El 10 de agosto de 1945, los habitantes de Tokio fueron objeto de una insólita advertencia por parte de la aviación norteamericana. Cuando los japoneses estaban aún bajo el shock de las descripciones que llegaban de los efectos de los bombardeos atómicos sobre Hiroshima y Nagasaki, producidos el 6 y el 9 de agosto respectivamente, comprobaron perplejos cómo las calles de la capital nipona se veían literalmente sembradas por miles de monedas.
El bombardero Wellington que se estrelló en el lago Ness en la nochevieja de 1940 y que fue rescatado de sus aguas en 1985. Hoy puede ser admirado en un museo escocés.
Eran yenes, la moneda oficial japonesa, que los habitantes de Tokio se encargaron en un primer impulso de recoger ávidamente. Pero nada más tomar del suelo la primera moneda, ya se dieron cuenta que no se trataba de yenes auténticos. Aunque el anverso era una reproducción exacta del original, el reverso mostraba un mensaje terrorífico; si Japón no se rendía de inmediato, la tercera bomba atómica caería precisamente sobre ellos.
Aunque la decisión de rendirse ya estaba tomada, este efectista aviso acabó de convencer a los más recalcitrantes. Lo más curioso es que el mensaje grabado en las monedas falsas no era más que un farol, puesto que los norteamericanos no tenían previsto lanzar un nuevo artefacto nuclear sobre Tokio.