El castillo de Colditz fue utilizado por los alemanes para encerrar entre sus muros a los prisioneros aliados que habían destacado en otros centros por sus constantes intentos de escape. Sus gruesos muros lo convertían en una "cárcel a prueba de fugas".
Esta aparentemente inexpugnable fortaleza se comenzó a construir en 1014 y a lo largo de los siglos se le fueron añadiendo nuevas dependencias. En 1800 se convirtió en una prisión, aunque en 1828 pasó a utilizarse como manicomio. Con la llegada de los nazis al poder, Colditz se empleó como campo de concentración para presos políticos, pero el inicio de la Segunda Guerra Mundial supuso su transformación en centro para prisioneros de guerra.
Las extraordinarias medidas de seguridad de esta prisión no arredraban a sus internos, que pasaban la mayor parte del día planeando sofisticados métodos de huida. De hecho, una treintena de ellos acabaría logrando el ansiado objetivo de escapar de Colditz[11].
Cuando no estaban enfrascados en ingeniar nuevas fugas, los prisioneros intentaban divertirse con los escasos medios que tenían a su alcance. Un grupo de internos franceses se dedicó a construir pequeños tanques de madera, cuyo motor era un par de ruedas movidas por dos ratones corriendo en su interior.
Al tener tanto tiempo libre, estos prisioneros lograron fabricar un buen número de estos pequeños vehículos, lo que hizo posible que los ratones del castillo se pudieran enfrentar entre ellos en masivas batallas de tanques.