El agua, lo primero

Como certeramente aseguraba un manual de entrenamiento del Ejército japonés, "cuando el agua se acaba es el final de todo". Los soldados tenían presente que se podía sobrevivir cierto tiempo sin comida, pero nada podía paliar la ausencia de agua. La deshidratación inhabilitaba totalmente para el combate, al provocar dolor de cabeza, fatiga, calambres y delirios. Además, la disminución de los aportes hídricos al cuerpo favorece el temido golpe de calor, sin contar con que la falta total de agua conduce inexorablemente a la muerte.

Esto lo sabían bien las tropas destinadas en el norte de Africa. La guerra en el desierto suponía sufrir una perenne restricción de agua. Los transportes debían emplearse para proporcionar gasolina a las divisiones acorazadas, por lo que las tropas debían aprovisionarse de agua recurriendo a los escasos pozos existentes en el desierto. En este caso el agua tenía una concentración muy alta de sal, entre un 5 y un 13 por mil, por lo que su ingestión, en lugar de calmar la sed, la acentuaba aún más. La que era menos salada se reservaba para hacer té, pero incluso en este caso tan solo tenía un sabor agradable mientras la bebida se mantenía caliente.

En ocasiones llegaba al frente algún cargamento de agua fresca y dulce. Los sedientos soldados se alegraban enormemente cuando llegaba alguno de estos envíos, pero no era raro que el agua presentase un desagradable regusto a gasolina, procedente del anterior uso que habían tenido esos depósitos.

Otro escenario en el que siempre se echaba de menos el líquido elemento era, paradójicamente, la húmeda jungla birmana.

En estas latitudes tropicales, la transpiración causaba una pérdida de líquidos que era necesario reponer regularmente. Aunque pueda parecer que en la selva era más fácil disponer de agua potable, no era así, puesto que esta solía contener bacterias que la hacían una eficaz transmisora de enfermedades como la disentería. Los japoneses calcularon que, en ese ambiente húmedo y sofocante, un hombre necesitaba en condiciones normales casi siete litros diarios de agua, una cantidad que no era posible obtener de la existente en la jungla, por lo que los soldados del frente birmano se encontraban siempre sedientos, a expensar de recoger el agua de la lluvia, la única que ofrecía garantía de salubridad.


Una columna de soldados alemanes avanza a pie por tierras rusas. Antes de iniciar la marcha, de madrugada, solían desayunar pan con mermelada. Al llegar a su destino, a media tarde, les esperaba un guisado de carnes y verduras para reponer fuerzas, además de la correspondencia.

Los marineros también sufrían las restricciones de agua. La falta de aprovisionamiento de agua dulce en las travesías oceánicas requería que a cada uno de los tripulantes le correspondiesen diariamente tan solo dos vasos de agua. Más fácil lo tenían los soldados que luchaban en invierno en las regiones más septentrionales, puesto que simplemente tenían que calentar la nieve para conseguir todo el agua que necesitasen.

En el resto de frentes, conseguir agua potable no era fácil, puesto que las fuentes y balsas que rodeaban los campamentos acababan contaminadas por los vertidos de aceite o combustible, o por los excrementos de los animales. Cerca de los campos de batalla era inútil intentar conseguir agua, puesto que las fuentes quedaban rápidamente contaminadas por la putrefacción de los cadáveres. Además, no hay que olvidar que en ocasiones, al verse obligados a abandonar una posición que debía caer en manos del enemigo, los ejércitos en retirada procedían a envenenar las fuentes que dejaban atrás.

Durante la contienda, se intentó buscar una solución a estos problemas de abastecimiento de agua recurriendo a las pastillas potabilizadoras. Aunque estas garantizaban que el agua no causaría ningún daño, los soldados las odiaban, puesto que el agua pasaba a tener un sabor a cloro tan repugnante que la hacía casi imbebible.

Los químicos norteamericanos intentaron disimularlo añadiendo a las tabletas aroma de limón o de otras frutas, pero el resultado era aún más desgradable. Los soldados llamaban a estos brebajes "ácido de batería" o "desinfectante", lo cual no ayudaba a hacerlos populares entre la tropa. Los soldados encontraron la manera de poder ingerir el agua potabilizada con estas pastillas mezclándola con alcohol.

De todos modos, las tropas estadounidenses optaban siempre que podían por los refrescos embotellados, tal como se verá más adelante, para calmar su sed.