Un lugar en la historia

El general norteamericano Mark Clark (1896-1984), al mando del V Ejército, alcanzó la gloria cuando consiguió conquistar Roma, desfilando triunfalmente por sus calles el 5 de junio de 1944. Sus hombres habían entrado en la capital a las nueve y media de la noche del día anterior. A buen seguro, esta victoria colmó todas sus aspiraciones.

Durante la Primera Guerra Mundial, nada hacía presagiar que Clark alcanzaría tal honor, pues, tras graduarse en West Point, pasó sin pena ni gloria por el periodo en el que el Ejército norteamericano participó en el conflicto. A partir de aquí, su carrera sería meteórica, lo que le supondría ser objeto de envidias y recelos.

Clark era apreciado por sus soldados, que confiaban ciegamente en su palabra, pero no tanto por el resto de generales, que no estaban de acuerdo con que se le hubiera otorgado la responsabilidad de conducir el Ejército norteamericano en el asalto a Italia. No les faltaba razón, puesto que Clark dirigió la batalla de Monte Cassino sin haber mandado nunca antes un ejército en campaña.

Ciertamente, las opiniones que generaba Clark entre sus colegas no eran demasiado favorables. Mientras que el general Bradley lo describía como "falso, demasiado ansioso por impresionar, demasiado hambiento de notoriedad, ascensos y publicidad personal", el expeditivo general Patton lo despachaba etiquetándolo de "jodidamente listillo".

La realidad es que Clark proporcionaba argumentos a sus detractores. Creó una oficina de relaciones públicas cuya única misión era enviar notas de prensa en las que, indefectiblemente, debía aparecer su nombre en tres ocasiones como mínimo en la primera página, según las normas que recibieron los redactores.

Por lo tanto, para sus colegas, Clark estaba más preocupado por su promoción personal que en ganar la guerra. De este modo se entiende que, aunque la toma de la Ciudad Eterna estaba reservada a los británicos por motivos políticos, Clark se mostrase obstinado en su propósito de unir su nombre para siempre a los otros conquistadores de Roma.

Para conseguirlo no dudó en abandonar imprudentemente la persecución de las tropas alemanas que huían hacia el norte tras ser derrotadas en Monte Cassino, que de este modo pudieron escapar y reorganizarse para plantar batalla más tarde. Pero el premio era demasiado tentador y el vanidoso Clark no dudó en sacrificar esa ventaja a favor de su encumbramiento personal.

Además de apuntarse el mérito de capturar Roma, Clark reunió un hecho excepcional; a lo largo de toda la historia, tan solo dos hombres de armas habían logrado tomar la capital italiana avanzando desde el sur, ya que la mayoría de ocasiones en que esto sucedió fue atacando desde el norte. Los dos militares que precedieron a Clark fueron el general Belisario, que tomó Roma para el Imperio Bizantino de Justiniano I en el año 536, y Giuseppe Garibaldi en 1848.

Para celebrarlo, el triunfante Clark decidió llevarse un curioso souvenir a casa. Ordenó que el cartel de carretera que anunciaba la entrada en Roma fuera descolgado y enviado a su casa en Estados Unidos.

Sin embargo, Clark recibió enseguida un jarro de agua fría que castigó justamente su engreimiento. El general norteamericano esperaba que se hablase durante mucho tiempo de su espectacular entrada en la histórica ciudad, pero no fue así, puesto que la noticia tan solo estuvo un día en las portadas de los periódicos.

Al día siguiente, las miradas del mundo estaban lejos de allí, en las playas de Normandía, en donde acababan de desembarcar las tropas aliadas.