El imparable éxito del jeep

Aunque la aportación del DUKW a la victoria aliada fue extraordinaria, no hay duda que el vehículo más popular entre los soldados norteamericanos fue el Jeep, una popularidad que acabaría traspasando los límites del ámbito militar para convertirlo en todo un símbolo.

El Jeep tiene su origen en 1939, cuando el Ejército estadounidense sometió a licitación un vehículo para reconocimiento, que debía cumplir con varias condiciones, como cargar 270 kilos, tener forma rectangular, parabrisas abatible y un mínimo de tres asientos.

Solo tres compañías presentaron sus propuestas, Bantam, Ford y Willys-Overland. La propuesta más acertada fue de Bantam, pero sus finanzas y sistema de producción no estaban en su mejor momento. El contrato fue finalmente adjudicado a Willys-Overland que, basándose en los diseños de Bantam, creó el definitivo Jeep, saliendo la primera unidad de la cadena de montaje en diciembre de 1941. Estos modelos fueron vendidos por Willys al gobierno norteamericano a 738 dólares la unidad.

El flamante e innovador vehículo podía adaptarse a cualquier necesidad de transporte, lo que le valió el nombre oficial de G. P. (por general purpose, utilidad general), aunque pronto sería conocido como "Jeep". Han circulado muchas versiones sobre el origen de este nombre; mientras que el Ejército aseguraba que se trataba de una corrupción de las iniciales G. P., otros afirmaban que tenía su origen en un extraño animal africano, Eugene the Jeep, que acompañaba al personaje de dibujos animados Popeye. Lo más probable es que el origen sea una mezcla de ambas procedencias.


El Jeep se convirtió en un símbolo del Ejército de Estados Unidos. Su resistencia y versatilidad le hacía ser muy apreciado por las tropas aliadas. La leyenda de este vehículo perdura hasta hoy.

El Jeep tenía tracción a las cuatro ruedas, siendo capaz de superar pendientes con una inclinación del sesenta por ciento. El estar privado de blindaje le proporcionaba una velocidad —superaba los cien kilómetros por hora— y unas cifras de consumo —tenía autonomía para unos quinientos kilómetros— que lo convertían en un vehículo tremendamente ágil y eficaz para múltiples utilidades. Su motor era tan resistente que podía funcionar cien horas seguidas a 4.000 revoluciones por minuto sin experimentar ningún desgaste. La potencia del Jeep sacó a más de uno de un apuro; podía arrastrar camiones atascados en el barro, llegando incluso, en una ocasión a remolcar un vagón de 25 toneladas, a más de treinta kilómetros por hora, por la vía del ferrocarril.

Desde Túnez a Filipinas, pasando por Ucrania o las Ardenas, el Jeep fue un fiel servidor de los soldados aliados, convirtiéndose en uno de los símbolos del joven Ejército norteamericano, junto con el omnipresente chewing-gum o la Coca-Cola. Pero el Jeep no solo entusiasmó a los estadounidenses. Stalin también quedó fascinado por él. A través del programa de préstamo y arriendo, los soviéticos recibieron un buen número de Jeeps, pero el dictador soviétivo reclamaba más y más unidades.

Al igual que con los camiones norteamericanos recibidos, que se aseguraba que habían sido fabricados en la Unión Soviética para infravalorar de este modo la aportación de los aliados occidentales a los triunfos del Ejército Rojo, Stalin impartió también órdenes para que al Jeep se le adjudicase un origen patrio.

Los encargados de convencer a los soldados y a la población en general de esta falsa procedencia se veían con la dificultad, aparentemente insalvable, de dar una explicación a las letras que aparecían claramente en su carrocería: Willys-Overland. Stalin no se esforzó demasiado; la versión oficial debería decir que ese era el nombre… ¡de una fábrica secreta emplazada al otro lado de los Urales!

Acabada la Segunda Guerra Mundial, Willys-Oveland patentó el nombre de "Jeep" e inició la fabricación para uso civil. Muchos soldados de vuelta a casa compraron uno de estos vehículos, llamado C. J. (Civil Jeep), que salían al mercado a un precio de 1.090 dólares.

La vida del Jeep en el Ejército duró hasta 1981, cuando fue sustituido por el Hummer, capaz este de ser equipado con aire acondicionado o con una plataforma lanzamisiles. No obstante, el uso civil del Jeep continúa hasta nuestros días con gran éxito[24], haciendo posible que, después de más de seis décadas, aún circulen por las carreteras de todo el mundo los herederos de aquel simpático vehículo que logró enamorar al mismísimo Stalin.