El turbio pasado del Eagle

El Eagle es el único barco de vela en las fuerzas armadas de Estados Unidos. Se trata de una hermosa nave de 90 metros de eslora, 1.800 toneladas y tres palos. Su casco metálico está pintado de un deslumbrante color blanco y es propulsado alternativamente por su velamen o por el motor diesel que tiene incorporado.

Este buque está asignado a la Guardia Costera, y en él se imparten a los cadetes los principios de la navegación a vela. El objetivo de estos entrenamientos es potenciar el trabajo de equipo, fundamental para el buen funcionamiento de cualquier barco.

Tiene su base en el puerto de Charleston, en Carolina del Sur.

Durante seis semanas al año, un total de 130 cadetes pasan un periodo de instrucción a bordo del Eagle. La conclusión que han de llevarse estos marineros tras la experiencia es que, en caso de que uno de ellos falle, toda la nave se resentirá, asumiendo así la necesidad de una estricta disciplina. Del mismo modo, cada tripulante ha de saber cumplir con cada uno de los cometidos que requiere el mantenimiento del barco, aprendiendo a ser polivalentes y a tomar las decisiones correctas en cualquier momento.

Cuando el Eagle surca las aguas empujado por el viento, la bandera de las barras y estrellas ondea orgullosamente en su popa. Pero lo que pocos saben es que este barco tiene un turbio pasado. El Eagle, bajo el nombre de Horst Wessel —un héroe del imaginario nazi—, formó parte de la marina de guerra del Tercer Reich.


Botadura del velero Horst Wessel en los astilleros de Hamburgo en 1936. Al acabar la contienda, el barco fue requisado por la USS Navy y rebautizado como Eagle, tras ser despojado de los elementos que recordaban su pasado nazi.

Construido en los astilleros Blohm & Voss de Hamburgo, fue botado el 12 de junio de 1936. Se convirtió de inmediato en motivo de orgullo para la Kriegsmarine y fue incluso visitado en una ocasión por Adolf Hitler. Su viaje más largo fue una travesía del Atlántico en la que cubrió la distancia entre Tenerife y las islas Bermudas en veintidós días.

Durante la Segunda Guerra Mundial, el buque fue destinado al Báltico y, sin perder su condición de buque escuela, transportó abastecimientos para las tropas encargadas de vigilar esas costas.

Debidamente artillado, logró abatir a tres de los aviones que lo atacaron en diversas ocasiones.

En los últimos días de la contienda, el Horst Wessel se dirigió al puerto militar de Kiel, pero no pudo fondear en él debido al toque de queda impuesto por su autoridad. Se vio obligado a esperar en aguas abiertas del puerto, lo que —paradójicamente— lo libró del intenso bombardeo que destruyó gran parte de las instalaciones portuarias y causó severas pérdidas entre las naves que allí se encontraban.

Tras la rendición de Alemania, las sobresalientes características marineras del Horst Wessel no pasaron desapercibidas a los expertos de la USS Navy. El velero terminó en Bremerhaven, dónde fue puesto bajo el mando del comandante Gordon McGowan, del Servicio de Guardacostas de Estados Unidos, y se le asignó una pequeña dotación de oficiales y tripulantes para hacerse cargo de él. Las instrucciones eran, en primer lugar, sacar el buque del pésimo estado en que se encontraba y luego, llevarlo a Estados Unidos. Pero a McGowan le impondrían una dura condición: tendría que restaurarlo sin gastar un dólar americano, sino a costa de la derrotada Alemania y con el trabajo de la tripulación alemana que había quedado a bordo.

Al principio, las relaciones entre los marineros norteamericanos y alemanes fueron, como era de prever, algo tensas, pero se relajaron al integrarse todos al duro trabajo de restaurar el navío.

Para los alemanes, olvidando que colaboraban con el antiguo enemigo, era un motivo de orgullo recuperar un buque que era la joya de su Armada. Para los norteamericanos, el velero era un verdadero tesoro que testimoniaba su victoria, e iba a sumarse al historial de su Servicio de Guardacostas. La unión de estos elementos permitió alcanzar un ambiente de camaradería que ayudó a superar con facilidad las dificultades idiomáticas.

Pero Alemania era un país destrozado por la guerra en el que aún no funcionaban los servicios más básicos. La misión encomendada se convirtió así en una tarea esforzada y plena de obstáculos; cada vez que McGowan acudía a la dirección de algún fabricante especializado, en busca de piezas y repuestos navales, se encontraba con que el edificio de esa empresa o taller no era más que un montón de escombros. La suerte estuvo de parte de McGowan, puesto que fueron localizados unos almacenes portuarios que guardaban aún repuestos y piezas de los míticos trasatlánticos alemanes Bremen y Europa, que serían determinantes para devolver al buque su pasado esplendor.

En medio de las grandes tareas de restauración hubo otras menores, pero no por ello menos importantes, por su simbolismo. Fue especialmente laborioso cambiar la totalidad de los letreros en alemán, pero sobre todo los que figuraban en los mecanismos de la sala de máquinas, lo que requería en muchos casos la sustitución de las piezas. El gesto más significativo fue retirar el mascarón de proa, que representaba un águila portando una cruz gamada entre sus garras. Fue sustituida por otro águila, pero en este caso una de cabeza blanca, el ave heráldica de Estados Unidos.

Finalmente, el 15 de mayo de 1946, en Bremerhaven, el Eagle entró oficialmente a formar parte del Servicio de Guardacostas norteamericano. Pero el buque debió sortear una última dificultad antes de partir rumbo a Estados Unidos. La reducida tripulación estadounidense no era suficiente para maniobrar un velero construido para ser operado a fuerza de brazos, desde las velas hasta el ancla; por ejemplo, el izado del ancla requería del concurso de cuarenta hombres. Además, la falta de experiencia de los marineros norteamericanos en la navegación a vela no auguraba un apacible viaje a través del Atlántico.


La impresionante estampa marinera del Eagle, convertido en buque escuela de los guardacostas norteamericanos. Se hace difícil imaginar que antes flamease en su mástil la bandera de la marina de guerra del Reich.

Para superar este problema, McGowan recurrió a una disposición que permitía la contratación de marineros alemanes en los dragaminas norteamericanos para limpiar los mares de las miles de minas que habían sido sembradas durante el conflicto.

Acogiéndose a esta medida, contrató a la antigua tripulación del Horst Wessel para emprender el viaje a Estados Unidos. Durante la singladura, los marineros germanos traspasaron a los norteamericanos su experiencia.

El Eagle es hoy uno de los grandes orgullos del Servicio de Guardacostas y de toda la USS Navy, tal como antes lo fue de la Kriegsmarine. No obstante, para ellos el pasado nazi del velero no supone una mancha en su historial, sino un testimonio vivo del triunfo obtenido sobre ese régimen criminal que intentó extender su dominio a los mares.