Al contrario que los alemanes, los norteamericanos no sufrirían ningún bombardeo durante la Segunda Guerra Mundial, pero aún así estaban preparados para esta contingencia. Además del oscurecimiento de los edificios significativos —que incluyó la propuesta de pintar de negro la Casa Blanca—, se planteó la necesidad de fabricar una potente sirena que alertase a la población en caso de ataque aéreo.
La fabricación de este aparato fue encargada a la empresa Bell Telephone, que cumplió con creces el objetivo marcado. La sirena ideada por esta compañía —denominada Victory Siren (Sirena de la Victoria)— era tan potente que podía oirse a quince kilómetros a la redonda.
Afortunadamente para los norteamericanos, esta sirena nunca llegó a emplearse; según los expertos, sus decibelios hubieran podido romper los tímpanos de una persona que se encontrase en ese momento a menos de treinta metros de la sirena. De hecho, el Ejército norteamericano llegó a plantearse la utilización de la Sirena de la Victoria como un arma para aturdir a los enemigos en el campo de batalla.