Gran Bretaña estuvo sometida, durante la mayor parte de la guerra, al bloqueo marítimo impuesto por los submarinos alemanes. Los norteamericanos trataban de aportar las materias y alimentos de primera necesidad, pero hubo meses en los que eran escasos los convoyes que lograban llegar a los puertos ingleses; nada era más desalentador que la noticia de que un barco cargado de alimentos había sido hundido en medio del océano. De hecho, tal como se ha indicado al principio del capítulo dedicado a los barcos, Churchill confesó que el único frente que había sido capaz de quitarle el sueño era el de la llamada Batalla del Atlántico.
Las consecuencias de este bloqueo eran sentidas por toda la población. Faltaban alimentos básicos, por lo que las autoridades animaban a los ciudadanos a sembrar patatas en sus jardines, puesto que el trigo debía importarse desde Canadá, atravesando el Atlántico Norte, el coto de caza preferido de los U-Boot.
Circularon por entonces infinidad de recetas para hacer más apetitoso este tubérculo. Según el modo de cocinarlo, la patata podía suponer la comida y la cena del día e incluso el desayuno; para ello bastaba con mezclar la patata hervida con un poco de harina y hornear la masa resultante en forma de rosquillas. Del mismo modo, se aseguraba que las mejores recetas pasteleras de Viena incorporaban la harina de patata.
Se creó también una mascota destinada a promocionar su consumo; se trataba de Pete Potato (Pedro Patata), una enorme patata con ojos, nariz, boca y sombrero. La intención era que los niños se identificasen con él y, a través de ellos, llegar hasta los adultos. Su mensaje de que "Las patatas no ocupan espacio en los barcos" fue asimilado así por toda la población británica.
Las patatas no eran escasas, pero lo que sí se echaba en falta era la carne, que en su mayor parte debía venir de Estados Unidos, por lo que estaba estrictamente racionada. Los científicos ingleses intentaron elaborar un sucedáneo de carne directamente a partir de hierba sometida a un proceso químico. Pese a que aquellos hombres de ciencia estaban satisfechos con el resultado, se decidió someterla al criterio del primer ministro británico, Winston Churchill. Para ello se organizó una cena en la que se sirvió el sucedáneo. La valoración de los comensales fue unánime; el sabor de aquella "carne" era horrible, por lo que el proyecto fue cancelado.
Las quejas de la población por la ausencia de carne en su dieta fueron cada vez en aumento; el propio Churchill, que prestaba una gran atención a la opinión pública, inquirió a sus asesores si las protestas estaban justificadas. Como respuesta a su pregunta, para comer ese día, éstos le trajeron la cantidad de carne que le correspondía a cada ciudadano británico según su cartilla de racionamiento.
Después de la comida, Churchill se quedó más tranquilo, afirmando que "no es una ración muy abundante, pero creo que he tenido suficiente". Mientras estaba fumando uno de sus puros, el premier británico se quedó perplejo cuando uno de sus colaboradores le dijo en voz baja:
—Señor, la carne que le habíamos traído no era la que correspondía a la ración diaria, sino la de toda una semana.
El aprovisionamiento de las islas británicas dependía en gran parte de la buena voluntad de su aliado del otro lado del Atlántico; en el momento en el que Washington cortase los suministros por miedo a la acción de los submarinos, los ingleses no tendrían otra opción que rendirse, si no querían morir de hambre. Para convencer a los norteamericanos de que la población se encontraba al límite de la subsistencia, Chuchill tenía siempre a la entrada del 10 de Downing Street un plato con la ración semanal de mantequilla, queso o carne, que mostraba a los enviados estadounidenses.
Si comer carne se había convertido en un lujo, lo mismo pasó con un elemento fundamental de los pubs ingleses: la cerveza. La escasez de materias primas obligó a cerrar a muchas fábricas de esta bebida alcohólica, por lo que los bebedores de cerveza se vieron con dificultades para conseguirla. Además, cuando algún pub se hacía con varios barriles de cerveza, los clientes podían encontrarse con el problema de que no hubieran suficientes vasos.
Esta situación llevó a que los aficionados a la cerveza más previsores no saliesen nunca a la calle sin un vaso en el bolsillo.