Las latas de carne supusieron el principal aporte de proteínas para las tropas en campaña. De todos modos, sus inconvenientes eran numerosos; los cargamentos de latas eran voluminosos y pesados, además de que era necesario calentarlas para que su contenido fuera apreciado por los soldados. Cuando esto último no era posible, la comida pasaba a convertirse en una masa compacta de sabor poco apetitoso, por lo que se ganaba el apelativo —según los soldados— de "comida para perros".
Las latas solían contener carne con judías u otras legumbres; las de los norteamericanos eran de vaca y las de los alemanes y británicos, de cerdo. No obstante, la mayoría de ejércitos —excepto el estadounidense— contaban mayoritariamente con latas de sardinas, arenques, caballa o salmón, que podían consumirse sin necesidad de calentar previamente. Las conservas de los soldados japoneses, en cambio, eran principalmente de anguila.
Si hubo algunos soldados que acabaron aborreciendo la carne en lata fueron los que combatieron en el desierto. El calor reinante impedía la conservación de cualquier alimento fresco, pero las tórridas temperaturas no afectaban a la calidad de la carne en conserva. Por tanto, las tropas debían enfrentarse a un invariable menú diario en el que la carne en lata era la única protagonista. La variedad llegaba cuando se disponía de algún huevo; en este caso no era necesario encender un hornillo para obtener un apetitoso huevo frito, ya que la temperatura de la chapa de los vehículos era tan alta que podían freirse allí mismo.
Un sencillo pero eficaz abrelatas utilizado por las tropas norteamericanas, que podía ser engarzado en la cadena de la que colgaban las chapas de indentificación. Las latas de conserva eran omnipresentes, sobre todo en el escenario norteafricano, en donde constituían casi el único alimento.
Un caso habitual en todos los escenarios de la contienda era que los soldados desconociesen por completo el contenido de las latas; debido al transporte o al agua de la lluvia, las etiquetas acababan por desprenderse, por lo que abrir una de esas conservas se convertía en una experiencia con suspense. Lo peor era que, una vez probado el contenido, algunos seguían sin poder aventurar de qué se trataba…
Pese a la escasa popularidad de las latas, nadie prescindía de ellas, puesto que los soldados sabían que sus proteínas eran muy necesarias.
Sin embargo, para dos soldados indios destinados en Birmania, la carne envasada logró lo que no habían conseguido las balas niponas; acabar con su vida. El causante de su muerte no fue la carne en mal estado, sino el impacto de cajas de carne enlatada en sus cabezas. Las tropas británicas destacadas en la jungla birmana debían aprovisionarse por vía aéra, por lo que la comida era lanzada en paracaídas. Desgraciadamente, esos desprevenidos soldados no vieron llegar las cajas y perecieron golpeados por ellas.