El 8 de diciembre de 1941, el presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt estaba decidido a declarar la guerra a Japón, tras el ataque de la aviación nipona a Pearl Harbor del día anterior, siempre y cuando contase con el apoyo del Congreso.
El servicio de seguridad de la Casa Blanca, ante la posibilidad de que se hubiera infiltrado algún agente japonés con el objetivo de atentar contra el presidente, estimó conveniente contar con un vehículo blindado para recorrer el camino que separaba la residencia oficial del Capitolio. Sin embargo, Roosevelt no disponía de un coche de estas características, debido a que, según marcaba la legislación, la partida de gastos destinada al vehículo oficial era de 700 dólares y uno blindado superaba ampliamente esta cantidad.
Finalmente se optó por utilizar un coche muy poco apropiado para el ocupante al que iba destinado, pero que en ese momento podía ofrecer todas las garantías de seguridad. Se trataba del automóvil que había pertenecido ni más ni menos que a Al Capone, el célebre gangster de Chicago, y que le había sido confiscado tras su entrada en prisión.
Aunque ese día el presidente acudió al Capitolio y regresó luego a la Casa Blanca en este automóvil, todos coincidían en que era necesario proporcionar al presidente otro que no contase con una historia tan siniestra detrás. La solución la proporcionó la empresa Ford, que obsequió al máximo mandatario norteamericano con un coche blindado fabricado especialmente para él.