Las espinacas y el hierro

El extendido convencimiento de que las espinacas son una importante fuente de hierro tiene su origen en la Segunda Guerra Mundial.

Durante los primeros meses de la contienda, las autoridades sanitarias norteamericanas detectaron un incremento de anemia entre la población infantil debido a la falta de hierro en la dieta.

Así pues, se encargó a un experto en nutrición que buscase algún alimento rico en hierro para prevenir la aparición de estos transtornos.

El experto tuvo acceso a un informe elaborado por nutricionistas alemanes a finales del siglo XIX, en la que figuraba que la presencia de hierro en la espinaca era de 40 miligramos por cada 100 gramos, una cifra espectacular. La espinaca fue rápidamente adoptada como alimento estrella y millones de niños norteamericanos pasaron a consumir esta verdura, convenientemente aleccionados por el célebre personaje de dibujos animados Popeye.

No obstante, al comienzo de la guerra se descubrió que las supuestas virtudes férricas de la espinaca no se debían más que a una errata tipográfica en el informe alemán consultado por el experto. En realidad, la proporción de hierro era de 4 miligramos por cada 100 gramos, una cantidad muy pobre.

Ese error ya había sido detectado y corregido por los científicos alemanes en los años treinta, pero la rectificación había pasado desapercibida para el nutricionista norteamericano encargado del estudio.

Aún así, las autoridades sanitarias estadounidenses optaron por ignorar la revelación del error y continuar así con la promoción del consumo de espinaca; el motivo era que la carne escaseaba y, en cambio, los vegetales eran fáciles de cultivar. Por lo tanto, las necesidades impuestas por el esfuerzo de guerra aconsejaba que la población se decantase por estos últimos alimentos. De hecho, gracias a esta campaña, el consumo de espinacas en Estados Unidos se elevó un 35 por ciento.

Así pues, el mito de la espinaca rica en hierro hizo fortuna y, aún hoy, no parece que vaya a desmontarse.