El barco maldito de Goering

Para algunos supersticiosos, las pertenencias personales de los grandes jerarcas nazis conservan, de algún modo, el espíritu de aquella época borrascosa, lo que les hace llevar a estos objetos una penosa existencia, sin encontrar su lugar de reposo definitivo. Un caso paradigmático es el del yate del jefe de la Luftwaffe, Hermann Goering.

Esta embarcación fue regalada en 1937 al dirigente nazi por unos industriales germanos. Era el regalo de bodas por sus segundas nupcias pero, curiosamente, el barco sería bautizado con el nombre de su primera esposa, Carin II. Al parecer, a la recién casada, Emmy, no le importó que el yate estuviera dedicado a su predecesora, fallecida por tuberculosis seis años antes.

Aunque la forma del navío no era muy estilizada, y más bien parecía una barcaza, un periódico se refirió a él como "el símbolo de la supremacía de la industria naval germana, una embajada flotante del Tercer Reich".

A Hitler no le gustaba el agua y prefería mantenerse siempre alejado de ella, pero aún así frecuentó el Carin II, igual que Goebbels, Himmler o Heydrich. Para honrar estas visitas, Goering dispuso en el barco las mejores añadas de vino, champán y coñac.

También había una pequeña plataforma en cubierta desde la que disparaba a los patos —ya vimos que Goering era un gran aficionado a la caza—, que después eran servidos en la comida.

Estas distendidas jornadas de asueto continuarían aún después de comenzado el conflicto. Como ya no era aconsejable salir a mar abierto, las excursiones se limitaron a los ríos alemanes. En el verano de 1940, el jefe de la Lufwaffe no renunció a pasar unos días de descanso en el Carin II, aunque se llevó consigo todos los mapas de la batalla aérea que se estaba decidiendo en esos momentos en los cielos ingleses, extendiéndolos en la mesa del salón principal.


El barco de recreo Carin II ha tenido una vida azarosa. Su primer propietario fue Hermann Goering, pero tras la guerra pasó a pertenecer a la Familia Real británica. En la actualidad se emplea para excursiones turísticas en el Mar Rojo.

En 1942, Himmler, Adolf Eichmann y Rudolf Hess, el jefe del campo de concentración de Auschwitz, se reunieron en el barco después de la infame Conferencia de Wannsee para acabar de fijar todos los detalles de la llamada Solución Final.

El Carin II sobrevivió a la hecatombe de los últimos días del Tercer Reich y fue encontrado prácticamente intacto en su amarre del puerto de Hamburgo por los hombres del mariscal Bernard Montgomery. Al enterarse de quién era el propietario, Monty requisó el yate para entregarlo a la Familia Real inglesa, que lo utilizaría durante quince años. Lo primero que había que hacer era cambiar el nombre al barco, por lo que se escogió el de Royal Albert. Pero en 1952 se decidió bautizarlo con el nombre del príncipe de Gales, nacido en 1948: Prince Charles.

Sin embargo, la Familia Real comenzó a sentirse incómoda con el yate. Sugieron algunas críticas veladas sobre el hecho de que estuvieran utilizando un barco que había pertenecido a un nazi; además, la crisis económica que azotaba a los británicos no era el mejor ambiente para disfrutar de un barco de lujo como aquel. Así pues, las reclamaciones legales llevadas a cabo por los abogados de la viuda de Goering supusieron un puente de plata para desembarazarse de la embarcación; en 1960 fue entregada a la viuda del fallecido dirigente, suponemos que con gran alivio por parte de los inquilinos de Buckingham Palace.

Pero la familia de Goering no podía correr con los gastos del costoso mantenimiento que requería el yate, por lo que fue vendido a un impresor de Bonn, Gunther Knauth, que lo rebautizó con el nombre de Theresia. Knauth sería el propietario durante doce años, hasta que fue comprado por Gerd Heidemann, un periodista simpatizante de la causa nazi y obsesivo coleccionista de objetos de ese periodo como, por ejemplo, un revólver que perteneció a Goebbels. Para adquirir el yate, Heidemann hipotecó todas sus propiedades. Intentó recuperar la inversión rentabilizando su nueva posesión; propuso a algunos editores escribir un libro en el que recogiese sus conversaciones en el barco con antiguos dirigentes y militares nazis, pero la propuesta fue rechazada.

Los gastos que ocasionaba el mantenimiento del yate, que había recuperado su nombre original, pudieron ser una de las causas de que Heidemann se involucrase de lleno en el oscuro asunto de los falsos diarios de Hitler. Estos diarios valorados en dos millones y medio de libras, confeccionados por un falsificador, contaron con el aval de varios expertos británicos, pero al descubrirse el engaño Heidemann acabaría en prisión.

En 1983, el Carin II fue subastado y adjudicado a un hombre de negocios egipcio, Mustafá Karim, y a su mujer, Sandra Simpson, para su disfrute personal. Las aventuras de este barco maldito no acabarían aquí; mientras navegaban por el Mediterráneo, una fuerte tormenta arrojó la embarcación a las costas de Libia. El Carin II quedó retenido durante cuatro meses por las autoridades libias, al considerar que había entrado ilegalmente en sus aguas. Finalmente, tras una negociaciones en las que intervino personalmente el coronel Gaddafi, a la pareja se le permitió recuperar el barco y trasladarlo a Egipto.

Quizás temerosos de que el barco pudiera sorprenderles de nuevo con algún otro extraño episodio, decidieron venderlo a una pequeña empresa turística local, que lo emplea en la actualidad para organizar excursiones turísticas por el Mar Rojo.

Al parecer, esta empresa sondeó la posibilidad de vender el barco al príncipe Carlos de Inglaterra, por si este tuviera deseos de recuperar el barco que una vez llevó su nombre, pero no se obtuvo ninguna respuesta. Por ahora, esta es la atribulada historia del yate de Goering, pero es muy probable que el futuro nos depare nuevos episodios.