En diciembre de 1944, el general norteamericano George Patton estaba preparando su avance sobre Bastogne, al frente del Tercer Ejército, para rescatar a los soldados que estaban allí cercados por los alemanes. De la toma de esa estratégica ciudad, que los estadounidenses defendían con uñas y dientes, dependía en buena parte el éxito de la ofensiva germana en las Ardenas, el último intento de Hitler de derrotar a los Aliados en el frente occidental.
Pero el típico tiempo invernal que reinaba en ese momento amenazaba con dificultar la operación de rescate, por lo que era indispensable que mejorase la climatología para que los tanques pudieran avanzar rápidamente pero, sobre todo, para que fuera posible disfrutar también de apoyo aéreo.
Curiosamente, ese tiempo desapacible era conocido por los alemanes como "el tiempo del Führer", al ser el idóneo para las tropas germanas, que podían así mantenerse a salvo del poderío aéreo aliado gracias a la presencia de nubes bajas muy densas.
Durante la Batalla de las Ardenas, el inefable general Patton encargó a un capellán una oración para que mejorase el tiempo, lo que permitiría el uso de la aviación. Las nubes desaparecieron por lo que, al parecer, su ruego fue escuchado en las Alturas.
Así pues, Patton decidió no dejar ningún aspecto al azar; consciente de que era necesaria una mejora del tiempo, reclamó la presencia del capellán, James H. O’Neill, al que le preguntó:
—¿Tiene usted una buena plegaria para el tiempo atmosférico? Más nos vale hacer algo con esta lluvia, si queremos ganar esta maldita guerra… Hay que pedirle a Dios que pare.
Como O’Neill, estupefacto ante la insólita petición, no mostró ninguna disconformidad en ese momento, Patton le ordenó que escribiese la oración destinada al Altísimo para que le concediese ese favor.
Una vez que el sorprendido capellán tuvo lista la oración, el general la leyó en voz alta con el mayor de los respetos:
"Padre todopoderoso y misericordioso, humildes te rogamos que, en tu infinita bondad, contengas estas lluvias inmoderadas con las que hemos de luchar y nos concedas buen tiempo para la batalla".
El día previsto para el avance, Patton se encontró con un día magnífico, que permitió llevar a cabo el avance sobre Bastogne en las mejores condiciones posibles. Los aparatos aliados pudieron despegar y evolucionar sin problemas en el cielo despejado y los alemanes se vieron obligados a ocultarse para no ser aniquilados desde el aire.
Tras la victoria en Bastogne, Patton agradeció a O’Neill la intercesión que había llevado a cabo con las más altas instancias y le premió con una condecoración, la Estrella de Bronce, que él mismo se encargó de imponerle[28].
Las contradictorias declaraciones de James H. O’Neill una vez finalizada la contienda tampoco ayudaron a aclarar el asunto.
Esta historia sirvió para acrecentar aún más la leyenda que rodeaba a Patton y también para confirmar las sospechas de los que ponían en duda la cordura del general. El hijo de Eisenhower, John, se atrevería a decir:
"Alguien que finja amar la guerra como él lo hace no puede tener todos los tornillos en su sitio".