Stalin no confía en sus propios aviones

Stalin —al igual que Hitler— estaba fascinado por la aviación pero, en los primeros compases de la guerra, la Fuerza Aérea soviética (Voenno-vozdushnikh sil o VVS) acusaría una grave falta de medios. En junio de 1941, la Operación Barbarroja revelaría crudamente la inferioridad de los aviones rusos ante los avanzados aparatos con los que contaba la Luftwaffe.

Las purgas llevadas a cabo por el dictador soviético habían afectado también a los diseñadores y fabricantes de aviones; si un aparato se estrellaba en un vuelo de pruebas, los ingenieros responsables tenían muchas posibilidades de ser enviados de inmediato a un campo de trabajos forzados en Siberia o incluso de ser fusilados. Obviamente, este estímulo no animaba a aventurarse en el diseño de nuevos proyectos, por lo que la industria aeronáutica tan solo fabricaba modelos que se habían quedado ya obsoletos.


Un Polikarpov I-16, producto de la anquilosada industria aeronáutica soviética. El hecho de que los ingenieros pudieran ser fusilados si se detectaba un error de diseño no invitaba a plantear innovaciones.

La calidad de los aparatos que salían de las cadenas de producción era ínfima. Se calcula que, incluso antes de que comenzase la guerra, se perdían entre 600 y 900 aviones anualmente debido a accidentes. La parálisis que atenazaba a los ingenieros era tal que ni siquiera se atrevían a investigar las causas, lo que impedía introducir las mejoras necesarias, perpetuándose así los fallos de diseño o fabricación.

Los datos e informes que dejaban patente esta inferioridad técnica se perdían siempre en algún engranaje de la compleja maquinaria burocrática y no llegaban a Stalin, por temor a represalias. Por ejemplo, el comandante de la Fuerza Aérea Pavel Rychagov fue arrestado y fusilado junto a su mujer una semana después de quejarse amargamente ante Stalin de la escasa fiabilidad de los aparatos con los que contaba.

De todos modos, el autócrata del Kremlin no era ajeno a la inseguridad de los aviones soviéticos, por lo cual prohibió a los funcionarios del partido utilizar la vía aérea para desplazarse. El propio Stalin no se atrevió a subir a un avión hasta 1943.

Aunque la razón oficial era la falta de confianza en los aviones de fabricación soviética, no falta quien asegura que, en realidad, el zar rojo sufría pavor a volar.