Menú del día: gusanos y saltamontes

Los soldados norteamericanos destinados en el teatro del Pacífico recibieron con sus enseres un manual de supervivencia. En él se les indicaba lo que debían hacer en el caso de que se les agotasen sus raciones y se encontrasen lejos del campamento. Para asegurarse el aporte calórico necesario para sobrevivir podían recurrir, según aseguraba bucólicamente el manual, a la "Madre Naturaleza".

La selva les ofrecía un amplio catálogo de plantas y frutos silvestres, pero también era fundamental la ingestión de proteinas. Para ello se animaba a alimentarse de cualquier animal, puesto que "todos los animales son buenos para comer", aunque se recomendaba muy especialmente los gusanos. Para conseguirlos no hacía falta más que escarbar un poco la superficie y enseguida aparecían unas apetitosas lombrices de tierra.

Otro manjar que el manual consideraba muy alimenticio eran los saltamontes. Sin embargo, en este caso se aconsejaba quitarles las patas y las alas antes de comerlos. Las babosas también suponían un apreciable aporte de proteínas.

Finalmente, se advertía que los únicos animales que no se debían comer eran las serpientes venenosas y las orugas, aunque es de suponer que esta prohibición no supuso una decepción para los desafortunados soldados que debían alimentarse en la jungla.

Pero a los norteamericanos no les acababan de entusiasmar estas recetas, así que muchos optaban por olvidarse de los nutritivos insectos y se dedicaban a cazar pequeños mamíferos.

Según los soldados, si no había posibilidad de capturar alguna rata, una buena opción era cazar algún mono. De todos modos, las opiniones sobre la carne de los primates eran variables; cuando existían otras posibilidades, este tipo de carne era despreciada por los soldados, ya que al masticar un bocado, esta parecía aumentar de tamaño y era necesario dejar descansar las mandíbulas.

Además, había que romper una barrera psicológica, puesto que los soldados aseguraban que al limpiar y preparar el animal "uno se sentía como un caníbal". Pero cuando los hombres se sentían muy hambrientos, la carne de mono ganaba adeptos y muchos aseguraban que no había nada más delicioso que unas manos de mono estofadas.

Por su parte, los soldados filipinos que luchaban junto a los norteamericanos en su país contra la ocupación japonesa tenían como plato favorito el haggis de perro. El haggis es un plato típico escocés, en el que la panza de la cabra se rellena con nabos y patatas y es considerado como un manjar; en el caso de los filipinos, un perro ocupaba el lugar de la cabra. Para rellenar su estómago, el animal era cebado con arroz poco antes de su sacrificio, por lo que este conservaba aún el arroz caliente, mezclado con la mucosidad del estómago.

Historias asombrosas de la Segunda Guerra Mundial Naturalmente, los norteamericanos rechazaban los ofrecimientos de los filipinos con una mueca de repulsión pero, al igual que con la carne de mono, al aumentar el hambre se ampliaba el abanico gustativo de los hambrientos soldados, por lo que el haggis canino también disfrutó de gran aceptación.