El B-17, una heladera original

De todos es conocida la afición de los norteamericanos por el helado. Cuando los soldados que estaban en el frente eran preguntados sobre lo primero que harían en cuando regresasen a Estados Unidos, muchos de ellos respondían sin dudarlo un momento que atiborrarse de helados. Una prueba de la gran importancia que tenían para los jóvenes estadounidenses es que, dos décadas después, durante la guerra de Vietnam, se instalaron allí un total de cuarenta fábricas de helados para que los soldados pudieran consumirlos cuando dispusieran de unos días de descanso, al considerarse que era un elemento imprescindible para mantener la moral.


Un bombadero norteamericano B-17. Los aviadores aprovechaban el movimiento del avión y las bajas temperaturas para fabricar helado, que era consumido cuando regresaban de la misión.

Los miembros de la Fuerza Aérea estadounidense destinados en Gran Bretaña durante la Segunda Guerra Mundial también echaban de menos este refrescante alimento. Como los británicos no les podían ofrecer la posibilidad de consumirlos, al encontrarse bajo estrictas medidas de racionamiento, los aviadores norteamericanos idearon un ingenioso sistema para obtenerlos por sí mismos.

El 13 de marzo de 1943, el New York Times publicaba un curioso reportaje en el que se explicaba la particular fábrica de helados con la que contaba la Fuerza Aérea. Los tripulantes de los bombarderos B-17, durante sus misiones a gran altitud sobre los cielos alemanes, estaban sometidos a temperaturas bajísimas; además, las continuas vibraciones del fuselaje, unidas a los bandazos bruscos que sufrían por efecto de la onda expansiva de las explosiones, convertían el trayecto en un viaje muy poco placentero.

Sin embargo, un avispado aviador reparó en que esas condiciones eran las necesarias para fabricar helado. Dicho y hecho, colocó una gran lata con una mezcla de leche y azúcar en el compartimento de la ametralladora de popa, que era el lugar en el que la temperatura era más baja y donde el movimiento era mayor. Al finalizar la misión, cuando el B-17 aterrizó sobre suelo inglés, los tripulantes comprobaron sorprendidos cómo la mezcla líquida se había solidificado convirtiéndose en un cremoso helado que todos degustaron con fruición.

A partir de entonces, a los aviadores norteamericanos no les importó soportar un intenso frío ni el traqueteo del vuelo; sabían que a la vuelta les esperaba un refrescante helado para celebrar el éxito de la misión.