En la Holanda ocupada por los alemanes, estos se sentían dueños del país, lo que incluía también sus calles y carreteras. Los vehículos germanos campaban a sus anchas por ellas, sin respetar las señales de tráfico, lo que provocaba no pocas situaciones de riesgo para la población local.
El 30 de septiembre de 1944, en una calle de la ciudad de Haarlem, un vehículo oficial alemán dobló una esquina a gran velocidad, obligando a un ciclista que circulaba adecuadamente a arrojarse a la acera para evitar ser arrollado.
El holandés, indignado, se levantó del suelo y comenzó a gritar al conductor del automóvil. En este caso, la discusión de tráfico cesó bruscamente, puesto que el oficial que iba en el interior la zanjó… ¡arrojándole una granada! Afortunadamente para el ciclista, el alemán no tenía mucha puntería y resultó ileso, aunque sufrieron heridas leves dos transeúntes.
El incidente llegó a oídos de Von Blaskowitz, el comandante en jefe alemán de los Países Bajos, el cual amonestó severamente al impulsivo oficial y le exhortó a respetar las normas de tráfico.