Las peripecias del coche del Führer

El Museo de la Guerra de Canadá, en Ottawa, cuenta entre su colección con un preciado objeto que se ha convertido en la principal atraccción para sus visitantes. Se trata de un automóvil Mercedes descapotable que perteneció a Hitler desde el 8 de julio 1940 hasta el final de la guerra y que fue ampliamente utilizado por él hasta marzo de 1942.

Esta enorme limusina negra, Mercedes modelo 770 W 150, fue fabricada por la empresa automovilística Daimler Benz, seguramente por encargo del secretario personal de Hitler, Martin Bormann. El leal chófer del Führer, Erick Kempka, fue el encargado de referir a la empresa automovilística las características principales que debía cumplir; entre otras, ser descapotable para que pudiera ser utilizado en los desfiles y disponer de un grueso blindaje, para evitar en lo posible los efectos de un hipotético atentado.

La orden de fabricación se cursó el 25 de noviembre de 1939.

Lamentablemente, toda la documentación y las facturas de este encargo quedaron destruidas durante la guerra, por lo que estos datos se basan solamente en testimonios, siendo así de difícil comprobación.

Historias asombrosas de la Segunda Guerra Mundial Se emplearon ocho meses en tenerlo terminado, lo que da idea del paciente trabajo artesanal que se llevó a cabo para cumplir con las exigencias del dictador. Uno de los elementos que hacían de él un vehículo singular fue el ciudado con el que se diseñó el lugar del copiloto, en el que viajaría Hitler durante los desfiles. Teniendo en cuenta que solía ir de pie, saludando a la multitud, se ajustaron las medidas de seguridad para evitar algún contratiempo producto de un brusco frenazo; se disimuló un asidero en el parabrisas, para que pudiera mantener una impasible actitud marcial durante todo el trayecto.

También es curiosa la existencia de una pequeña plataforma que podía colocarse para que Hitler, subido en ella, aumentase su estatura unos once centímetros. Sorprende igualmente un pequeño compartimento en el salpicadero con el tamaño justo para una pistola. Es muy probable que Hitler llevase allí un arma por si debía hacer frente a algún ataque inesperado.

El interés de Hitler por los automóviles era extraordinario. Se cree que su fascinación por ellos nació durante la Primera Guerra Mundial, un conflicto que incorporó por primera vez de manera masiva los vehículos de motor. Seguramente, como era un simple soldado de infantería que, además, se veía obligado a realizar misiones como mensajero a pie, debía mirar con envidia a los afortunados que se desplazaban sobre cuatro ruedas. En ese periodo Hitler se aficionó a leer publicaciones que trataban del mundo del automóvil.

En 1920, una vez introducido en la política, Hitler se desplazaba continuamente de un punto a otro de Alemania para celebrar reuniones, en coches prestados por sus patrocinadores más poderosos, disponiendo siempre de conductor. En 1923, antes del intento de golpe de estado en Munich del 9 de noviembre, se compró un Mercedes, que le fue confiscado cuando entró en prisión por su participación en el pustch.

En diciembre de 1924, lo primero que hizo al quedar en libertad tras cumplir nueve meses de prisión de los cinco años a los que había sido condenado fue comprarse otro Mercedes Benz, con motor de 16 caballos.

Aunque amaba su coche, prefería no conducir, una labor que dejaba para los sucesivos chóferes de que dispuso. Oficialmente, la excusa que ofrecía Hitler para no ponerse al volante era que se encontraba en libertad condicional y durante cinco años no debía cometer ningún delito si no quería regresar a prisión y, por lo tanto, un accidente de tráfico podía colocarle en algún aprieto legal. De todos modos, cuando terminó ese plazo, Hitler adujo que no le convenía conducir durante mucho tiempo si quería llegar en plenas condiciones físicas y mentales a los actos del partido en los que debía intervenir. Durante esta época de continuos viajes por la geografía alemana, Hitler calculó que había recorrido más de dos millones y medio de kilómetros.

Su pasión por el autómovil tuvo, sin duda, su influencia en dos importantes decisiones. Una fue la fabricación del Volkswagen, que nació de una idea de Hitler tras adelantar en la carretera a un motociclista en una helada noche de lluvia. Esa misma noche decidió que debía popularizarse la fabricación de un vehículo que permitiese a sus pasajeros poder viajar por las carreteras germanas sin pasar frío ni mojarse. El resultado fue el archiconocido "escarabajo" diseñado por el ingeniero Ferdinand Porsche.

Pese a la adoración que sentía Hitler por los coches, era muy consciente del riesgo que podía entrañar una conducción temeraria. Aunque siempre recomendaba prudencia, la muerte en accidente de tráfico del dirigente nazi Viktor Lutze le llevó a dictar órdenes precisas de que los miembros del partido no podrían superar los 50 kilómetros por hora, una limitación que ya había impuesto a sus chóferes desde principios de los años treinta.

Además de velar por su propia seguridad, Hitler consideraba, en una confesión que desvela su auténtica personalidad que, si hubiera atropellado a un niño por ir demasiado deprisa en el interior de una población, su imagen podía haberse visto perjudicada.

Uno de los mejores momentos que se podían vivir durante un viaje en automóvil, según decía Hitler, era "aparcar a un lado de la carretera, estirar unas mantas en el campo y almorzar allí mismo". El Führer se quejaba de que ya no le era posible experimentar ese placer, puesto que "era muy complicado cuando te sigue una escolta de varios coches y motoristas".

Pero, regresando al punto de partida, hay que preguntarse… ¿cómo llegó el coche de Hitler a tierras canadienses? Es difícil determinar cada uno de los pasos seguidos por este Mercedes hasta llegar a ese museo, puesto que los investigadores no han contado con la documentación suficiente como para establecer con claridad la historia del vehículo. De hecho, hasta 1969 todo el mundo estaba convencido de que se trataba del coche personal de Hermann Goering; desde el final de la guerra y durante más de veinte años se mantuvo el error.

En todo momento se tuvo la seguridad de que el Mercedes había sido propiedad del obeso mariscal del Reich. Incluso se comentaba que el gran tamaño del vehículo y su grueso blindaje estaban destinados a proteger la voluminosa presencia del máximo responsable de la Luftwaffe. Por el contrario, se suponía que el auténtico coche de Hitler se encontraba en manos de un coleccionista de California, aunque más tarde se descubrió que en realidad este había pertenecido al mariscal finlandés Mannerheim. El origen de esta confusión era que Hitler poseía un Mercedes idéntico al del militar escandinavo, que nunca se encontró.

A partir de 1969, el hallazgo por casualidad en Alemania de una placa de la matrícula que podía haber pertenecido a la limusina aportó nuevas pruebas que abrieron la posibilidad de que fuera Hitler, y no Goering, su auténtico propietario. Se buscaron de inmediato fotografías en las que apareciese Hitler en su Mercedes descapotable y… ¡allí estaba! Se podía advertir claramente la misma placa, por lo que quedaba probado que esa matrícula correspondía a un vehículo utilizado por el dictador germano.

Tan solo faltaba demostrar que el coche exhibido en el museo canadiense era el mismo de las fotografías y que, por tanto, era en el que iba emplazada originalmente la matrícula hallada. La duda continuó durante una década hasta que en febrero de 1980, durante unos trabajos de mantenimiento, los restauradores del Museo de la Guerra procedieron al lijado de las numerosas capas de pintura con las que contaba el vehículo.

Para sorpresa de los restauradores, apareció en la parte interna de la carrocería una minúscula placa con una combinación de letras y números, muy desgastada pero todavía visible. Los investigadores descubrieron que se trataba de la matrícula original del coche: IAv 148697. Naturalmente, coincidía con la placa encontrada años atrás. Las letras IA denotaban que se había matriculado en Berlín y la v minúscula era obligatoria para todos los vehículos no militares. Además, las tres primeras cifras (148) eran el número que figuraba en los ocho vehículos que, en un momento u otro, habían sido utilizados por Hitler. Ninguno de los coches de Goering tenía esos dígitos en sus matrículas. Tras 35 años de investigaciones, el caso se daba por cerrado.

En realidad, nadie sabía con exactitud por qué se había atribuido a Goering la propiedad del automóvil. Parece ser que en un primer momento, cuando el coche fue encontrado el 4 de mayo de 1945 sobre la plataforma de un vagón de tren en Laufen[27], al norte de Salzburgo, un mecánico danés que trabajaba en un taller militar en las proximidades de la estación aseguró a los soldados norteamericanos que lo encontraron que había sido dejado allí por Goering, al quedarse sin combustible. El relato fue dado por cierto sin llevar a cabo ningún tipo de comprobación e inmediatamente se le bautizó como "Goering Special". A partir de ahí, a nadie se le ocurrió poner en duda esa hipótesis; el 6 de agosto de 1945, el coche llegó al puerto de Nueva York, siendo recibido por la prensa con el convencimiento de que se trataba del coche de Goering. Dos días más tarde fue trasladado a Boston.

A partir de ahí, el Mercedes inició una larga gira por Estados Unidos. Fue expuesto en numerosas ciudades, con un gran cartel en el que podía leerse: "El coche personal de Hermann Goering".

El objetivo era atraer al público y, de paso, impulsar las campañas de reclutamiento de la Armada. El show incluía también la presencia de sus captores, que no se cansaban de relatar, una y otra vez, a la prensa local su heroicidad.

En 1946 comenzaron a surgir las primeras voces que ponían en duda las conclusiones sobre la propiedad del automóvil. En las numerosas fotografías que estaban depositadas en la biblioteca del Congreso en Washington, ni en una sola aparecía Goering junto al Mercedes, lo que hizo temer que, posiblemente, se habían precipitado en atribuírselo al jerarca nazi.

Sea o no por esta razón, la verdad es que a partir de entonces el coche fue retirado a un almacén del que no saldría durante una década. Al no saber qué destino darle, la Oficina de Propiedad del Ejército decidió desprenderse de él, subastándolo el 25 de octubre de 1956. Un coleccionista de coches antiguos de Montreal pujó por él y logró hacerse con su propiedad.

El Mercedes se encontraba ya en mal estado, pero un restaurador de Toronto se encargó de devolverle su antiguo esplendor.

No fue fácil el trabajo porque al vehículo se le habían practicado operaciones de mantenimiento inadecuadas, como lo prueba el que la carrocería mostrase hasta dieciocho capas superpuestas de pintura.


Este impresionante Mercedes de seis ruedas se encuentra en perfecto estado de conservación. Fabricado en 1939, fue regalado por Hitler a Franco en 1941 por mediación de su embajador en Madrid. El dictador español lo utilizó en contadas ocasiones.

En 1969, otro coleccionista adquirió el automóvil al comprador en la subasta, ofreciéndolo posteriormente al Museo de la Guerra de Ottawa, que lo expuso al público en 1971. Debido a algunas quejas sobre el protagonismo que adquiría el coche personal de un dictador genocida como Hitler, la dirección del museo estudió la posibilidad de venderlo o subastarlo de nuevo. Sin embargo, pronto se dieron cuenta de que la solución podía ser más comprometedora, puesto que cabía la posibilidad de que la limusina acabase en manos de algún grupo nostálgico del nazismo. Por lo tanto, se decidió que era preferible que el coche continuase en el museo, en donde puede contemplarse en la actualidad.

Pero este no es el único Mercedes de Hitler que sobrevivió a la guerra. En 1941, el embajador alemán en España, el barón Von Stohrer, hizo entrega al general Franco de un obsequio del autócrata nazi: un Mercedes 540.G-4.W131. El vehículo blindado, de seis ruedas, había salido de la fábrica en diciembre de 1939. Tan solo cuatro coches más de este modelo vieron la luz; el primero fue regalado a Mussolini, pero desapareció durante la guerra, el segundo se encuentra en poder de un restaurador de vehículos francés, el tercero pertenece a una empresa norteamericana dedicada al atrezzo para rodajes cinematográficos, en mal estado de conservación, y el último está en Alemania, dividido en piezas.

El que se encuentra en mejores condiciones es el que fue propiedad del dictador español, pese a que lo utilizó en contadas ocasiones. Curiosamente, durante la visita que el general Eisenhower, convertido ya en presidente de Estados Unidos, realizó a España en 1953, el Mercedes de Hitler fue el vehículo empleado para trasladar a Ike desde el Palacio de El Pardo al lugar en donde se alojaba.

Aunque no está confirmado, se asegura que la casa Mercedes realizó una tentadora oferta para adquirir el vehículo con el objetivo de exponerlo en su Departamento de Coches Clásicos, siendo rechazada la propuesta por el gran valor histórico del vehículo. En la actualidad, este impresionante Mercedes forma parte del parque automovilístico del Jefe del Estado y se encuentra adscrito al Regimiento de la Guardia Real.