviera un sabor muy desagradable, como ha quedado ya reflejado, llevó a que muchos soldados tuvieran como único aporte líquido el refresco de cola. Para poder atender a tan extensa clientela, la compañía tuvo que realizar un enorme esfuerzo; de las cinco plantas embotelladoras situadas fuera de Estados Unidos existentes en 1939, se pasó a 64 en 1945. Este hecho fue decisivo para la extensión mundial de la marca, que de este modo logró controlar el 95 por ciento del mercado mundial de bebidas refrescantes.


Un cartel publicitario de Coca-Cola en Alemania en 1939. Aunque hoy resulte extraño, los alemanes estaban entonces convencidos que se trataba de una marca local.

Pero reducir la presencia de la Coca-Cola en el conflicto a una simple cuestión de negocio supondría pasar por alto la enorme importancia que tuvo esa simple botella en la moral de los soldados estadounidenses, para los que la popular bebida alcanzaría un significado casi religioso.

En una carta del soldado Dave Edwards a su hermano, desde el frente italiano en 1944, se puede advertir todo el simbolismo que entrañaba la botella para unos hombres que se encontraban tan alejados de su patria:

"Hoy es un día especial. Todos hemos recibido una botella de Coca-Cola. Esto puede parecer que no es demasiado importante, pero si hubieras visto a todos esos hombres que llevan meses luchando apretar contra su pecho la botella, correr hacia su tienda de campaña y quedarse mirándola… No sabían que hacer. Nadie había bebido su Coca-Cola todavía, porque después de que lo hicieran todo habría acabado".

El presidente de Coca-Cola, Robert Woodruff, logró cumplir la promesa realizada al gobierno norteamericano: "Todos los hombres de uniforme tendrán a su disposición una botella de Coca-Cola a cinco centavos, dondequiera que estén y cualquiera que sea el coste para nuestra compañía". Para conseguirlo, CocaCola envió a sus empleados al frente de batalla; estos hombres eran conocidos como los "Coroneles de Coca-Cola", ya que usaban ropa militar y tenían rango militar de acuerdo a su categoría dentro de la empresa. No lucían galones, pero sus uniformes mostraban las iniciales T. O. (Technical Observer), que les identificaba como los soldados de Coca-Cola. No es necesario decir que eran muy bien recibidos allá donde iban; todos sabían que con ellos llegaba un cargamento de botellas del popular refresco.

Estos intrépidos empleados siguieron a los soldados estadounidenses por todos los escenarios de la Segunda Guerra Mundial; de Islandia a Filipinas, pasando por Túnez o Nueva Guinea. Además de distribuir las botellas procedentes de Estados Unidos, eran los encargados de dirigir la construcción de las nuevas plantas productoras. La primera botella producida en una de estas fábricas salió de la planta de Orán, en Argelia, en la Navidad de 1943.

Pero en el verano anterior, el general Eisenhower había hecho el que, seguramente, habrá sido el pedido más importante de Coca-Cola de la historia; ordenó que fueran enviadas un total de tres millones de botellas a las tropas norteamericanas que se encontraban en Africa del Norte.

No solo los soldados ansiaban beber una Coca-Cola fresca. La mayor parte de los generales norteamericanos también compartía esta afición. El general Eisenhower pedía siempre una Coca-Cola después de cenar, y solía tomar más de una. El general Bradley tenía en su despacho una nevera repleta de botellas. Para el carismático general MacArthur supuso todo un honor estampar su autógrafo en la primera botella producida en la planta de Filipinas. El general Clarence Huebner, para celebrar que sus tropas se habían encontrado con los soviéticos en el Elba, brindó con Coca-Cola.

Aunque el precio oficial de una botella era de solo cinco centavos, los periodos de escasez estimulaban al surgimiento de un floreciente mercado negro; fuera de los circuitos oficiales, los soldados podían llegar a pagar entre 5 y 40 dólares por una botella.

Pero los envases de Coca-Cola no daban su misión por terminada una vez que eran vaciados de su refrescante contenido. Los soldados encontraban múltiples y variadas utilidades a las botellas vacías. En el Pacífico Sur se utilizaban como aislantes eléctricos, mientras que los náufragos sabían que podían utilizarla como anzuelo para cazar tortugas; también se utilizaban, una vez rotas, para sabotear las pistas de aterrizaje japonesas con el fin de reventar las ruedas de los aviones.

Donde su presencia fue más necesaria fue en Pearl Harbor; allí las botellas se emplearían para guardar sangre destinada a transfusiones. Poco después, el 23 de diciembre de 1941, las botellas servirían para fabricar cócteles molotov, que serían empleados en la defensa de las Filipinas contra la invasión de las fuerzas niponas.

Se tiene noticia de que, durante la batalla de las Ardenas, en diciembre de 1944, la Coca-Cola sustituyó al vino en una misa improvisada por un capellán en el frente. También en un caso, concretamente con ocasión de la botadura de un destructor de la Royal Navy en el que la hija de Churchill ejerció de madrina, una botella de Coca-Cola tomó el lugar de la tradicional botella de champán.

La prueba de la versatilidad de la botella de Coca-Cola es que el futuro presidente de Estados Unidos, Jimmy Carter, recurrió a ella para entrar en la Academia Naval de Annapolis en 1943.

Creyendo que tenía los pies planos, se dedicó durante un tiempo a hacer rodar sus pies sobre botellas de ese refresco con el fin de corregirlos. Fuera o no gracias a la Coca-Cola, Carter pudo entrar en la Academia.

Pero quien mejor supo definir lo que significaba esta marca de bebida para los norteamericanos fue el siempre certero general Eisenhower: "Si alguien nos preguntara por qué combatimos, creo que la mitad de nosotros contestaría que por el derecho de comprar Coca-Cola en paz".

Eisenhower no olvidaría los servicios prestados por esta compañía de refrescos al esfuerzo de guerra aliado; cuando alcanzó la presidencia de Estados Unidos, en 1953, firmó un contrato con Coca-Cola por la que se le otorgaba la concesión del suministro de bebidas en los banquetes de la Casa Blanca.