Aunque los soldados aliados que llegaron a las playas de Normandía el 6 de junio de 1944 encontraron algunos puntos de la costa en los que la resistencia alemana fue enconada, como en la playa de Omaha, la línea de defensa germana cedió en algunos tramos prácticamente sin combatir.
El motivo era que buena parte de los soldados que guarnecían el Muro del Atlántico eran voluntarios polacos, rusos o ucranianos que se habían alistado en el Ejército alemán. Buena parte de este contingente procedía de campos de prisioneros, en los que algunos internos habían decidido unirse a sus captores para escapar así de las pésimas condiciones de estos recintos. Muchos de ellos pensaban más en cómo entregarse al enemigo que en combatir por la defensa del Tercer Reich. Por lo tanto, en cuanto desembarcaron los Aliados, no era extraño encontrar grupos de estos soldados dispuestos a rendirse sin haber efectuado ni un disparo.
Fuerzas norteamericanas desembarcando material en la playa de Omaha, en una instantánea tomada a mediados de junio de 1944. Aunque la resistencia germana fue aquí fue muy enconada, en otros sectores los soldados alemanes no se mostraron tan dispuestos a combatir hasta el final y optaron por rendirse, ofreciendo todas las facilidades para ser hechos prisioneros.
Pero no solo los soldados extranjeros que formaban parte de la Wehrmacht deseaban entregar sus armas. Los alemanes también flaquearon en su resistencia; la mayoría de los que vigilaban la costa eran de edad madura o habían resultado heridos en el frente ruso, por lo que su motivación para luchar no era demasiado alta. Había también unidades enteras compuestas de soldados que se habían librado de ser enviados al frente debido a una determinada dolencia y habían quedado agrupados para facilitar así los tratamientos. Por tanto, no era extraño que, por ejemplo, todos los integrantes de una unidad sufriesen de molestias estomacales —por lo que necesitaban una alimentación especial—, padecieran de dolores de espalda o fueran duros de oído.
Obviamente, con estos mimbres era difícil urdir una fuerza capaz de enfrentarse con éxito a las bien entrenadas y motivadas tropas aliadas que se disponían a asaltar la fortaleza europea de Hitler.
Muchos soldados alemanes esperaban el momento de la invasión para verse liberados de inmediato de sus obligaciones militares, dispuestos gustosamente a pagar el precio de ser enviados a un campo de prisioneros. El caso más insólito fue el que vivió el capitán británico Gerald Norton, de la Artillería Real, el mismo Día-D. Ante él se presentaron cuatro soldados alemanes desarmados; al parecer, esperaban subir al primer barco de prisioneros que partiese para Inglaterra, por lo que llegaron —para gran sorpresa del capitán— ¡con las maletas preparadas!